Retornamos al himno de la Navidad: «Gloria a Dios en el cielo, / y en la tierra paz a los hombres, / que Él tanto quiere.» (Lc. 2,14). No fue entonado en el templo de Jerusalén, sino en la campiña de los pastores. Dios los ama más que una madre; son los pastores aquellos a quienes «Dios tanto quiere.» Los campos de refugiados, por ejemplo, ¿serán un lugar adecuado para cantar hoy el himno de la Navidad? ¿Y los campos de batalla, mientras retumban estremecedoras las bombas, y mueren nuestros hermanos? ¿Y las torres gemelas, sepultura de millares de hijos de Dios? ¿Y las calles de nuestros pueblos y ciudades, por las que galopan los caballos del terrorismo? ¿Y los hogares que esconden avergonzados vejaciones humillantes y dolores inconfesados? ¿Y nuestras comunidades cristianas o religiosas en las que sufren, penan y mueren tantos hijos de Dios frágiles e indefensos, sin que nadie escuche el sordo quejido de su dolor?… El campo de los pastores se ha ampliado: ya no es la campiña, colindante con Belén. Los ángeles de Dios bajarán a este campo y cantarán su himno navideño. Porque en este campo ya universal existen hijos a quienes Dios tanto quiere, más que una madre a su hijo.
Santa Cecilia, virgen y mártir
Lc 19,45-48. Habéis hecho de la casa de Dios una “cueva de bandidos”.