La información tecnológica y los medios sociales no son mi lengua materna. Yo soy un inmigrante digital. No nací en el mundo de la tecnología de la información sino que inmigré a ella, poco a poco. Primeramente viví en territorios extranjeros.
Cumplí nueve años antes de vivir con electricidad. La había visto antes; pero ni nuestra casa, ni nuestra escuela, ni nuestros vecinos tenían electricidad. La electricidad, cuando la vi por primera vez, fue una gran revelación. Y aun cuando crecí con la radio, tenía catorce años para cuando mi familia se hizo con su primer aparato de televisión. Repito, esto fue una revelación… y maná para mi hambre adolescente de conectar con un mundo más amplio. La electricidad y la televisión vinieron a ser rápidamente una lengua materna, un encendido en el que nuestra casa y otras introdujeron el gran mundo. Pero el teléfono aún fue extraño. Yo tenía diecisiete años cuando me marché de casa, y nuestra familia nunca había tenido teléfono.
El teléfono no fue suficiente para adiestrarme, pero necesitaría un buen número de años hasta que dominara el audaz nuevo mundo de la tecnología de la información: Ordenadores, internet, páginas web, teléfonos móviles, teléfonos inteligentes, televisión y acceso a películas a través de internet, nube, medios sociales, asistentes virtuales y el mundo de miles de aplicaciones. ¡Ha resultado un viaje! Tenía treinta y ocho años para cuando usé VCR por primera vez, cuarenta y dos antes de disponer de un ordenador, cincuenta antes de acceder por primera vez a la web y usar el correo electrónico, cincuenta y ocho cuando poseí mi primer teléfono móvil, la misma edad cuando configuré por primera vez una página web, sesenta y dos antes de mandar un texto, y sesenta y cinco antes de conectar a Facebook. Siendo el correo electrónico, el envío de textos y Facebook todo lo que sé manejar, aún no tengo ni Instagram ni Twiter. Soy la única persona en mi cercana comunidad religiosa que todavía reza el oficio de la iglesia por un libro y no desde un aparato móvil.
Yo digo que el papel tiene alma, mientras que los aparatos digitales no. Las respuestas que recibo no simpatizan particularmente conmigo. Pero es por razones de alma por lo que yo prefiero tener un libro en mi mano más que un aparato encendido. No estoy en contra de la tecnología de la información; más bien resulta que no soy muy bueno en eso. Lucho con el lenguaje. Es duro adiestrarse en un nuevo lenguaje siendo ya adulto, y yo envidio a los jóvenes que saben hablar bien este lenguaje.
¿Qué hay que decir sobre la revolución en la tecnología de la información? ¿Es buena o mala?
Obviamente, tiene muchas cosas positivas: Nos está haciendo la gente más informada del mundo en toda la historia. La información es poder, y el internet y los medios sociales han nivelado el campo de juego en términos de acceso a la información; esto está sirviendo bien al desarrollo de las naciones en el mundo. Además está creando una población global por el mundo entero. Ahora sabemos todo de nuestros vecinos, no sólo los que viven cerca. Somos la gente mejor informada y mejor conectada de siempre.
Pero todo esto tiene también una parte peyorativa fácilmente criticable: Nos hablamos unos a otros menos de lo que nos comunicamos entre sí. Tenemos muchos amigos virtuales, pero no siempre muchos amigos reales. Miramos la naturaleza en una pantalla más de lo que alguna vez la tocamos físicamente. Pasamos más tiempo mirando al aparato que tenemos en nuestras manos que lo que de hecho atendemos a otros cara a cara. Paseo por un aeropuerto o bien por cualquier otro lugar y veo que la mayoría de la gente está pendiente de su teléfono. ¿Es eso bueno? ¿Fomenta la amistad y comunidad, o es su sustituto? Es demasiado pronto para responder. Las primeras generaciones que vivieron en la revolución industrial no tuvieron forma de saber qué efectos de esta serían de largo alcance. La revolución tecnológica -creo yo- es exactamente tan radical como la revolución industrial, y nosotros somos su generación inicial. En este momento no tenemos forma de saber a dónde nos llevará por fin todo esto, para bien o para mal.
Pero una cosa negativa que ya parece evidente es que la revolución en la tecnología de la información por la que estamos pasando está destruyendo los pocos restos que quedan y que aún retenemos como conservar el “Sabbath” en nuestras vidas. Rumi, el místico del siglo XIII, se lamentaba una vez: He vivido demasiado tiempo donde puedo ser contactado. Hoy, eso es infinitamente más cierto de nosotros de lo que fue para los que vivieron en el siglo XIII. Gracias a los aparatos electrónicos que llevamos con nosotros, podemos ser contactados en todo tiempo; y, demasiado a menudo, nos dejamos ser contactados más que nunca. El resultado es que ahora ya no tenemos tiempo aparte de lo que regularmente hacemos. Nuestros tiempos de familia, nuestros ratos de esparcimiento, nuestros periodos de vacación e incluso nuestros tiempos de oración están constantemente rendidos al tiempo normal por nuestro “ser conectados”.
Mi miedo es que mientras vamos a ser la gente más informada de todos los tiempos, podemos muy bien acabar siendo la gente menos contemplativa de siempre.
Pero yo soy un forastero en esto, un inmigrante digital. Necesito someterme a los juicios de los que hablan este lenguaje como su lengua materna.