Muchos de nosotros estamos familiarizados con una frase de T.S. Eliot frecuentemente citada: La última tentación es la traición más grave: realizar la acción correcta por razón equivocada. Esta -sugiere él- es la tentación de la persona buena. ¿Cuál es la tentación?
En el evangelio de Juan, Jesús dirige esta pregunta a sus oyentes: “¿Cómo podéis creer vosotros que recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria que viene sólo de Dios?” ¿Qué desafía Jesús aquí? Esto: podemos hacer todas las cosas correctamente, ser obstinadamente fieles, mantener toda clase de compromiso y hasta aceptar el martirio, pero ¿por qué? ¿Para ser respetados? ¿Para ser admirados? ¿Para ganar la aprobación? ¿Para ganarnos permanentemente un buen nombre?
¿No son estas razones suficientemente buenas y nobles?
Lo son. Sin embargo, como sugiere T. S. en Asesinato en la catedral, una tentación puede presentarse como una gracia, y ese puede ser el caso en términos de ser virtuoso. Ilustra esto por medio de las luchas de su personaje principal, Thomas Beckett. Beckett fue arzobispo de Canterbury desde 1162 hasta que fue asesinado en su propia catedral en 1170. Según lo presenta Eliot, Beckett hace todas las cosas bien: es altruista, radicalmente fiel, mantiene todo compromiso y está dispuesto a aceptar el martirio. Sin embargo -como destaca Eliot- estas pueden ser “las tentaciones de la persona buena” y puede llevar cierto tiempo (y una madurez más profunda) distinguir entre ciertas tentaciones y la gracia. De aquí que Eliot acuñase estos versos, ahora famosos:
Ahora mi camino está franco; ahora el significado es fácil:
la tentación no volverá a venir de esta manera.
La última tentación es la traición más grave:
realizar la obra buena por razón equivocada…
Para los que sirven a una causa más admirable
haced que la causa les sirva.
Los que sirven a una causa más admirable pueden hacer fácilmente que la causa les sirva, ciegos a su propia motivación.
¡No todos lo sabemos! Aquellos de nosotros que trabajamos en el ministerio, en la enseñanza, en la administración, en los medios, en las artes, y aquellos de nosotros que somos habitualmente buenos samaritanos ayudando dondequiera, ¿qué es lo que en definitiva dirige nuestra energía mientras hacemos todo este bien?
Bueno, la motivación es rara vez directamente simple. Somos criaturas complejas, con frecuencia torturadas de motivación. He aquí una pequeña parábola acerca de la motivación, procedente de la tradición sufí, que sugiere que no tenemos una sola motivación sino múltiples motivaciones. La parábola dice así:
Había un hombre santo, un gurú, famoso por su sabiduría, que vivía cerca de la cumbre de una montaña. Un día, se personaron tres hombres en su puerta solicitando consejo. Preguntó al primero: “¿Subiste a esta montaña para verme porque soy famoso o porque estás de verdad interesado en conseguir algo de mi sabiduría?” El hombre respondió: “Para ser sincero, vine a verte motivado por tu fama, aunque, desde luego, también estoy interesado en recibir algún consejo”. El gurú lo despidió: “Aún no estás preparado para aprender”. Se dirigió al segundo y le hizo la misma pregunta: “¿Cuál es la verdadera razón por la que subiste a esta montaña para verme”? La respuesta de este fue diferente. “No es tu fama lo que atrajo aquí”, dijo, “No estoy interesado en eso. Quiero aprender de ti”. Sorprendentemente, el gurú también lo despidió, diciéndole que aún no estaba preparado para aprender. Se dirigió al tercero: “¿Subiste a esta montaña para verme porque soy famoso o porque de verdad buscas algún consejo? El hombre respondió: “Para ser honrado, es por ambas razones, y probablemente por un buen número de otras razones de las que no soy consciente. Quería verte porque eres famoso y de verdad quiero aprender de ti, y no estoy aún seguro de cuál de ellas es la verdadera razón por la que vine a verte” “Tú estás dispuesto a aprender”, dijo el hombre santo.
T.S. Eliot presenta a su personaje principal en Asesinato en la catedral como un hombre que hace todas las cosas bien, es reconocido por su bondad, pero es alguien que aún tiene que examinarse sobre su verdadera motivación para hacer lo que hace. Lo que Eliot destaca es algo que debería darnos a todos los que estamos tratando de ser personas buenas, virtuosas y fieles: pausa para la reflexión, escrutinio y oración. ¿Cuál es nuestra verdadera motivación? ¿Cuánto se trata de ayudar a otros y cuánto se trata de nosotros mismos, de lograr respeto, admiración, un buen nombre y tener un buen sentimiento de nosotros mismos?
Esta es una pregunta difícil y quizá ni tan siquiera justa, pero necesaria; una pregunta que, si es dirigida, puede ayudarnos en nuestra búsqueda por un nivel de madurez más profundo. A fin de cuentas, ¿estamos haciendo cosas buenas por lo que supone para los demás o por lo que supone para nosotros?
Mientras permanecemos algún tanto desarmados y comprometidos ante esta cuestión, podemos recibir algún consuelo en el mensaje contenido en la parábola sufí. A este lado de la eternidad, nuestras motivaciones son patológicamente complejas y mixtas.