“En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.” (Mt 28, 9)
“… se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. (Jn 20, 19-20)
“Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».” (Jn 20, 27)
Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. (Lc 24, 30)
Manos que palparon, y que abrazaron. Manos que mostraron los trofeos de la Pasión. Memoria del gesto más emblemático, la fracción del pan.
Jesucristo resucitado no es un fantasma. “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24, 29).
Sin quitar realismo a estas experiencias del Resucitado, podemos entenderlas mejor desde lo que narra Santa Teresa que le sucedió a ella misma después de comulgar.
Para nosotros, por el gesto que permanece en la Iglesia de la fracción del pan, sigue siendo posible la certeza de la presencia del que quiso darse a conocer a los discípulos de forma tangible.
Muchos han tenido la gracia, y son testigos de experiencias interiores, de poner sus manos en las heridas del prójimo y haber sentido el gozo inmenso de percibir la presencia del Señor en los más pobres.