Lidiando con Nuestra Propia Incapacidad

13 de octubre de 2008

    Es difícil dar la talla. En nuestros momentos lúcidos admitimos esto. Es raro el día en que no podamos repetir estas palabras de Anna Blaman:

"Me di cuenta de que era sencillamente imposible para un ser humano ser y permanecer bueno o puro. Si, por ejemplo, yo quería prestar atención y ayudar en una dirección, sólo era posible a costa de desatender otra. Si ponía mi corazón en alguna cosa, dejaba a otra en la frialdad. No pasan ni un día ni una hora sin sentirme culpable de incompetencia o imperfección. Nunca hacemos lo suficiente, y lo que hacemos nunca lo hacemos bien del todo, excepto ser incapaces o incompetentes, para lo cual sí somos buenos, ya que así estamos hechos. Esto es cierto de mí y de todos los demás seres humanos. Cada día y cada hora conlleva su peso de culpa moral, con respecto a mi trabajo y a mis relaciones con otros. Yo me sorprendo constantemente a mí misma en mis debilidades y defectos humanos y, a pesar de que están naturalmente implícitos en mi imperfección humana, soy consciente de que aplico una especie de control. Y esto quiere decir que mis puntos flacos y defectos humanos constituyen también mi culpabilidad humana. Suena raro que debamos sentirnos culpables cuando no podemos hacer nada al respecto. Pero, aun cuando no nos mueva un propósito concreto ni una intención deliberada, estamos convencidos de nuestros propios defectos, y de una culpabilidad general, una culpabilidad que aparece clarísimamente en las consecuencias de lo que hemos hecho o dejado de hacer".

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Henri Nowen expresaba de vez en cuando sentimientos parecidos: Sentimos una percepción molesta de que hay tareas inacabadas, promesas incumplidas, propuestas no realizadas. Siempre hay algo más que deberíamos haber recordado, hecho o dicho. Hay siempre gente a la que no hablamos, ni escribimos ni visitamos. Así que, aunque estemos muy ocupados, tenemos también un persistente sentimiento y malestar de no cumplir nunca realmente nuestras obligaciones. Un insistente sentimiento de no sentirnos realizados subyace en nuestras vidas aparentemente "realizadas".

Cuando entramos en contacto con nosotros mismos, podemos referirnos a estas palabras y expresiones de incapacidad e imperfección. Al acabar el día no podemos estar a la altura, y no podemos evitar defraudar a otros y decepcionarnos a nosotros mismos. Por lo general la falta no está en que no seamos sinceros o en que no nos esforcemos. La falta consiste, simplemente, en que somos humanos. Tenemos recursos limitados, nos cansamos, experimentamos sentimientos que no podemos controlar, nuestro día sólo tiene 24 horas, se nos exige demasiado, nuestras heridas y debilidades nos coartan, y entonces logramos comprender exactamente lo que quiso decir San Pablo: "¡Ay de mí, desgraciado; el bien que quiero hacer, no puedo hacerlo; y acabo haciendo el mal que quiero evitar".

Eso suena quizás negativo, neurótico, y estoico, y puede ser que así sea, pero propiamente asumido, puede generar en nuestras vidas esperanza y renovada energía. Ser humano es ser imperfecto, por definición. Sólo Dios es perfecto y los demás podemos decirnos con seguridad: "¡No temas ser imperfecto!" Pero un Dios que nos hizo así nos dará con toda seguridad la paciencia, el perdón y la gracia que necesitamos para asumir esto.

En cuanto a mí, personalmente, siempre encuentro consuelo en la parábola del evangelio de las diez doncellas que, mientras esperaban al novio, se durmieron, tanto las necias como las previsoras. Aun las sensatas eran también humanas y débiles, como para poder estar despiertas todo el tiempo. Nadie hace las cosas a la perfección, y aceptar esto -nuestra insuficiencia congénita- puede llevarnos a una sana humildad y quizás incluso a un sano sentido del humor.

Pero eso debería conducirnos a algo más: a la oración, especialmente a la Eucaristía.

La Eucaristía es, entre otras cosas, una vigilia a la espera. Cuando Jesús instituyó la Eucaristía, dijo a sus discípulos que siguieran celebrándola hasta que él volviera de nuevo. Un experto bíblico, Gerhard Lofink, se expresa de este modo: No se pueden entender las primeras comunidades apostólicas fuera de la matriz de una intensa expectación. Eran comunidades que esperaban inminentemente el retorno de Cristo. Se reunían en la Eucaristía, entre otras razones, para fomentar y mantener viva esta conciencia, a saber, que vivían a la espera, esperando que Cristo volviera.

Yo procuro celebrar la Eucaristía cada día. Lo hago porque soy sacerdote y parte del convenio que el sacerdote hace con la Iglesia en el día de su ordenación es orar regularmente por el mundo la oración sacerdotal de Jesús, la Eucaristía. así como la Liturgia de las Horas. Pero también lo hago, más personalmente, por otra razón: Cuanto más avanzo en edad, me voy volviendo, en algunas instancias, menos seguro de mí mismo. No siempre sé si estoy siguiendo correctamente a Cristo o ni siquiera sé con exactitud qué significa seguir a Cristo, y así arriesgo mi fe basado en la invitación que Jesús nos dejó la noche antes de morir: Partir el pan y tomar el vino en su memoria, y confiar que esto, aunque todo lo demás sea incierto, es lo que deberíamos estar haciendo mientras esperamos su retorno glorioso.