No permitas, Señor,
que viva y muera
con un corazón egoísta,
preocupado sólo
de tener yo lo necesario
y olvidándome de tantos
hermanos míos
que se hallan acosados
por el hambre y la enfermedad,
sin techo para cobijarse
y sin un trozo de pan
que llevarse a la boca.
No me dejes dormir tranquilo
soñando en mi felicidad
y olvidándome de la ajena,
como si mi vida valiera más
que la vida de un pobre,
de un anciano o de un moribundo.
No toleres, Dios mío,
que mi alma llegue a ser tan raquítica
que sólo quepa en ella
la pregunta de Caín:
“¿Soy yo, acaso,
el guardián de mi hermano?”.