Las últimas palabras de Jesús

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Esta breve reflexión trata de enfocar las dos celebraciones que siguen en el contexto global de Jesús. Son las últimas palabras de aquél que es quien tiene la palabra última. De ellas puede descubrirse lo que significa la cruz

Para los seguidores de Jesús, las palabras de su maestro son palabras últimas. Tienen autoridad. Son palabras nuevas. Señalan el cumplimiento de las promesas y de los sueños profundos del corazón humano. Se presentan como palabras de la ultimidad humana y so­bre la ultimidad de los sueños de Dios para el mundo. Por eso son palabras inagotables. Las discípulos las perciben como palabras de vida eterna. De ellas se puede vivir por largo tiempo, en ellas se puede explorar el propio miste­rio y el misterio del mundo.

PALABRAS ÚLTIMAS Y ÚLTIMAS PALABRAS

Mientras Jesús va recorriendo las estaciones y etapas de su historia, sus gestos y sus palabras están impregna­dos de provisionalidad. Son palabras decisivas dichas al hilo de los aconteci­mientos: explican, insinúan, consuelan, prometen. Están pendientes del futuro, como pendiente está el que las profie­re. Esperan la confirmación del tiempo y la ratificación de los acontecimientos.

Todos los gestos, prácticas y pala­bras de Jesús están inscritas en la histo­ria, cuya tendencia es caminar hacia un punto final. Son palabras de vida y libertad dichas en el camino hacia la muerte. Las palabras últimas de Jesús se van convirtiendo en sus últimas pala­bras. El espacio de la provisionalidad histórica se va acotando. El grupo de personas que acogen la palabra y la cumplen se restringe. Todo se va vol­viendo más cerrado y conflictivo.

Es cierto. En la situación postrera en la que se encuentra Jesús todas sus pa­labras se densifican. Adquieren color definitivo; se van impregnando del sa­bor existencial del final, de la despedida que se avecina. Son palabras al bor­de de la muerte. Tienen todo la intensi­dad y el vigor de un testamento exis­tencial confiado a la memoria de nues­tro corazón. Son la memoria de un amor liberador, cuyo final es el recha­zo, la persecución y la crucifixión.

Precisamente por este carácter de últimas palabras de Jesús en el trance de la muerte el pueblo de Dios ha puesto en ellas un énfasis especial. En la piedad popular se ha explicado y contemplado el sentido especial de las últimas palabras de Jesús en la cruz. Se suelen mencionar siete palabras. Como expresiones singularmente vigorosas del final histórico de Jesús han suscita­do las más variadas respuestas. Han da­do motivo e inspiración a múltiples ser­mones, meditaciones, representacio­nes, celebraciones.

PALABRAS DE JESÚS

Para una contemplación adecuada de sus últimas palabras es menester te­ner en cuenta que la situación de con­flicto mortal en que se encuentra Jesús es consecuencia de su vida. No es un hecho aislado de sus actitudes y de sus gestos, de sus provocaciones y opcio­nes. La situación de conflicto mortal es el final de su historia conflictiva, cuya motor principal es la pasión por el rei­no de Dios.

PALABRAS DE CADA EVANGELISTA

Las palabras de Jesús en su pasión son palabras evangélicas. En el uso pastoral se corre el peligro de sacarlas del contexto de cada uno de los evan­gelistas y tratar de armonizarlas en una única secuencia. Ello resulta particular­mente difícil al determinar las palabras que realmente articulan el último grito de Jesús, puesto que cada uno de los evangelistas nos narra palabras distintas de Jesús.

El actual conocimiento de los evan­gelios nos muestra que cada de uno de ellos nos hace una presentación distin­ta de Jesús poniendo de relieve las di­mensiones que más interesan a su co­munidad. Los relatos de la pasión y muerte de Jesús no son una excepción. Cada autor ha seleccionado y organiza­do los hechos y las palabras de Jesús atendiendo a su presentación global de la persona y la misión de Jesús.

Las últimas palabras de Jesús no son una excepción a esa regla. Por eso en una contemplación exegéticamente rigurosa hay que tener en cuenta el contexto literario y teológico de cada evangelista. No es buena la armonización. Las últimas palabras de Jesús eo­lio las anteriores son interpretadas por cada evangelista en función de su cristología.

El relato de Marcos acentúa la plena desolación de Jesús. El grito de abandono lo refleja. Pero no sólo él. Marcos resalta las burlas, la antipatía de todos los que intervienen en la pasión: los que pasan (Mt 15 29-30), el sumo sacerdote y los escribas (Mc 15, 31-32), los otros crucifi­cados con él (Mt 15,32). Los dicípulos han huido. Jesús crucificado no tiene compañía. Muere en el aislamiento. Siguiendo su presentación teológica de Jesús, Marcos juega con la paradoja de la relación y ocultamiento de Jesús y la correspondiente de ver y creer. Es una enorme ironía que los asistentes están viendo la verdad del Jesús rey de los judíos, lo tienen an­te sus ojos y no lo ven ni lo creen.

Lucas, en cambio, ve en el Jesús de la pasión y de la cruz la compasión. Je­sús perdona a todos, confía en Dios, muere pacíficamente. Jesús ora al Pa­dre, no simplemente a Dios; Jesús ha­bla, no grita. Lucas acentúa la inocen­cia y la justicia de Jesús. Jesús es el jus­to sufriente y, sin embargo, sereno.

ESCUCHA SINCRÓNICA

Escuchar las últimas palabras de Je­sús en la cruz sólo puede hacerse de forma sincrónica, es de­cir, escuchando en ellas simultáneamente nues­tra propia pasión, la pa­sión de los crucificados de la tierra y la pasión de Dios. La cruz del presente y la cruz del seguimien­to es la que nos abre los ojos y nos capacita para escuchar el sentido de la cruz de Cristo que ex­presan las palabras de Jesús. Sólo desde la experiencia de la pasión y crucifixión de los hijos de Dios en la actualidad se puede sintoni­zar con el movimiento interior de la pasión de Cristo en la cruz y con el sig­nificado que expresan sus palabras.

La pasión y crucifixión de Cristo, por su parte, es realmente comprensi­ble sólo como pasión del Mesías de Dios; en Jesús no es sólo un individuo humano el que está en juego; es la es­peranza mesiánica. Por consiguiente es la relación de Dios con el mundo la que está implicada en la crucifixión de Jesús, el Mesías. De hecho, el silencio de Dios en la crucifixión puede ser in­terpretado como ausencia y abandono, incluso como rechazo y maldición por parte de Dios. La resurrección del cru­cificado nos manifiesta que es su justi­cia y su amor lo que se realiza y revela en la crucifixión de Jesús de Nazaret. El silencio no era abandono y ausencia. Era la máxima expresión del amor fiel y entrañable del Padre.

La resurrección da nuevo vigor a las palabras del crucificado. Nosotros las celebramos y escuchamos como interpelación.