Las figuras del Adviento

29 de noviembre de 2005

LAS FIGURAS DEL ADVIENTO

1. Me llamo ISAÍAS



\"\"Nací en Jerusalem, la ciudad santa. Crecí a la sombra del Templo.
Allí iba con mi familia a cantar y celebrar el nombre del Señor.
Yo era uno de tantos.
Pero un día, el Señor me sobrecogió.
Tocó con su palabra mis labios, su mensaje me quemó por dentro.
Puso en mi lengua palabras que no conocía,
me empujó a decir a mi pueblo un mensaje de esperanza y de consuelo.
No podía explicarme lo que pasaba en mí.
Las palabras me nacían a borbotones.¡Ni que fuera un poeta!
El Dios santo me había hecho profeta para mi pueblo.
Resulta que mi pueblo estaba atravesando momentos muy difíciles.
El ejército enemigo quería arrasar mi ciudad y destruir a mi pueblo.
La gente estaba desalentada. Y allí me vi yo, en medio, anunciando promesas,
levantando esperanzas, dando ánimos a todos.
El Santo de Israel no nos había abandonado.
Allí en el horizonte vi a un niño, un prodigio de criatura. El iba a traernos la paz.
Así se lo dije una y otra vez a mi pueblo.
Les invité a que de las espadas forjaran arados y de las lanzas podaderas,
les animé a que no se adiestraran ya más para la guerra,
les dije que pusieran los ojos en el Príncipe de la Paz.
Y ahora, aunque han pasado muchos siglos,
también a vosotros quiero anunciaros una esperanza,
también a vosotros quiero invitaros a recorrer los caminos de la Paz.
Poneos en camino hacia Belén. Allí os saldrá al encuentro un Niño.
En él encontraréis la paz y se alegrará vuestro corazón.
Salid a su encuentro con el vestido de la esperanza.

2. Me llamo JUAN



\"\"Este fue el nombre que escribió mi padre en una tablilla
cuando le preguntaron qué nombre debían ponerme.
Resulta que mi padre se había quedado mudo
cuando tuvo una revelación de Dios en el templo.
Y es que mi madre era estéril y la esperanza de tener hijos
se les había escondido en los adentros.
Pero el Dios de la misericordia entrañable hizo brotar en medio de la oscuridad una luz.
Y así nací yo, como un prodigio en medio del pueblo, como una alegría inesperada.
Todos los vecinos y parientes se preguntaban qué iba a ser yo
porque la mano del Todopoderoso estaba conmigo.
No sé cómo fue. Pero sí os digo, que con el tiempo fue creciendo en mí
un fuerte contraste, una inquietud.
¡Qué misericordioso era Dios y qué lejos de El estaba mi pueblo!
Cada día tenía más deseos de que mi pueblo se acercara a Dios y que se renovara la alianza.
Un día ya no pude contener esa presión y me sentí empujado al desierto.
Vestido con pieles, alimentándome de saltamontes, vivía sólo para mi Dios,
buscando cada día su rostro en la Escritura.
La gente se fue acercando a mí.
Yo los veía como gentes desorientadas, desanimadas, en búsqueda.
Me preguntaban unos y otros: ¿Qué tenemos que hacer?
Y yo les invitaba a preparar el camino, a ser solidarios, a compartir, a ser más justos.
Yo les bautizaba en el Jordán, pero sabía muy bien que lo mío era
preparar caminos, solo eso, preparar caminos.
Cada vez tenía más claro que preparaba camino para el que había de venir.
Y ante él yo me consideraba apenas como una voz que clama en el desierto,
como alguien que no es digno ni de desatar su sandalia, así me veía yo.
La unión entre Dios y mi pueblo no la iba a realizar yo,
era El, el que ya estaba viniendo, el que la iba a realizar con su ternura entrañable de amigo.
Eso fue mi vida: esperar, anunciar, preparar sitio para el Sol que iba a nacer de lo alto.
Si hoy me hacéis un pequeño hueco en vuestra vida, también a vosotros os digo
que esperéis, que miréis al que viene. El es el Salvador, el único capaz
de unir en amistad a los hombres y mujeres con el Dios de la misericordia.

3. Me llamo JOSÉ


\"\"Y soy descendiente de David.
No os podéis imaginar el orgullo que sentía toda mi familia
al recordar que veníamos del gran rey David,
el que cantaba y danzaba delante del Arca de la Alianza.
Ser de la casa de David era para nosotros un orgullo y una responsabilidad,
la de guardar y recordar las promesas que Dios había hecho
a la descendencia de nuestro Rey.
Nací en Judea y emigré, como tantos de mi pueblo, al norte
donde había más trabajo y mejores condiciones de vida.
Yo era un joven creyente, trabajador, amante de la justicia.
Y algo callado, por qué no decirlo.
Un día, ¡bendito aquel!, me di cuenta de que me había enamorado.
Ella era María. Todo lo que os podría decir de ella es menos que nada.
Desde el primer día descubrí en ella una belleza honda, transparente.
Una tarde se encontraron nuestros ojos y nos dimos el sí sin palabras,
con ese lenguaje que sólo entiende el corazón.
Desde entonces nuestras vidas estuvieron envueltas en una hermosísima historia de amor.
Pero no todo fue fácil. Hubo un hecho que me trastornó
y me costó entender: María esperaba un hijo.
Todavía no convivíamos y ¡María esperaba un hijo! ¿Qué hacer?
Fueron para mí momentos de zozobra, de gran inquietud, de no saber qué hacer.
Como por el día yo no podía entender, Dios se sirvió de la noche,
de los sueños, para darme luz. El Hijo que María esperaba era obra del Espíritu Santo.
Esto nos unió más, nos hizo querernos más.
Juntos nos pusimos a esperar al Niño que iba a nacer.
Sin haber nacido todavía, El se convirtió en nuestro centro.
Nuestras miradas, nuestros gestos, nuestras palabras y silencios,
nuestro dolor y nuestro gozo,… todo giraba en torno a él.
Nuestra espera se hacía más densa cada día,
nuestro deseo más hondo, nuestro cariño más tierno.
Así lo esperamos, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo.
¡Qué gozo saber que en nuestro humilde hogar iba a nacer el fruto del Espíritu!
Las noches, que las hubo, nos afianzaron más y más en Dios
el que siempre sorprende y fascina, el que es fiel.
Con gusto os decimos a vosotros, caminantes del Adviento, que entréis en nuestra casa,
que os unáis a María y a mí, que esperéis con nosotros al Niño,
al  Dios por siempre con nosotros.

4. Me llamo MARÍA



\"\"Nací en Nazareth. Tuve la suerte de nacer en una familia humilde y pobre,
en una familia abierta al Dios Poderoso, cuyo nombre es Amor.
No esperéis que os diga grandes cosas de mí.
Todo fue normal, como normal era la vida de mis amigas, de las gentes de mi pueblo.
En mi pueblo y en los pueblos de la zona había trabajo
y a buscar trabajo venían jóvenes del sur, de las tierras de Judea.
Yo me enamoré de José, uno de ellos.
Con él soñé muchos sueños, los que Dios hacía brotar en nosotros.
Cuando éramos novios me ocurrió algo extraño, sorprendente.
Me sentí visitada, inundada por dentro, sorprendida.
Supe que había sido elegida para ser la madre del Mesías.
Os podéis imaginar mi sorpresa.
A pesar de que José y yo soñábamos el futuro, nunca pudimos soñar algo parecido.
Yo, ¿la madre de mi Dios y Señor? ¿Y cómo decírselo a José?
Le dije que sí a Dios. Yo siempre le había dicho que sí.
Le abrí mis puertas. Le ofrecí mi vida para que El naciera en mí.
Yo no podía dudar de que el Espíritu había entrado en mí
y que algo muy nuevo estaba naciéndome dentro.
De esto ya no podía dudar. Tampoco dudaba de que Dios haría las cosas a su manera
y se entendería con José, como así fue.
Así que, de repente, me vi mirada en mi pequeñez por la grandeza de Dios,
me sorprendí acunando una Palabra que se hacía por momentos
carne de mi carne ¡Qué misterio!
Todavía hice un viaje a casa de mi prima Isabel. Oí que el Todopoderoso
había borrado su humillación y me fui con ella a cantar al Dios que hace cosas grandes.
Cuando nos encontramos, la boca se nos llenó de risas, la lengua se nos llenó de cantares.
Aquél gozo era imparable.
Cuando volví José ya había sido introducido en el misterio por el Dios que hace maravillas
¡Cómo nos fue creciendo el cariño hacia el Niño que iba a nacer a José y a mí!
Contábamos las horas que faltaban para ver sus ojos y besar su corazoncito.
Ahora sí que soñábamos de verdad, ¡qué sueños!
Soñábamos que nuestro hijo un día pondría los ojos en los más pequeños,
levantaría a los más aplastados, hablaría del Padre como nadie,
y brotaría en toda la tierra el mejor canto a la misericordia entrañable de Dios.
¡Cómo me gusta que queráis vivir intensamente el Adviento!
Fue un tiempo tan hermoso para mí, de tanta interioridad y belleza,
que ¡ojalá lo sea también para vosotros!