Un compañero mío me cuenta esta historia: Recientemente, después de presidir una Eucaristía, una mujer de la asamblea se le presentó con este comentario: “¡Qué horrible lectura de la Escritura hemos tenido hoy! ¡Si esta es la clase de Dios al que rendimos culto, entonces yo no quiero ir al cielo!”
La lectura para la liturgia de ese día estaba tomada del capítulo 24 del Segundo Libro de Samuel, donde, aparentemente, Dios se enfada con David por contar el número de hombres que tenía para el servicio militar y entonces le castiga enviando una peste que mata a setenta mil personas.
¿Es esto, de hecho, palabra de Dios? ¿Se enfadó Dios, de verdad, con David por hacer éste un simple censo, y mató a setenta mil personas para darle una lección? ¿Qué posible lógica podría justificar esto? Tal como suena, literalmente, sí, este es un texto horrible.
¿Qué pensamos de pasajes como éste y de muchos otros donde Dios, aparentemente, demanda violencia en su nombre? Por citar sólo un ejemplo: En sus instrucciones a Josué cuando entran en la tierra prometida, Dios le ordena matar todo que encuentren en la tierra de Canaán: a todos los hombres, a todas las mujeres, a todos los niños e incluso a todos los animales. ¿Por qué? ¿Por qué Dios querría tan despiadadamente que todas estas personas fueran destruidas? ¿Podemos creer que Dios haría esto? Hay otros ejemplos similares, como, por ejemplo, en el Libro de los Jueces, donde Dios asiente a la petición de Jefté, el galaadita, bajo la condición de que sacrifique a su propia hija sobre el altar del sacrificio. Textos como éste parecen ir contra la verdadera esencia de la naturaleza de Dios, como lo revela el resto de la Escritura.
A Dios, en la escritura, se le muestra a veces, aparentemente, como si fuera arbitrario, cruel, violento, demandando violencia de los creyentes y completamente insensible a la vida de cualquiera que no sea de sus escogidos favoritos. Si uno tomara estos textos literalmente, no podrían ser usados para justificar el mismo tipo de violencia que grupos extremistas como el Estado Islámico y Al-Qaeda llevan a cabo bajo la creencia de que Dios les ama a ellos solos y ellos son libres de matar a otros en su nombre.
Nada podría estar más lejos de la verdad y nada podría estar más lejos del significado de estos textos. Estos textos, como la erudición bíblica aclara, no son para ser tomados literalmente. Son antropomórficos y arquetípicos. Cada vez que son leídos, podrían estar precedidos por la especie de negador de responsabilidad que ahora vemos con frecuencia en las películas donde nos dicen: No murieron realmente animales al hacer este film. Así, tampoco murieron realmente personas en estos textos.
Ante todo, estos textos son antropomórficos, lo cual significa que en ellos atribuimos a Dios nuestras propias emociones e intenciones. De aquí se sigue que estos textos reflejan nuestros sentimientos, no los de Dios. Por ejemplo, cuando Pablo nos dice que cuando pecamos experimentamos la “ira de Dios”, no estamos para pensar que Dios se enfada con nosotros cuando pecamos y envía un castigo expreso sobre nosotros. Más bien, cuando pecamos, somos nosotros los que nos castigamos, empezamos a odiarnos y sentimos como si Dios se haya enfadado con nosotros. Los escritores bíblicos escriben con frecuencia en este género. Dios nunca nos odia, sino que, cuando pecamos, acabamos odiándonos a nosotros mismos.
Estos textos son también arquetípicos, lo cual significa que son eficaces, imágenes primitivas que explican cómo funciona la vida. Recuerdo a un hombre que me vino un domingo después de la liturgia, cuando la lectura había proclamado la orden de Dios de que Josué matara a todos los cananeos al entrar en la Tierra de Promisión. El hombre me dijo: “Vd. me tendría que haber dejado predicar hoy. Sé que ese texto significa: Soy un alcohólico en recuperación, y ese texto quiere decir `pavo frío´. Como alcohólico, uno tiene que dejar su mueble completamente vacío de licor, toda botella, de modo que ni siquiera puedas tener la menor bebida. ¡Todo cananeo debe ser matado! Jesús dijo lo mismo, aunque usó una metáfora más blanda: A vino nuevo, odres nuevos.” En esencia, ese es el significado de este texto.
Pero, aun así, si estos textos no son literales, ¿no son, a pesar de todo, la palabra inspirada por Dios? ¿Podemos justificarlos sólo porque los sentimos inconvenientes?
Dos cosas se podrían decir en respuesta a esto: Primera, todos los textos solos de la Escritura deben ser vistos en el contexto más amplio y total de la Escritura y de nuestra total teología de Dios; y, como tal, demandan una interpretación que sea coincidente con la naturaleza de Dios como revelado totalmente en la Escritura. Y, en la Escritura como conjunto, vemos que Dios es no negociablemente todo-amoroso, todo-misericordioso y todo-bondadoso, y que es imposible atribuir parcialidad, dureza, brutalidad, favoritismo y violencia a Dios. Además, la Escritura es válida e inerrante en la interpretación de su mensaje, no en la literalidad de su expresión. Por ejemplo, no tomamos literalmente el mandato de Jesús “no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra”, ni el mandato de Pablo “esclavos, estad sometidos a vuestros amos.”
El contexto y la interpretación no son racionalizaciones, son deber sagrado. No podemos hacer la Escritura indigna de Dios.