¿Qué hay que aprender de nuestro fracaso, de ser humillados a causa de nuestras propias culpas? Generalmente, esa es la única manera como crecemos. Al ser humillados por nuestras propias insuficiencias, aprendemos esas lecciones de la vida a las que somos sordos cuando nos pavoneamos llenos de seguridad y orgullo. Hay secretos -dice John Updike- que la salud no conoce. Esta lección está por cualquier parte de la escritura e impregna toda espiritualidad en cualquier religión digna de su nombre.
Raymond E. Brown ilustra esto desde la escritura: Reflexionando sobre cómo, en un momento de su historia, el pueblo escogido de Dios, Israel, traicionó su fe y fue consecuentemente humillado y metido en crisis respecto al amor e interés de Dios por ellos, Brown señala que, a largo plazo, este aparente desastre acabó siendo una experiencia positiva: “Israel aprendió más acerca de Dios en las cenizas del Templo destruido por los babilonios que en el elegante periodo del Templo bajo Salomón”.
¿Qué quiere decir con eso? Justo antes de ser conquistado por Nabucodonosor, rey de Babilonia, Israel acababa de experimentar lo que, por todas apariencias externas, parecía el gran momento de su historia (política, social y religiosamente). Estaba en posesión de la tierra prometida, había sometido a todos sus enemigos, tenía un gran rey que la gobernaba y poseía un espléndido templo en Jerusalén como lugar para dar culto y un centro para mantener a todo el pueblo junto. Con todo, dentro de esa aparente fortaleza, quizás a causa de ello, había venido a estar satisfecho de su fe y más relajado en ser fiel a ella. Esa complacencia y laxitud le condujo a su decadencia. En 587 a. C., fue invadido por una nación extranjera que, tras ocupar la tierra, deportó a la mayor parte del pueblo a Babilonia, mató al rey y derribó el templo hasta su última piedra. Israel pasó el siguiente casi medio siglo en el exilio, sin templo, luchando por reconciliar esto con su creencia de que Dios lo amaba.
Sin embargo, en una visión más global, esto vino a ser positivo. El dolor de estar exiliados y las dudas de fe que se desencadenaron a causa de la destrucción del templo fueron al fin compensadas por lo que aprendieron a través de esta humillación y crisis, a saber, que Dios es fiel aun cuando nosotros no lo seamos, que nuestros fracasos nos abren los ojos a nuestra propia complacencia y ceguera, y que lo que parece éxito es con frecuencia su opuesto, exactamente como lo que parece fracaso es frecuentemente lo contrario. Como Richard Rohr pudo expresar con una frase, en nuestros fracasos tenemos una ocasión de “caer hacia arriba”.
No hay mejor imagen disponible -creo yo- por la que entender lo que la iglesia está llevando a cabo ahora por el golpe de humillación en ella a causa de la crisis por los abusos sexuales del clero en el Catolicismo Romano y en otras iglesias también. Refundiendo la opinión de Raymond Brown: La iglesia puede aprender más acerca de Dios en las cenizas de la crisis por los abusos sexuales del clero que lo que aprendió durante sus elegantes periodos de las grandes catedrales, del desarrollo creciente de la iglesia y del crédito incuestionado hacia la autoridad eclesial. Puede también aprender más sobre ella misma, su ceguera hacia sus propias faltas y su necesidad de algún cambio estructural y conversión personal. Confiadamente, como el exilio de Babilonia para Israel, esto será también para las iglesias algo que al fin resulte positivo.
Además, lo que institucionalmente es verdad para la iglesia (y, sin duda, para otras organizaciones) es también verdad para cada uno de nosotros en nuestras vidas personales. Las humillaciones que nos acosan a causa de nuestras incongruencias, complacencias, fracasos, traiciones y ceguera para con nuestras propias faltas pueden ser ocasiones para “caer hacia arriba”, para aprender en las cenizas lo que no aprendimos en el círculo del ganador.
Casi sin excepción, nuestros mayores éxitos en la vida, nuestras más grandes hazañas y el auge en el rango y la adulación que vienen con eso generalmente no nos hacen profundizar de ningún modo. Parafraseando a James Hillman, el éxito normalmente no trae un átomo de profundidad en nuestras vidas. A la inversa, si reflexionamos con coraje y honradez sobre todas las cosas que han aportado profundidad y carácter en nuestras vidas, tendremos que admitir que, prácticamente en todos los casos, habrá algo con un elemento de vergüenza hacia ello: un sentimiento de incongruencia sobre nuestro propio cuerpo, algún humillante elemento en nuestra educación, algún vergonzoso fracaso moral en nuestra vida, o algo en nuestro carácter de lo que sentimos vergüenza. Estas son las cosas que nos han dado profundidad.
La humillación contribuye a la profundidad; nos conduce a las partes más profundas de nuestra alma. Desgraciadamente, sin embargo, eso no siempre contribuye a un resultado positivo. El dolor de la humillación nos hace profundos; pero puede hacernos profundos de dos maneras: en comprensión y empatía, pero también en una amargura de alma que nos vengaría del mundo.
Pero el punto positivo es este: Como Israel en las riberas de Babilonia, cuando nuestro templo está deteriorado o destruido, en las cenizas de ese exilio tenemos una ocasión de ver algunas cosas más profundas para las que estamos normalmente ciegos.