Lo que hacemos en privado

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Nadie es una isla; en realidad, nadie está solo. Si eres una persona de fe o incluso alguien con un sentido intuitivo altamente afinado, sabrás que no hay cosa como un acto verdaderamente privado, para bien y para mal. Todo lo que hacemos, sin importar lo privado que sea, afecta a los demás. No somos mónadas aisladas cuyos pensamientos y actos privados carezcan de efectos en algún otro. Sabemos esto, y no sólo por nuestra fe. Lo sabemos intuitivamente por lo que sentimos en nuestras vidas.

¿Cómo captamos lo que se halla oculto en la privacidad de las vidas de otras personas? Recíprocamente, ¿cómo afecta a otros lo que acontece en la privacidad de nuestras propias vidas?

No tenemos una metafísica, una fenomenología ni una ciencia a través de las cuales podamos rastrear esto explícitamente. Sólo sabemos que es verdad. Lo que hacemos en los fondos privados de nuestros corazones y mentes es de alguna manera captado por otros. Cualquier religión digna de tal nombre enseña esto, a saber, que todos estamos en alguna real, mística y simbiótica comunión de unos con otros donde en definitiva nada es verdaderamente privado. Esta creencia es compartida básicamente por todas las grandes religiones del mundo: Cristianismo, Hinduismo, Budismo, Islamismo, Taoísmo y religiones nativas americanas y africanas. Ninguna religión admite un pecado privado que no afecte a la comunidad entera.

 Esto aclara algunas enseñanzas de Jesús. Jesús enseña que no son sólo nuestras acciones externas las que ayudan o hacen daño a otros; son también nuestros pensamientos más recónditos. Para él, no sólo debemos evitar hacer daño a alguien a quien odiamos; ni siquiera debemos tener malévolos pensamientos contra él en nuestros pensamientos privados. De igual modo, es insuficiente educarnos sexualmente para no cometer adulterio; incluso tenemos que educar los pensamientos eróticos que tenemos respecto a otros.

¿Por qué? ¿Qué daño hay en los pensamientos privados? No es sólo el peligro de que, si tenemos ciertos malos pensamientos respecto a otros, al fin los realizamos (por verdadero que esto pueda ser). Lo que está en peligro es algo más profundo, algo contenido explícitamente en la noción cristiana del Cuerpo de Cristo.

Como cristianos, creemos que todos somos miembros de un organismo viviente, el Cuerpo de Cristo, y que nuestra unión con cada uno es más que metafórica. Es real, tan real como la condición física de un cuerpo viviente. No somos una corporación, sino un cuerpo viviente, un organismo viviente, donde todas las partes afectan a todas las otras partes. De aquí que, exactamente como en un cuerpo vivo, las enzimas saludables ayudan a traer salud al cuerpo entero, y las células infectadas y cancerosas amenazan la salud de todo el cuerpo; así también en el Cuerpo de Cristo. Lo que hacemos en privado está aún dentro del cuerpo. Consecuentemente, cuando hacemos cosas virtuosas, aun en privado, al igual que una enzima saludable, ayudamos a fortalecer el sistema inmunitario del cuerpo entero. Por el contrario, cuando somos infieles, cuando somos egoístas, cuando pecamos -no importa que esto sea hecho sólo en privado- al igual que una célula infectada y cancerosa, estamos ayudando a destruir el sistema inmunitario del cuerpo. Así las enzimas saludables, como las células nocivas del cáncer, trabajan en secreto, bajo la superficie.

Esto tiene importantes implicaciones para nuestras vidas privadas. Dicho simplemente, nada de lo que pensamos o hacemos en privado deja de tener un efecto en otros. Nuestros pensamientos y acciones privados, como las enzimas saludables o las células infectadas, afectan a la salud del cuerpo, sea fortaleciendo o sea debilitando su sistema inmunitario. Cuando somos fieles, ayudamos a traer salud al cuerpo; cuando somos infieles, somos una célula infectada que desafía al sistema inmunitario que hay en el interior del cuerpo.

Tanto si somos fieles como si somos infieles en privado afecta a otros, y esto no es algo que resulte abstracto ni místico. Por ejemplo, un cónyuge conoce cuando su pareja es infiel, al margen de si el asunto es manifiesto. Además, el cónyuge sabe esto no sólo porque puede ser que haya sutiles delaciones de la infidelidad en el lenguaje y conducta del cuerpo del otro. No, conoce esto a nivel visceral, incipiente y místicamente, porque en cierto modo oscuro e inexplicable, siente la traición como una lesión en la salud e integridad de su matrimonio. Esto puede sonar más metafórica que realmente, pero os invito a examinarlo en la vida. Sentimos la infidelidad.

Algunas cosas las sabemos conscientemente, y otras inconscientemente. Conocemos ciertas cosas por observación, y otras intuitivamente. Conocemos a través de nuestra cabeza, nuestros corazones y nuestras entrañas; y a través de todas estas tres facultades, a veces (porque dentro de un cuerpo todas partes afectan a cada una) conocemos algo porque lo sentimos como una tensión o un alivio en nuestra alma. No hay actos privados. Nuestros actos, tanto los privados como los públicos, traen ya salud ya enfermedad a la comunidad.

Reservo las últimas palabras a los poetas: Si estás aquí fielmente, traes gran bendición (Parker Palmer). Si estás aquí infielmente, traes gran daño (Rumi).