Lecciones desde una Celda Monástica

    Los monjes guardan secretos dignos de conocerse. Aquí tenemos un consejo de los Padres del Desierto: “Entra en tu celda y tu celda te enseñará todo lo que necesitas saber”. Y otro consejo de Tomás de Kempis, en su famoso libro “La Imitación de Cristo”: “Cada vez que dejas tu celda vuelves a ella ‘menos persona’ ”.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Aparentemente estos consejos van dirigidos a monjes, y la celda se refiere a la habitación privada de un monje, con su pequeña cama, su única silla, su desnudo escritorio, su pequeño lavabo y su austero reclinatorio. Esos consejos sugieren que hay mucho que aprender permaneciendo dentro de ese espacio, y que existen verdaderos peligros al salir de él. ¿Qué puede significar esto posiblemente para alguien que no sea ni monje ni religiosa contemplativa?

    Estos consejos, efectivamente, se escribieron para monjes, pero los profundos principios que los fundamentan pueden extrapolarse para proyectar sabiduría en la vida de cualquier ser humano. ¿Qué sabiduría profunda encontramos en estos consejos?

    Estos consejos no nos están diciendo, como a veces se ha enseñado, que la vocación monástica sea superior a la vocación del laico. Tampoco afirman que, si uno es monje o contemplativo profesional, su interacción social fuera de su celda sea automáticamente malsana.

    La celda -tal como la entendemos aquí- es una metáfora o parábola, una imagen, un lugar dentro de la vida, más que la habitación privada de un monje en un monasterio. La celda se refiere al deber, a la vocación y al compromiso.

    En esencia, esto es lo que queremos decir:

  • Entra en tu celda y tu celda te enseñará todo lo que necesitas saber: Permanece dentro de tu vocación, dentro de tus compromisos, dentro de tus legítimos deberes prescritos, dentro de tu iglesia, dentro de tu familia, y te enseñarán cuál es el auténtico fundamento de la vida y qué significa amar. Sé fiel a tus compromisos, y, lo que en el fondo estás buscando, allí lo encontrarás.
  • Cada vez que dejas la celda regresas menos persona”: Esto quiere decirnos que cada vez que nos desviamos del camino de nuestros compromisos, cada vez que somos infieles, cada vez que nos escapamos de lo que legítimamente habríamos de estar haciendo, regresamos “menos persona” a causa de esa traición.

    Hay una rica espiritualidad en estos principios: Permanece dentro de tus compromisos y deberes, sé fiel, tu lugar de trabajo es un seminario, tu trabajo es un sacramento, tu familia es un monasterio, tu hogar es un santuario, permanece dentro de ellos, no los traiciones, aprende lo que te están enseñando, sin buscar afuera constantemente como si la vida estuviera efectivamente afuera, en algún otro lugar, y sin creer constantemente que Dios está en algún otro sitio.

    Carlo Caretto, el famoso escritor espiritual italiano, comparte una interesante historia para ilustrar esto: Después de haber sido monje por más de un cuarto de siglo y de haber invertido miles de horas orando absolutamente solo en el desierto, fue a visitar a su madre ya muy anciana. Ella era una mujer que se había consumido de tal manera con las duras obligaciones de criar una numerosa familia que durante largos períodos de tiempo, en paralelo a los muchos años de su hijo Carlo en el desierto, había estado demasiado ocupada como para tener un solo minuto siquiera de quietud en su vida. Él sin embargo, Carlo, había invertido largos años en quietud y contemplación. Ella había invertido largos años en actividad doméstica. Y sin embargo, Carlo admitía que ella era mucho más contemplativa que él mismo. Más todavía, él sospechaba que ella era más desinteresada y generosa que él mismo, y que ella poseía una profundidad de alma que él, en aquella etapa de su propia vida, únicamente podía envidiar.

    Pero la conclusión que él sacó de esa observación no fue que algo había de equivocado y erróneo en lo que él había hecho durante largos años de vida monástica en el desierto. Más bien se fijó en su madre y reconoció que había algo absolutamente excelente en lo que ella había hecho, entregándose a sí misma tan desinteresada y generosamente a sus obligaciones como esposa y como madre. Él había entrado en su celda, y la celda le había enseñado lo que necesitaba saber. Su madre había entrado también en su propia celda, y esa celda le había enseñado lo que ella necesitaba saber. La de él era una celda monacal, en el sentido técnico litera, como a ubicada en un monasterio. La de ella era una celda monástica en sentido más amplio. Ambos vivieron vidas monásticas y ambos monasterios les enseñaron lo que necesitaban aprender.

    Así mismo, Caretto reconocía que cada pequeña traición a su vocación monástica le había dejado “menos persona”, menos “él mismo”; y lo mismo reconocía con respecto a su madre: cada pequeña infidelidad a sus deberes como esposa y como madre le habían dejado “menos persona”, menos “ella misma”.

    Aquello a lo que nos hemos comprometido en la vida constituye una celda monástica. Cuando somos fieles a eso, es decir, a los deberes que procedende nuestras relaciones personales y de nuestro lugar de trabajo, aprendemos las lecciones de la vida por ósmosis.  Y a la inversa, siempre que traicionamos nuestros compromisos pertinentes a nuestras relaciones o a nuestro trabajo y profesión, nos convertimos en menos de lo que somos.

    Todos somos monjes y lo que importa no es si vivimos en un monasterio o vivimos en el mundo como esposos, padres, amigos, ministros de la iglesia, maestros, profesores, doctores, enfermeros, obreros, artesanos, trabajadores sociales, banqueros, consultores economistas, comerciantes, políticos, abogados, empleados de salud mental, contratistas o jubilados. Cada uno de nosotros tiene su celda propia, y esa celda puede enseñarnos lo que necesitamos saber.