Lo más necesario

    Con frecuencia vivimos y viajamos con más cosas de las necesarias. Nos cuesta hacer un ejercicio de desprendimiento, de despojo, de ir sólo con lo necesario. Llevamos sobrecarga y muchos sobrepesos. La misión me ha permitido vivir con austeridad, “ligero de equipaje”. Me ha enseñado que basta con mirar al suelo para recoger la grandeza y la miseria humana y mirar al cielo para ver la providencia amorosa de Dios que no abandona la obra de sus manos.
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Lo más necesario fue como siempre, amar, creer y esperar; ser muy humano y estar muy abierto a la realidad de cada día, de cada persona, de cada comunidad, de cada pueblo. Y así, abierto y acogedor, llegaron las experiencias de amor y dolor, de amistad, de saludos y despedidas…todo adquirió sentido, incluso las tentaciones, las dificultades y los pequeños conflictos. La misión me exigió poner los ojos más allá de mí mismo para descubrir cómo las personas me enseñaban a mirar, hablar y vivir de otra forma; a la manera de Jesús: con comprensión, con esperanza, con fortaleza, con bondad, con paciencia, con misericordia.

Lo más necesario fue no caer en el activismo, en la vorágine de reuniones, papeles, viajes, trabajos organizativos… Necesité buscar espacios y tiempos breves para estar a solas, delante de Dios solo y decir más de una vez: “aumenta mi fe”; “en tus manos encomiendo la misión”; “cura también mi herida, limpia mi pecado”; “toca mi fondo, ensancha mi corazón, hazme un hombre nuevo”; “que no me falte tu gracia”; “que aprenda a amanecer en la luz de tu misericordia”. Y cada noche, cuando el silencio toma la palabra, oí que Dios me regalaba una paz y libertad interior que nadie puede imaginar.

Lo más necesario fue salir a la calle, a los caminos, a las encrucijadas, al lugar donde viven y trabajan tantas y tantas personas, para tomar parte en sus luchas por la vida, por levantar la esperanza, por hacer posible la paz y la justicia, por aliviar dolores y consolar alguna desgracia, por aportar un granito de arena en la inmensidad de un desierto sediento de agua y de verdad.

Se hace necesario pedir ayuda a los compañeros y compañeras de ruta para hacer más fácil el camino, repartir y compartir los trabajos. Se hace necesario pedir la fuerza del Espíritu para poder evangelizar, para aceptar la dureza de algunos días, los desgarros humanos, las múltiples pobrezas, las realidades negativas que no puedes cambiar. Nada deja indiferente. La gracia de Dios se desbordó. La alegría se quedó en cada misionero.