Las tentaciones contra la vocación

10 de julio de 2006

I. Meditación

¿A dónde vas?

Sintió la llamada. Era una voz tenue, que se insinuó a su existencia, haciéndole ver claramente que todo podría ser de otra manera. Una voz sin palabras. Era necesario correr un riesgo: salir, quebrar la certeza de sus hábitos, cambiarla por una nueva vida, que aún no tenía perfiles definidos. La ilusión primera y la aventura suplían toda la falta de lógica de su determinación.
¿A dónde vas…?, le preguntaron, y no supo contestar como de él se esperaba:
– Seré importante, me labraré un futuro, triunfaré…, algo así hubieran querido escuchar los oídos curiosos de quienes le rodeaban, pero tan sólo dijo:
Voy tras de Él… Los argumentos en contra, por un momento, le parecieron lúcidos, incluso le hicieron pensar si su decisión era suya o resultado de una euforia inexplicable. (JPG)Fue su primera tentación: por un momento quiso ser razonable, pero todo lo que era razonable para otros, parecía fuera de lógica para él. Sintió pero no consintió. Su intuición le hacía presentir que algún día su voz también sería escuchada por otros, y entonces, sólo entonces, se aclararían los interrogantes de quienes ahora nada comprendían.

Dudo, Señor…

Estaba dispuesto a todo. Un mundo nuevo se abría a sus ojos y viajaba por él como un niño que aprende a leer. El sujeto aún era él, los verbos le sorprendían con acciones que le resultaban desconocidas: orar, callar, servir…, o algunas más difíciles: admitir, compartir, amar, recibir, discernir… Cada uno de los términos acrecentaba la lista de su vocabulario vital. Unos ya los podía practicar, otros quedaban para un repaso posterior. Había uno que, sin embargo, le daba miedo: dudar. El camino elegido parecía ya nítidamente trazado. Aparentemente sólo tenía que acomodar su manera de ser a las pautas de un modelo establecido. Si asumía sin crítica lo dado, se creía asegurado para poder llevar a cabo aquel proyecto sin estridencias y sin demasiadas preguntas. Pero el verbo «dudar» le recordaba insistentemente que aún era él, que su transformación no se había realizado de un día para otro y que transcurría más lentamente de lo que pudiera haber esperado. Su alma se volvía atrás y se codeaba con los recuerdos de lo que podía haber sido. Decidió buscar la perfección, trabajar para modelarse. Fue su nueva tentación: aún creía que era él quien se llevaba hacia adelante.

Abre mis ojos

Se creó un ámbito de paz para protegerse de interferencias extrañas. Ahora podía notar la diferencia. No era uno más en el mundo, que se había quedado fuera con su fealdad y belleza. Meditaba y oraba a su Dios, pidiéndole que viniera a habitar en el angosto espacio de sus ideas e intereses. Así sentía la certeza de estar en el buen camino lejos de cualquier tentación y conflicto. Su Dios le hablaba y él respondía con un comportamiento «ejemplar», pero hablaban cada uno una lengua diferente. Dios no se quería dejar encerrar en sus palabras ni en su espacio. El pretendía protegerlo de lo mal que le trataba el mundo, pero Dios era irreductible y qué-ría arriesgarse más allá de él…
Abrió los ojos al mundo. Había hecho del eco de su voz susurrante un patrimonio exclusivo y el mundo le enseñó que él hablaba por boca de otros, que ahí debía encontrar sus palabras. El creía que tenía una palabra autorizada, algo que decir. Podía ser el transmisor de su voz susurrante, pero cayó en la tentación de hablar demasiado deprisa. El mundo quería ser oído antes de escuchar sus discursos. Necesitaba la paciencia de escuchar, la humildad de recibir, y llegar a correr el riesgo de sentir su dolor en silencio y sin respuestas. Para eso no le sirvieron sus precipitadas teorías. Sintió el dolor y el amor de sus hermanos y, por primera vez, se reconoció uno de ellos. ¿Por qué se había olvidado de que él también era un hombre…? ¿Fue acaso su perfección quien le convenció de que ya podía olvidarse de lo imperfecto…? El mundo le enseñó el rostro de su Dios, tan imperfecto como bello y real en el rostro de sus hermanos, a quienes El había amado locamente hasta hacerse su igual.
Necesitaba misericordia y se entristeció porque su imagen no coincidía con el alto concepto que tenía de sí. ¿Por qué su voz se empeñaba en quererle tan débil? ¿No se había preparado durante mucho tiempo para actuar, predicar, discernir…? Y, sin embargo, ahora necesitaba ser perdonado, comprendido, amado…, él, que creía haber dejado atrás todo eso. Era una tentación de soberbia, la más sutil, que no fue capaz de superar hasta que no aprendió a reirse de sí mismo. Desde aquel momento pudo reir con el que reía, porque él se había reído; lloró con el que lloraba, porque Dios había llorado con él. Su tristeza se convirtió en un gozo incomprensible, que sólo pudo compartir con los que ya no tenían nada que perder y aún esperaban ganar algo. Los pobres fueron sus maestros, haciéndole sentirse uno de ellos. Su miseria fue la revelación de la grandeza de su voz, que ahora hablaba de otra manera.

Sólo Tú bastas

Imagino un mundo mejor y puso manos a la obra. El mundo era peor de lo que creía. Se encontró compartiendo la tierra de sus pies, que se alargaba hasta hemisferios lejanos, con hombres cuyo dolor le resultaba siempre excesivo. Tuvo miedo al ver lo que aún quedaba por hacer. ¿Por dónde empezar? ¿Tal vez por el hambre, la injusticia, la violencia, la soledad, el odio…? Tuvo miedo. Pero esta vez no fue una tentación. El era sólo un hombre y el camino al héroe del pasado parecía definitivamente cerrado. Midió sus fuerzas y le parecieron exiguas. Escuchó su voz jadeante en una cruz y, sin embargo, creyó que aún no estaba dicha la última palabra. Creyó contra toda evidencia y se dió cuenta de que sus manos eran unas más en la obra de unas manos taladradas.
Su vida no se contó entre las «vidas ejemplares». Sus tentaciones le habían hecho demasiado humano para servir a nadie de ejemplo. En otro momento, aquello le hubiera causado la sensación de fracaso. Ahora, todo le parecía una ganancia, incluso su pérdida de tiempo ¡Qué contradictoria se podía haber llegado a volver aquella voz! Se encontró semejante a sus hermanos, humano y en medio de una vida humana: en la cocina del mundo, en la portería, en su servicio de limpiezas, en las colas de los que esperan, con los que aún creen que todo no está perdido, en el sudor de quien ya no puede ni pensar, en el llanto de quien no pudo ni soñar una vida mejor. Y entonces oyó verdaderamente su voz: «Gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos».

Hoy ha aprendido a rezar de modo diferente. Siente que no hay nada mejor que pedir a Dios que el pan, la felicidad, el perdón, y al llegar al «no nos dejes caer…», lo cambia complacientemente por un «me», porque en el pronombre encuentra que su voz le llama de tú con los labios besables del Hijo del Hombre.

II. Resonancias

Textos para meditar

«Misericordia»

Y he aquí que era la soledad mi última tentación;
tú me escuchas, Señor, número tan divino,
total forma gozosa, presencia sin instante,
tú haces rodar el sol por la pendiente del día
y has vistñ las estrellas abriéndose en el cielo,
tú que afirmas mis pies en la tierra que pasa,
tú que has puesto en la angustia de mis labios de hombre
una sola palabra de temblor aterido;
todo te lo devuelvo para quedar desnudo
y ya, sin voz ante ti, te pido que no apagues
la hora mansa y la paz de mi entrega absoluta;
no lloro lo perdido, Señor, nada se pierde;
oíd, montes, mares, islas:
gracias, Señor, por esta total nada serena
que a mi inquietud le brindas,
sin un temblor, humanamente solo,
misericordia pido, Señor, misericordia.
(Luis Rosales)

«No me dejes caer en la tentación»

Padre,
no me dejes caer en la tentación
de vender tu amistad
por buen precio
en salario mensual
en seguridad
no me dejes cáer en la tentación
de olvidarte
porque tenga mucho trabajo
porque tenga mucha importancia
no me dejes caer en la tentación
de no escribirte poemas
porque no tenga tiempo
porque no me quede tiempo
porque me pongan un gran sueldo.

(A.L.Cancela)