La mayoría de nosotros estamos familiarizados con el comentario del papa Francisco de que hoy la iglesia necesita ser un hospital de campaña. ¿Qué implica esto?
Primero, que ahora mismo la iglesia no es un hospital de campaña o, al menos, no mucho. Demasiadas iglesias de todas denominaciones ven el mundo más como un oponente que debe ser combatido que como un campo de batalla sembrado de personas heridas a las que se llama a atender. Las iglesias hoy, en palabras del papa Francisco, han cambiado con frecuencia una imagen del Libro del Apocalipsis, donde Jesús está fuera de la puerta llamando, tratando de entrar, por una situación donde Jesús está llamando en la puerta desde dentro de la iglesia, tratando de salir.
Así, ¿cómo podrían nuestras iglesias, nuestras comunidades eclesiales, llegar a ser hospitales de campaña?
En un artículo maravillosamente provocativo de un reciente número de America Magazine, el escritor espiritual checo Tomas Halik sugiere que para que nuestras comunidades eclesiales lleguen a ser “hospitales de campaña” necesitan asumir tres papeles: Uno diagnóstico, donde identifiquen los signos de los tiempos; uno preventivo, donde creen un sistema inmune en un mundo en el que los virus malignos del temor, odio, populismo y nacionalismo estén deshaciendo comunidades; y uno convaleciente, donde ayuden al mundo a superar los traumas del pasado a través del perdón.
Concretamente, ¿cómo podría ser imaginado cada uno de ellos?
Nuestras iglesias necesitan ser diagnósticas; necesitan llamar al momento presente de una manera profética. Pero eso exige un coraje que, ahora mismo, parece ausente, descarrilado por el temor y la ideología. Los liberales y los conservadores diagnostican el momento presente de modos radicalmente diferentes, no porque los hechos no sean los mismos para ambos, sino porque cada uno de ellos ve cosas a través de su propia ideología. También, al final del día, ambos campos parecen demasiado espantados para mirar de lleno los problemas difíciles, ambos temerosos de lo que podrían ver.
Para nombrar un solo problema al que ambos parecen temerosos de mirar con ojos fijos: nuestras iglesias que se vacían rápidamente y el hecho de que tantos de nuestros niños ya no van a la iglesia ni se identifican con una iglesia. Los conservadores condenan simplistamente el secularismo, sin querer en realidad debatir abiertamente las variadas críticas de las iglesias que vienen de casi todas partes de la sociedad. Los liberales, por su parte, tienden a condenar simplistamente la rigidez de los conservadores sin estar en realidad abiertos a mirar animosamente a algunos de los lugares en secularidad donde la fe en un Dios trascendente y un Cristo encarnado corren antitéticos a algunas de las características culturales e ideologías en secularidad. Ambos bandos, como es evidente de su exagerada postura defensiva, parecen temerosos de mirar a todos los problemas.
¿Qué debemos hacer preventivamente para que nuestras iglesias vuelvan a ser hospitales de campaña? La imagen que Halik propone aquí es rica, pero es inteligible sólo en una comprensión del Cuerpo de Cristo y una aceptación de la profunda conexión que tenemos unos con otros dentro de la familia de la humanidad. Todos somos uno, un organismo viviente, partes de un único cuerpo, de modo que, como con cualquier cuerpo viviente, lo que una parte hace, por enfermedad o por salud, afecta a toda la otra parte. Y la salud de un cuerpo es contingente sobre su sistema inmune, sobre esos enzimas que andan vagando por todo el cuerpo y exterminan las células cancerosas. Hoy nuestro mundo está acosado con las células cancerosas de la amargura, el odio, la mentira, el temor autoprotector y el tribalismo de todo género. Nuestro mundo está mortalmente enfermo, sufriendo de un cáncer que está destruyendo la comunidad.
De aquí que nuestras comunidades eclesiales deben llegar a ser lugares que generen los enzimas de salud que sean necesarios para exterminar esas células de cáncer. Debemos crear un sistema inmune suficientemente robusto para hacer esto. Y para que suceda eso, nosotros, nosotros mismos, debemos primero dejar de ser parte del cáncer del odio, la mentira, el temor, la oposición y el tribalismo. Demasiado a menudo, nosotros, nosotros mismos, somos las células cancerosas. El mayor desafío religioso individual que nos está haciendo frente como comunidades eclesiales hoy es la de crear un sistema inmune que sea lo suficientemente sano y vigoroso para ayudar a exterminar las células cancerosas del odio, el temor, la mentira y el tribalismo que circulan libremente por el mundo.
Finalmente, nuestro papel convaleciente: Nuestras comunidades eclesiales necesitan ayudar al mundo a llegar a una reconciliación más profunda frente a los traumas del pasado. Felizmente, esta es una de nuestras fuerzas. Nuestras iglesias son santuarios de perdón. En palabras del cardenal Francis George: “En la sociedad, todo es permitido, pero nada es perdonado; en la iglesia, mucho es prohibido, pero todo es perdonado”. Y donde necesitamos estar más proactivos hoy como santuarios de perdón es en relación a un número de notables “traumas del pasado”. En resumen, un perdón, una curación y una reparación más profundas necesitan aún tener lugar apropiado a la historia del mundo con la colonización, la esclavitud, el puesto de las mujeres, la tortura y la desaparición de pueblos, el maltrato de los refugiados, el incesante apoyo de regímenes injustos y la reparación debida a la misma madre tierra. Nuestras iglesias deben guiar este esfuerzo.
Nuestras comunidades como hospitales de campaña pueden ser la Galilea de hoy.