¿Se pueden tener simultáneamente dos vocaciones? Quizá podamos responder con un “depende”. En efecto, todo dependerá de lo que se entienda por vocación. El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra “vocación” del siguiente modo: «Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión». Esa es la primera acepción del término. Pero el caso es que el mismo diccionario añade una segunda: «Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera».
En Juan de la Cruz podemos comprobar la articulación de los dos aspectos: recibió la vocación cristiana: fue llamado a ser santo e irreprochable ante Dios por el amor (Ef 1,4). Esta llamada cobró en él una forma peculiar: la entrega a Dios en la Orden carmelitana, su vida y misión de presbítero, su labor en la reforma de la Orden.
Pero en Juan de la Cruz destella también la segunda acepción de la palabra. Sintió y vivió la vocación poética. Esta se articula con la primera porque en ella Juan de la Cruz alimenta y da cauce a su sensibilidad religiosa, a la búsqueda del Amado. Lo hace con los romances, con las canciones del Cántico espiritual, o con las de la Llama de amor viva. El lector puede sentirse tocado por la belleza de su poesía, vibrar con el deseo religioso que rezuma, expresar con esos mismos versos su vida teologal.
Cuentan de San Alfonso María de Ligorio que era un gran abogado. Después de haber perdido una causa, dejó la abogacía, se hizo sacerdote y escribió obras en que brilla una gran sabiduría moral. Nuevamente comprobamos que las dotes que poseía para esclarecer las leyes de los Estados, las conductas humanas y los móviles de las personas las empleó para iluminar las conciencias cristianas.
La gracia no destruye la naturaleza, sino que la purifica, la expande, la completa y perfecciona. Juan de la Cruz, patrono de los poetas, y Alfonso María de Ligorio, patrono de los moralistas, son ejemplos luminosos de esta purificación y perfeccionamiento que la gracia ejerce sobre la naturaleza y los dones que la adornan.