Llamados a estar con Él y ser enviados

25 de mayo de 2006

En el contexto de nuestra vida religiosa, tal vez sea menester subrayarlo ya desde el principio: somos llamados como miembros de una «familia» convocada o reunida en nombre del Señor»(PC 15). Es A Señor que nos ha llamado y convocado. Y él es quien nos envía. Nuestra vocación y misión tienen, pues, desde su misma raíz un carácter «sin -fónico». Somos comunidad de llamados y enviados. ¡Tal vez, pecando de cierto individualismo, lo olvidamos más de a cuenta!

Finalidad única

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El título que abre nuestra meditación lleva, incluso literalmente, resonancia bíblica: Llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). teológicamente, «estar con » quien llama y él «ser enviados» no son más que dos aspectos de esa única y polivalente realidad le llamamos «vocación».

El «y» que los une, es inmensamente más menos independientes entre sí. En el ámbito teológico -aquí, mejor, teologal- no hay más, sino simbiosis de contenidos, potenciándose y enriqueciéndose mutuamente. Lo cual impone siempre ¡alerta! frente a toda fácil tendencia a las dicotomías de lo unitario o a las «destotalizaciones».

Nuestra vocación lo es a «estar-con-él» de continuo, proyectando, al mismo tiempo, la rica experiencia de dicho «estar-con» sobre los hombres, nuestros hermanos, y compartiéndola con ellos, ya que tal es el núcleo de toda misión evangelizadora. El «contacto» con Cristo ha de aspirar a «contagiar» de Cristo a todos los hombres.

En esta hora difícil pero cargada de esperanzas y oportunidades, como consecuencia y, a la vez, exigencia de vivir más purificado que nunca nuestro ideal y proyecto vocacional, habría que subrayar muy enfáticamente esa aludida simbiosis implicada ya en este «seguir más de cerca a Cristo», que define nuestra vocación como totalidad.

Hoy los religiosos y sacerdotes seguimos interrogándonos por nuestra identidad o razón de ser. Pero las gentes nos interrogan por nuestra experiencia y vivencia en ese Cristo a quien decimos «seguir más de cerca» y confesamos anunciar, comunicar y hacer presente en el mundo.

Lo típico y hasta específico de todo proyecto vocacional evangélico -y de su correlativa espiritualidad- se define por una relación -personal y comunitaria- con Cristo, que implica, a la vez y simultáneamente, «estar-con-él» y «vivir-su-misión», que se traduciría en un trabajar con él y como él. Y, por supuesto, para él.

¿Qué implica uno y otro aspecto de esta vocación unitaria?
 
«Estar-con-él»

Como para los Doce, cuyo proyecto de vida y misión de una u otra manera trata de perpetuar toda vocación dentro de la Iglesia, la razón de ser de nuestra concreta existencia vocacional es Jesús.

Presencia y experiencia

Estar-con-él lleva consigo relación personal con Jesús. «Venid conmigo y seguidme». Y surgirá una relación interpersonal, de TU a tú, fundamentalmente determinada por la llamada del mismo Jesús. Se le podrá responder con un «sí» o un «no». Pero ese «estar-con-él» es determinante.

«Estar-con» significa acto y actitud de presencia y exige crear un íntimo «nosotros» o «nos-uno»: es continua compañía e incondicional amistad. Es recíproca intimidad y hasta mutua inmanencia de cada uno y de todos con él y de él con cada uno y en todos.
La presencia entraña, a su vez, y está llamada a culminar en una experiencia de vida: «Venid y ved» (Jn 1,39). ¡Vaya si vieron…! Es la experiencia de ver, escuchar, compartirlo todo con él. Tal experiencia no es sino fruto precioso de la gracia invasora y posesiva por parte de Jesús; es un «ser escogido, alcanzado y ganado por el Señor Jesús» (Flp 3,8-12), que culmina en esa radical transformación vital que da lugar a un nuevo yo: «No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Ello érales esencial a los Doce para captar la identidad de Jesús y los secretos del Reino que estaban llamados a difundir (cf Mc 4,10-11).

La finalidad del «estar-con» como presencia y experiencia es conseguir «personalizar» a Jesús en la historia. El religioso está llamado a «representarlo» o hacerlo presente con su mismo proyecto de vida (LG 44;46; PC 1).

En actitud teologal
 
¿Que cómo, cuando no está ya físicamente entre nosotros, es posible «estar-con», ver y escuchar, «acompañar», experimentar a Jesús? El ayer Jesús de Nazaret es ahora el Kyrios presente y actuante, que sigue llamando, que sigue dando sentido, no sólo a las situaciones históricas, sino también a la situación personal de cada uno. «¡Sígueme»! Fue la primera, pero fue también la última palabra que Jesús, ya resucitado, dirigiera a Pedro (cf Jn 21, 19 y 22). La llamada a seguir a Jesús lo es a un proceso de conformación -comunión con él o de cristificación en y desde la nueva situación personal que él ponga en cada uno, a través de la propia vocación. Tal es el sentido que los evangelistas dan al verbo griego akolouthein, traducido por seguir, pero ya no en sentido meramente físico, sino radical y teológico (cf Mt 10,38; 16,24; Mc 1,16-18; 2,14; Le 9,57-62; 5,10ss; Jn 6,44 y 65; 21, 19 y 22).

Esta actitud teologal exige, por nuestra parte, un ambiente de intimidad y recogimiento, de mirada contemplativa, que nos disponga a ese pati divina de que hablan los místicos, por extraño que pueda resultar tal ambiente en nuestro mundo activista y ensordecedor. ¡Qué horizonte se nos iluminarían en el «estar-con-Jesús» si fuésemos capaces de no reprimir su dinámica de transformación!
No olvidemos que, incluso como «enviados», sólo seremos fuerza transformadora de nuestro mundo cuando, como consecuencia de ese “estar-con-Jesús”, nuestro trabajo sea también con Jesús, y como él.

Y ser enviados

Estar con Jesús es también vivir para el ’cimbre. Como él. Tal es el sentido de nuestra «misión»: «Como el Padre me envió, así también yo os envío a vosotros»(Jn 20,21). ira una manera de asociarnos a su propia identidad de «enviado del Padre». Cabal-riente, nuestra «misión» es ir perpetuando entre los hombres la imagen del gran enviado: Jesús,
entrar en la misión de Cristo

Entrar en la misión de Cristo

Fundamentalmente es dar resonancia entre los hombres a su obra: «He aquí, Padre, que vengo a cumplir tu voluntad»(Hbr 10,9; cf Jn 6,38). Es lo primero que dice Cristo al entrar en el mundo. «Te he glorificado en la guerra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar»(Jn 17,4), dirá hacia el final de su vida.

Es el eje en torno al cual giró la misión de Cristo: la obra de la salvación de los hombres que el Padre le encomendara. Y no otro a de ser el núcleo fundamental de nuestra -misión». La riqueza salvífica de nuestro estar-con-Jesús» ha de compartirse con los hombres nuestros hermanos, de suerte que, preguntar ellos por Cristo, podamos con nuestras palabras y nuestras obras, pero sobre todo con el testimonio de nuestra vida, decir: «Venid y veréis»(Jn 1,46; 12,21-22).

Por ahí ha de empezar y ahí ha de culminar la «misión» para la que se nos llama. Actividades u obras que no se nutran de esa savia, y por muy apostólicas que se las denomine, serían «in-significantes», porque no Tejarían el fondo y sentido trascendentes las obras de Cristo como «Enviado del Padre»(cf Jn 5,36: 10,25).

¿Por qué no siempre nuestra «misión» nos hace suficientemente creíbles? ¿Por qué a fuerza de arrastre a nuestras obras y actividades? ¿Por qué, como diría Sastre, son las nuestras «revoluciones paradas» que nada cambian? Porque el «yo» o «nosotros» de donde brotan no se ha identificado con el Jesús «Enviado del Padre». Porque no hemos entrado nosotros en esas «revoluciones», cambiando nosotros mismos. ¡Cuántas veces, en el fondo, hemos desnuclearizado nuestra «misión», por fáciles concesiones a una superficial y mal entendida secularización…!

Nuestra «misión» lo será de verdad cuando sea capaz de imprimir sentido a cuanto está sucediendo en la historia, ya que, de lo contrario, los acontecimientos son «in-significantes» en medio de un mundo que se debate y hasta se pervierte en su propia «insignificancia», precisamente por falta de horizontes últimos y definitivos.

Que los hombres vean a Cristo en nosotros

Dentro de esta perspectiva teológica de la «misión», la vocación es llamada a identificarnos con el Cristo «enviado» con el fin de que los hombres lleguen a ser para él y por él para el Padre en el Espíritu. Trabajar y actuar con y como Jesús implica, pues, un dejarse informar y un como experimentar aquello de «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido y enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos, a proclamar un año de gracia del Señor»(Lc 4,17-22). No olvidemos que en toda «misión» evangélica y evangelizadora el gran protagonista es y será siempre el Espíritu de Cristo. Sólo cuando no nos vean «movidos» por el Espíritu podrán los hombres ver a Cristo en nosotros.

Como decía el autor -un jesuita- del Diario de la amistad, «no tenemos que proclamar en primer lugar la historia de la salvación enviada por Dios, sino ser nosotros como enviados, un fragmento vivo de dicha historia… No creo que pueda ser un apóstol sobreañadiendo una vida de oración; no puedo ser un hombre de oración y un con
Sólo entonces nuestra «misión» se hace auténtico servicio a todo el hombre y a todos los hombres. A todo el hombre: porque dicha «misión» adquiere su máxima profundidad, al llegar hasta el fondo mismo de la conciencia humana, hasta la conversión del corazón, que es lo más íntimo y más personal del ser humano. Y a todos los hombres: porque «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» en Cristo, «mediador entre Dios y los hombres, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tim 2, 4-6).

Conclusión

Lo más fundamental no es estar aquí o allí, actuar en esto o en lo otro, sino –donde SEA y en uno u otro puesto – “estar-con-Jesús” y actuar como «enviados» suyos. Sólo ello nos haría merecedores de la bienaventuranza que se canta, en el himno de segundas Vísperas de santos varones para un santo religioso o religiosa:

«Dichosos los que oísteis la llamada
al pleno seguimiento del Maestro,
dichosos cuando puso su mirada
y os quiso para amigo y compañero.
Dichosos mensajeros de verdades,
marchando por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras.
Dichosos, del perdón dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos».

II. RESONANCIAS

Texto para meditar

«La Mariposa y la luz»

Una noche se reunieron las mariposas. Trataban, anhelantes, de examinar la forma de conocer de cerca el fuego. Unas a otras se decían: "Conviene que alguien nos informe un poco sobre el tema".

Una de ellas se fue a un castillo. Y desde fuera, a lo lejos, vio la luz de una candela. A su vuelta vino contando sus impresiones, de acuerdo con lo que había podido comprender.

Pero la mariposa que presidía la reunión no quedó bastante satisfecha: "No sabes nada sobre el fuego", dijo.

Fue otra mariposa a investigar. Esta penetró en el castillo y se acercó a la lámpara, pero manteniéndose lejos de la llama. También ella aportó su pequeño puñado de secretos, refiriendo entusiasta su encuentro con el fuego. Pero la mariposa sabia contestó:

"Tampoco esto es un auténtico informe, querida. Tu relato no aporta más que los anteriores".

Partió luego una tercera hacia el castillo. Ebria y borracha de entusiasmo se posó, batiendo sus alas, sobre la pura llama. Extendió las patitas y la abrazó entusiasta, perdiéndose en ella alegremente. Envuelta totalmente por el fuego, como el fuego sus miembros se volvieron al rojo vivo.

Cuando la mariposa sabia la vio de lejos convertirse en una sola cosa con el fuego, llegando a ser del color mismo de la luz, dijo: "Sólo ésta ha logrado la meta. Sólo ella sabe ahora algo sobre la llama".
(Leyenda árabe)

Para la celebración

Introducción: El Señor está en medio de nosotros. Pero eso no es bastante. Quiere hacerse presente en el centro de cada corazón particular para poder unirnos a nosotros. Como tantos otros momentos, hoy también es Él quien convoca, quien reúne, quien congrega nuestra comunidad. Y nosotros -como los primeros apóstoles- hemos de dejarlo TODO para poder seguirle, para poder escuchar lo que quiere comunicarnos. Hagamos ese silencio privilegiado que nos pone en comunicación con lo sagrado.

Canto: Salmo de la Comunidad

Salud del presidente: El Señor Je­sús, que nos ha llamado por nuestro propio nombre para estar personal y comu­nitariamente con Él y para ser enviados en nombre suyo, esté con todos vosotros.

Reflexión meditativa

* Descubrir las actitudes que Jesús nos piden como individuos y como comunidad para que nuestra vocación religioso-misionera sea de verdad lo que da tema a nuestro retiro de hoy.
* Profundizar en la experiencia vital de Jesús quien, con su llamada a estar con él, nos interpela siempre. Y profundizar la fundamental exigencia de la misión como un despertar en los demás su encuentro con Cristo y, por Cristo, con el Padre en el Espíritu.
* Plasmar en compromisos concretos una efectiva corresponsabilidad por la que nuestra vida personal y comunitaria sea un testimonial «estar con Jesús» frente a nosotros mismos y frente a los demás.
* A la luz de las propias Constituciones, señalar lo positivo que fomenta nuestro ideal y lo negativo que los despotencia. Señalar causas. Aplicar medios.

Preces: Oremos para que, con la gracia el Espíritu Santo, podamos hacer realidad viva y testimonial la experiencia que lleva consigo el estar con Jesús

-  Por los Pastores del Pueblo de Dios. En primer lugar te pedimos Señor por Benedicto XVI, que la fuerza de tu Espíritu le de luz en su labor. Rogamos por todos cuantos tienen algún gobierno en la Iglesia, para que siga siendo el espíritu del Evangelio el motor de sus empresas y discursos, oremos: Tú que nos quieres UNO, escucha nuestra oración.

-  Por las Comunidades Religiosas. Para que cada uno de sus miembros, con la tarea que le es encomendada, sepa construir la parcela del Reino que le corresponde, anuncie la Buena Nueva a sus hermanas y hermanos y denuncie lo que no se corresponda con aquella, oremos: Tú que nos quieres UNO, escucha nuestra oración.

-  Preces espontáneas. Oración final

Señor Jesús, el enviado del Padre y el ungido por el Espíritu Santo, el Salvador de la humanidad, que vive hoy en la Iglesia, nosotros te proclamamos centro y motor de nuestra fe y de nuestra vida. Haz que lleguemos a tener una experiencia tan íntima y viva de tu persona, que sepamos revelar a todos el misterio de tu comunión con el Padre en el Espíritu. Te pedimos ser invadidos por tu presencia, hasta que no seamos ya nosotros los que vivimos, sino que seas Tú Señor, quien viva en todos y cada uno de nosotros, a fin de ser más aptos para el anuncio de tu Reino. Haz que consigamos nuestra plena configuración contigo dentro de nuestra comunidad religioso-misionera, siguiendo el ejemplo de nuestro(a) Funda­dor(a) y según el carisma con que nos has distinguido en la Iglesia. Haz de nosotros vi­gorosos testigos de la plenitud de alegría con que Tú adornas nuestras vidas, para que haya muchos que sientan el deseo de cami­nar con nosotros en pos de Ti. Concédenos ser fieles a nuestra vocación, y dilata nuestros corazones para que, siguiéndote más de cerca y estando siempre contigo, sepamos testimoniar con nuestra vida que Tú estás siempre cerca de todos como Dios-con-nosotros. Amén.

Canto final: Sois la semilla.