Te doy gracias, María, por ser una mujer.
Gracias por haber sido mujer como mi madre,
y por haberlo sido en un tiempo
en el que ser mujer era como no ser nada.
Gracias porque cuando todos te consideraban una mujer de nada, tú fuiste todo,
todo lo que un ser humano puede ser y mucho más,
la plenitud del hombre, una vida completa.
Gracias por haber sido una mujer libre y liberada,
la mujer más libre y liberada de toda la historia,
la única mujer liberada y libre de la historia,
porque fuiste la única no atada al pecado,
la única no uncida a la vulgaridad,
la única que nunca fue mediocre,
la única verdaderamente llena de gracia y de vida.
Gracias porque estuviste llena de gracia, porque estabas llena de vida,
estuviste llena de vida porque habías sido llenada de gracia y de vida.
Gracias porque supiste encontrar la libertad siendo esclava,
aceptando la única esclavitud que libera, la esclavitud de Dios,
y nunca te enzarzaste en todas las otras esclavitudes que a nosotros nos atan.
Porque al llegar el ángel te atreviste a preferir su misión a tu comodidad,
porque aceptaste tu misión, sabiendo que era cuesta arriba,
una cuesta arriba que terminaba en un Calvario.
Gracias porque fuiste valiente, gracias por no tener miedo,
gracias por fiarte del Dios que te estaba llenando,
del Dios que venía no a quitarte nada, sino a hacerte más mujer.
Gracias por haber sido la mujer más entera que ha existido,
y gracias sobre todo por haber sido la única mujer de toda la historia que volvió entera a los brazos de Dios.
Gracias por seguir siendo madre y mujer en el cielo,
por no cansarte de cuidar de tus hijos de ahora.
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
Jn 18, 33b-37. Tú lo dices: soy rey.