Sólo a Dios pudo ocurrírsele llamar a María, llena de gracia. Sólo a Dios que ve hondo y ama tanto. Después El se calló, pero hizo que hablara Isabel. Habló María: Proclama mi alma la grandeza del Señor se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Proclamemos todos la grandeza del Señor. El Poderoso ha hecho obras grandes en Ella. María nos supera, es grande, paraíso, bien sin mal, memoria de Dios, maravilla absoluta, prodigio sin fin, cima y cielo. No nos atreveríamos a llamarla mar. Porque las cosas grandes de Dios son de otra manera. Las cosas de Dios son grandes pero no grandiosas. La maravilla las viene de dentro. María es plena, rebosante, pero como una fuente. María está llena de Dios, pero es sencilla. Eso, como una fuente que siempre está manando, corre incesantemente, se da sin medida, y en el fondo es pura y transparente.\»Llevas en tus ojos cielo / de tanto al cielo mirar,/ espejo de las estrellas,/ que en Ti contemplan su faz / titilante que nos habla,/ a través de tu cristal,/ de otros Ojos que nos miran / y se encienden más allá…/Fuentecita caminante,/ si yo supiera cantar / mi salmodia peregrina / sin penas a tu compás…/ Fuentecita rumorosa,/ ¡si, cuál Tú, supiera amar…!/ ¡Si yo supiera en mis ojos otros Ojos reflejar / que nos miran… y nos aman… / y se encienden más allá…! (….) ¡Si yo supiera ser fuente / sedienta siempre del Mar…! (M. Díez Presa).Qué clara está el agua, que frescura de fuente. Beber, beber y correr, Señor. Qué bueno y sapientísimo Dios. Uno no para de beber y de correr. El cielo comienza aquí. Hasta que uno llegue por fin al Mar de la vida eterna.
San Esteban, protomártir
Mt 10,17-22. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre