Todas las actitudes de espíritu cuaresmal, se polarizan en estas líneas de fuerza:
Cuaresma cristocéntrica: Cristo es el centro de todo en la cuaresma. Cristo en su estado de sufrimiento y muerte a causa del mal y al servicio de nuestra conversión, de nuestro perdón, de nuestra liberación del mal. El objetivo que debemos perseguir en toda la vivencia de la cuaresma, es entrar en comunión con este Cristo, asimilar su estado de dolor y de muerte: purificarnos del mal, de nuestro propio pecado, de los fallos y defectos que merman en nosotros la verdad y la gracia, que disminuyen y frenan el amor, la alegría y la paz; solidarizarnos con el Cristo que sufre en todos los que sufren, y ayudar a éstos a que resurjan de sus sufrimientos a la paz y la alegría profunda de la resurrección de Cristo.
Cuaresma pascual: vivir la cuaresma es caminar hacia la pascua; pasar por la muerte de Cristo hecha en nosotros mortificación o muerte al pecado, conversión, penitencia y confesión, hasta purificar y aumentar el amor que nos hace vivir resurgiendo según la resurrección de Cristo a una vida nueva llena de esperanza, de luz, de alegría, de los frutos del amor.
Cuaresma eclesial: cuaresma vivida en “iglesia” para sentirnos más “iglesia”, más comunidad de Cristo en el mundo de hoy. Hemos de hacer comunidad, familia, grupo animado por la fe y la esperanza, que se apoya con amor y se abre y se da al servicio de los demás hombres.
Cuaresma sacramental: los sentidos cristo- céntrico, pascual y eclesial, confluyen en los sacramentos. Los sacramentos del bautismo y confirmación, confesión y eucaristía, son núcleos vivos de la cuaresma cristiana.
Debemos revisar qué conciencia tenemos de nuestro bautismo. Redescubrir el bautismo con que fuimos injertados en la muerte y la resurrección de Cristo y llenados de su Espíritu. Reajustar nuestra conducta a los dones y las exigencias del bautismo.
Debemos revisarnos acerca del sacramento de la confesión. Estamos abandonando este sacramento, porque lo tenemos ignorado en su verdad honda y viva. Y lo tenemos ignorado porque no nos han dado una buena catequesis acerca de él, y porque, tal como hemos venido practicándolo, se nos queda pequeño, incómodo y hasta superficial, vacío. Si descubriésemos en profundidad este sacramento, y si, decididos a vivirlo desde una viva actitud penitencial que nos lleve a la confesión, encontrásemos la posibilidad de tener unas confesiones que nos llenen, daríamos, a nuestra vida cristiana la profundidad y la paz honda de la re-conciliación y la re-vigorización en el entrañable amor del Espíritu de Cristo- salvador.
La eucaristía es otro sacramento que necesita una reforma, no sólo de normas y rúbricas, sino de celebración en la fe consciente y en la vida comprometida al amor. La notable afluencia de gente a las misas de los domingos, que nos ha mantenido tranquilos en nuestra adormecida pastoral sacramental, se ve ahora —si se mira con lucidez— como una rémora, que está impidiendo hacer renovación viva la reforma oficial de la misa. En la mayoría de nuestros templos y capillas, apenas si hacemos otra cosa que aplicar materialmente las nuevas normas y ritos; y no todos, porque la falta de iniciación y de vitalidad de la fe, impide en muchos sitios dar vida al rito de la paz, por ejemplo. ¿Saldremos algún día de la rutina de las “misas” sin eucaristía fraterna y viva? Si queremos lograrlo, habrá que buscar el modo de dedicarnos mucho más a la evangelización y a la catequesis que a los sacramentos; o, para decirlo mejor, dedicarnos a la evangelización y la catequesis, como etapas indispensables de una pastoral sacramental responsable.
Cuaresma viva y actual: hemos de dar a nuestra cuaresma de hombres de hoy el realismo de nuestra propia vida: la necesidad, el hambre, el cansancio, la escasez, la tristeza y cualquier sufrimiento cotidiano, son pasos adentro por la “cuaresma” de esta vida a la resurrección final.
Para integrarlo todo en la cuaresma del año litúrgico, es preciso que el sufrimiento cotidiano de la vida —necesidades, cansancio, soledad, insatisfacción, enfermedad, tristeza, etc.— llegue a ser de verdad “paso”, andadura, camino hacia la plenitud gozosa de la vida que debemos ir construyendo ya, y que debemos buscar y esperar más allá de todo. Para esto, hemos de hacer de los sufrimientos diarios el terreno y el tejido de nuestra existencia cristiana, de nuestro vivir en Cristo camino del Padre; hemos de descubrir y sentir en el sufrir diario, en la tristeza, en el cansancio del corazón y en la soledad, la propia ausencia del Señor y el silencio de Dios; y tenemos que aceptar esas cosas como camino, como marcha dura, como roturación de esta corteza de nuestra condición carnal, como purificación, como aproximación a la paz y la dicha en el amor de Dios. Camino purificador que podemos andar con el Espíritu de Cristo, en la dolorosa oscuridad de la fe, pero con el gozo sereno y firme de la esperanza.
El mundo de hoy necesita que nosotros vivamos con verdad la cuaresma cristiana, hasta dar un testimonio que tenga fuerza de ungüento para sus llagas modernas. El hambre, el odio, la guerra, la injusticia, la explotación, el materialismo… todas las taras que destrozan la vida de los hombres por la piel del mundo, en todas sus latitudes, bajo cualquier régimen, necesitan el mensaje de paz, amor, justicia y salvación, que brotará de la fe y la vida de los cristianos, por la fuerza del Espíritu del Cristo al que hay que convertirse y unirse en cuaresma.