Liturgia de la alabanza vespertina

Indicaciones generales

  1. Como acción de gracias por la vida consagrada, se propone la celebración solemne y comunitaria de las Vísperas del día 2 de febrero. Se puede adaptar a otro día si las circunstancias lo requieren.
  2. Sería oportuno, si es posible, que la celebración cuente con la participación de ministros ordenados, personas consagradas y laicos.
  3. El rito de bendición de las candelas y de la procesión inicial se mantiene; hay comunidades cristianas y religiosas que no pueden hacer coincidir esta celebración con la Eucaristia
  4. La celebración de las Vísperas se hará según indica la Liturgia de las Horas. Para que la oración coral de toda la comunidad sea más participada es bueno que todos los participantes puedan contar con un ejemplar de la misma.
  5. Véase la conveniencia de ofrecer después de la celebración de las Vísperas un momento de ágape fraterno, para favorecer el conocimiento y el encuentro de los participantes y para poder compartir la gracia y el gozo de la vocación y de la consagración en la Iglesia.

CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS

I.Ritos iniciales: Bendición de candelas y procesión

En un lugar fuera de la Capilla o la Iglesia donde se realiza la celebración se reúne la asamblea para la bendición de las candelas. Mientras se espera la llegada del Celebrante se encienden las velas y se canta.

MONICIÓN AMBIENTAL (Un lector)

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Bendito sea Dios, rico en misericordia, que hizo grandes cosas en favor nuestro y de toda la Iglesia.
Agradecemos en todas las cosas a Dios Padre por medio de Jesucristo en quien nos dio todo.
El derramó sobre nosotros, sus hijos e hijas, las riquezas de su gracia, nos hizo partícipes de su proyecto de amor, testigos de su caridad hacia toda la humanidad, Epifanía del amor de Dios Trinidad que quiere entrar en comunión con los hombres. «La vida consagrada refleja este esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (VC, n. 24). Dios, liberándonos del poder de las tinieblas, nos trasladó al reino del Hijo de su amor, reino de la luz.
Estamos aquí reunidos en este día del Señor para agradecer al Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo, con el rezo de las Vísperas, por el don de la vocación y de la consagración. Lo hacemos en comunión con toda la Iglesia que en esta hora glorifica al Padre en Cristo Jesús, Luz del mundo.

BENDICIÓN DE LAS CANDELAS
Quien preside las Vísperas entona el versículo inicial:
Dios mío, ven en mi auxilio…
Respuesta.
Señor date prisa en socorrerme
Todos
    Gloria al padre y al Hijo y al Espíritu Santo
    Como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén
El que preside  bendice las candelas diciendo:
Oremos:
Oh Dios, fuente y origen de toda luz,
que has mostrado hoy a Cristo, luz de todas las naciones,
al justo Simeón;
dígnate bendecir estos cirios;
acepta los deseos de tu pueblo
que, llevándolos encendidos en las manos,
se ha reunido para cantar tus alabanzas,
y concédenos caminar por la senda del bien,
para que podamos llegar a la luz eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Rocía las candelas con agua bendita.

PROCESIÓN (Mientras tanto se canta o se recita):

  1. Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
  2. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.
  3. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
  4. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
  5. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

II.Salmodia

Se cantan los salmos y el cántico del día del Salterio. Eventualmente, antes de la antífona de cada salmo y del cántico se puede hacer una breve monición. Tras haber entonado el salmo o el cántico con su antífona, todos se ponen de pie y el celebrante proclama una oración sálmica.
Se proponen los ejemplos siguientes:

Salmo 109, 1-5.7: El Mesías, Rey y Sacerdote

Monición:
Cristo Resucitado, que está en el cielo a la derecha del Padre, es Sacerdote y Rey para siempre. Él siguen llamando a muchos en su Iglesia para que sigan sus huellas y glorifiquen al Padre con su vida.

Recitación o canto del Salmo 109, 1-5.7

Oración sálmica
Oremos:
Dios, Padre misericordioso y santo,
mira a tu Iglesia reunida en la oración de la tarde,
tú que quisiste llamar al seguimiento de tu Hijo
a muchos hombres y mujeres,
partícipes de su dignidad
sacerdotal profética y real,
derrama ahora sobre ellos el don de tu Espíritu
para que oigan tu voz que les llama
y sigan siempre fieles a tu servicio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Salmo 110: Grandes son las obras del Señor

Monición:
La Iglesia, Pueblo de Dios, da siempre gracias al Señor por sus dones, dones de belleza, de gracia y de santidad. También la vida consagrada es un don de Dios a su Pueblo, con quien Él renueva siempre su alianza de fidelidad y de amor con la variedad de los carismas.

Recitación o canto del Salmo 110

Oración  sálmica
Oremos:
O Dios, que eres la fuente de todo bien,
te damos gracias con todo nuestro corazón
en esta santa asamblea de oración y de alabanza;
Tú que hiciste grandes obras en la Iglesia,
a través de los múltiples carismas de la vida consagrada,
haz que correspondamos siempre a tus dones
con el corazón fiel y agradecido.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Cántico Cfr. Ap 19, 1-7: Las bodas del Cordero

Monición:
La Iglesia peregrina en la tierra se une a la Iglesia celeste cantando el cántico nuevo del Aleluya. En el Espíritu Santo alaba al Padre por la obra de la redención de Cristo, Cordero inocente, que invita a la Iglesia, su Esposa, a la alabanza eterna de su Reino.

Recitación o canto del Cántico Cfr. Ap 19, 1-7

Oración después del Cántico
Oremos:
Concédenos, o Padre, que hagamos de nuestra vida,
consagrada a la gloria de tu nombre y al servicio de los hermanos,
un continuo canto, como alabanza de tu gloria,
para que, agradecidos por el don de la vocación,
fieles a la alianza de la consagración,
podamos ofrecerte siempre nuestra vida
en un agradecimiento perenne.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
 
III.Lectura

La lectura se toma del evangelio del día (Lc 2,22-40).

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones , conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz;
porque han visto mis ojos tu salvación,
la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción – ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

Palabra del Señor

Después de la lectura, el Presidente de la asamblea u otro sacerdote hace una breve homilía que podría inspirarse en el texto que se acaba de leer. Se pueden emplear las notas de homilía que se ofrecen a continuación.

IV. Ideas para la Homilía:

  1. Es un motivo de alegría poder encontrarnos con ocasión de la Jornada de la vida consagrada, cita tradicional que se hace aún más significativa por el contexto litúrgico de la fiesta de la Presentación del Señor.
  2. Al narrar la presentación de Jesús en el templo, el evangelista san Lucas subraya tres veces que María y José actuaron según «la ley del Señor» (cf. Lc 2, 22-23. 39) y, por lo demás, siempre estaban atentos para escuchar la palabra de Dios. Esta actitud constituye un ejemplo elocuente para los consagrados y consagradas.
  3. Cuán importante es poner en el centro de todo la palabra de Dios, de modo especial para quienes el Señor llama a seguirlo más de cerca. En efecto, la vida consagrada hunde sus raíces en el Evangelio; en él, como en su regla suprema, se ha inspirado a lo largo de los siglos; y a él está llamada a volver constantemente para mantenerse viva y fecunda, dando fruto para la salvación de las almas.
  4. En efecto, el Espíritu Santo atrae a algunas personas a vivir el Evangelio de modo radical y a traducirlo en un estilo de seguimiento más generoso. Así nace una  obra,  una familia religiosa que, con su misma presencia, se convierte a su vez en «exégesis» viva de la palabra de Dios.
  5. Así pues, como dice el concilio Vaticano II, el sucederse de los carismas de la vida consagrada puede leerse como un desplegarse de Cristo a lo largo de los siglos, como un Evangelio vivo que se actualiza continuamente con formas nuevas (cf. LG 46). En las obras de las fundadoras y los fundadores se refleja un misterio de Cristo, una palabra suya; se refracta un rayo de la luz que emana de su rostro, esplendor del Padre (cf. VC 16).
  6. La vida consagrada está «profundamente enraizada en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor» (VC, 1) y se presenta «como un árbol lleno de ramas, que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia» (ib., 5). Tiene la misión de recordar que todos los cristianos han sido convocados por la Palabra para vivir de la Palabra y permanecer bajo su señorío.
  7. Hoy, bajo la intercesión y protección de la Virgen Madre, vamos a pedir por todos los consagrados para que en particular alimenten su vida con la oración, la meditación y la escucha de la palabra de Dios. Ellos, que tienen familiaridad con la antigua práctica de la lectio divina, han de ayudar también a todos a valorarla en su vida diaria. Y traducid en testimonio lo que la Palabra indica, dejándoos plasmar por ella que, como semilla caída en terreno bueno, da frutos abundantes.
  8. Pedimos también para que, a la luz de la escucha de la Palabra, muchos jóvenes puedan acoger las llamadas del Señor y responderlas, siempre dóciles al Espíritu, creciendo en la unión con Dios, cultivando la comunión fraterna entre vosotros y estando dispuestos a servir generosamente a los hermanos, sobre todo a los necesitados.
  9. Finalmente agradecemos al Señor el valioso servicio que prestan a la Iglesia y, a la vez, invocamos la protección de María y de los santos y beatos fundadores de los diversos institutos, de modo especial para los jóvenes y las jóvenes que están en período de formación, y a hermanos y hermanas enfermos, ancianos o en dificultad.

Terminada la homilía y tras un breve momento de silencio, en el lugar del responsorio breve de las Vísperas se realiza la siguiente oración de acción de gracias a Dios por el don de la Vida Consagrada a la Iglesia y al mundo..

IV.AGRADECIMIENTO A DIOS POR EL DON DE LA VIDA CONSAGRADA
El que preside invita a todos los consagrados presentes en la celebración a que se sitúen juntos y de pie en un lugar destacado. Se procede a la acción de gracias según el modelo que se presenta a continuación:
El que preside:
Hermanos y hermanas, en esta fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, os invito a todos a agradecerle conmigo al Señor por el don de la vida consagrada, que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia.
Vosotros, aquí presentes, consagrados al servicio de Dios, en una magnífica variedad de vocaciones eclesiales, renováis vuestro compromiso de seguir a Cristo obediente, pobre y casto, para que, por medio de vuestro testimonio evangélico, la presencia de Cristo Señor, luz de los pueblos, resplandezca en la Iglesia, e ilumine al mundo.
(Todos oran en silencio durante algún tiempo)
Prosigue el que preside la celebración:
Bendito seas, Señor, Padre santo,
porque en tu infinita bondad, con la voz del Espíritu,
siempre has llamado a hombres y mujeres,
que, ya consagrados en el Bautismo,
fuesen en la Iglesia signo del seguimiento radical de Cristo,
testimonio vivo del Evangelio,
anuncio de los valores del Reino,
profecía de la Ciudad última y nueva.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Te glorificamos, Padre, y te bendecimos,
porque en Jesucristo, tu Hijo,
nos has dado la imagen perfecta del servidor obediente:
Él hizo de tu voluntad su alimento,
del servicio la norma de vida,
del amor la ley suprema del Reino.
Lector o lectora:
Gracias, Padre, por el don de Cristo,
hijo de tu Sierva, servidor obediente hasta la muerte.
Con gozo confirmamos hoy nuestro compromiso
de obediencia al Evangelio, a la voz de la Iglesia, a nuestra regla de vida.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Te glorificamos, Padre, y te bendecimos,
porque en Jesucristo, nuestro hermano,
nos has dado el ejemplo más grande de la entrega de sí:
Él, que era rico,
por nosotros se hizo pobre,
proclamó bienaventurados a los que tienen espíritu de pobre
y abrió a los pequeños los tesoros del Reino.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Gracias, Padre, por el don de Cristo,
hijo del hombre, paciente, humilde, pobre,
que no tiene dónde descansar la cabeza.
Felices, confirmamos hoy nuestro empeño
de vivir con sobriedad y austeridad,
de vencer el ansia de la posesión con el gozo de la entrega,
de utilizar los bienes del mundo
por la causa del Evangelio y la promoción del hombre.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Te glorificamos, Padre, y te bendecimos,
porque en Jesucristo, hijo de la Virgen Madre,
nos diste el modelo supremo del amor consagrado:
Él, Cordero inocente, vivió amándote
y amando a los hermanos,
murió perdonando
y abriendo las puertas del Reino.
Lector o lectora:
Gracias, Padre, por el don de Cristo,
esposo virgen de la Iglesia virgen.
Felices confirmamos hoy nuestro compromiso
de tener nuestro cuerpo casto y nuestro corazón puro,
de vivir con amor indiviso
para tu gloria y la salvación del hombre.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
El que preside la celebración:
Mira bondadoso, Señor,
a estos hijos tuyos y a estas hijas tuyas:
firmes en la fe y alegres en la esperanza,
sean, por tu gracia, un reflejo de tu luz,
instrumentos del Espíritu de paz,
prolongación entre los hombres de la presencia de Cristo.
El, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos aclaman cantando:
Amén.

V.Magníficat

Se canta el Magníficat con la antífona propia del día. Durante el canto del Magníficat se inciensan el altar y la asamblea.
 
VI.Preces

Siguen las preces del día; antes de la última oración por los difuntos, se pueden añadir algunas oraciones de agradecimiento-preces por el don de la vida consagrada, siguiendo el esquema de las preces de las Vísperas.

VII.Padrenuestro y Oración conclusiva

VIII.Bendición y despedida

    Antes de la bendición final, el Presidente dirige a los presentes estas palabras de exhortación u otras similares:
Hermanos y hermanas, os exhorto en el nombre del Señor, con la fuerza de su Espíritu: Sed testigos de su amor en medio de su pueblo. Armonizad vuestra vida con la dignidad de vuestra vocación. Sed, de nombre y de hecho, siervos y siervas del Señor a imitación de la Madre de Dios. Sed íntegros e íntegras en la fe, firmes en la esperanza, fervientes en la caridad. Sed prudentes y vigilantes. Cuidad, en la humildad del corazón, el gran tesoro que os ha sido concedido.
Alimentad vuestra vida con el cuerpo de Cristo, fortificadla con el ayuno y la penitencia, alimentadla con la meditación de la Palabra, con la oración frecuente y con las obras de misericordia. Ocupaos de las cosas del Señor, vuestra vida esté escondida con Cristo en Dios. Interceded incesantemente por la propagación de la fe y la unidad de los cristianos.
Acordaos de los que, olvidando el amor del Padre, se han alejado de Él, para que Él los salve en su misericordia. Recordad que estáis al servicio de la iglesia y de los hermanos, amad a todos y preferid a los pobres, socorredlos según vuestras posibilidades. Curad a los enfermos, enseñad a los ignorantes, dad a todos la caridad de la verdad, proteged a los niños, apoyad a los jóvenes, ayudad a los ancianos, consolad a los que lloran, vuestra luz resplandezca ante a los hombres.
Haced la voluntad de Dios como y con Jesús, su Hijo, cooperando con amor a la llegada de Su reino en el mundo y Cristo será vuestro gozo y corona en la tierra, hasta que os conduzca a las bodas eternas donde, cantando el canto nuevo, seguiréis al Cordero adonde vaya.

El celebrante bendice la Asamblea con la bendición solemne aronítica que está en el Misal romano I (Núm 6,24-26):

El Señor os bendiga y os guarde.
T: Amén.
Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor.
T: Amén.
Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz.
T: Amén.
La bendición…
Glorificad al Señor con vuestra vida, podéis ir en paz.
T: Demos gracias a Dios.

Se puede entonar un canto mariano como momento final de la celebración.