Jesús, “después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios.” (Act 1, 2-3)
La cuarentena pascual ha llegado a su cumbre. Jesús, desde lo alto del Monte de los Olivos, asciende a los cielos y los discípulos quedan en aparente soledad, pues, después de los cuarenta días, dejó de aparecerse a los suyos. Sin embargo, si tomamos la medida del número cuarenta y la interpretamos desde el contexto bíblico, se puede comprender mejor la promesa que les hizo Jesús a los discípulos, de que no los dejaría huérfanos, sino que permanecería junto a ellos, hasta el fin del mundo. Así termina el Evangelio de Mateo: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
En el año litúrgico, los cuarenta días de pascua se suman al tiempo que va desde Navidad al 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús, antes llamada de la Purificación de María, cuarenta días purificadores, que exigía la ley de Moisés a las mujeres después de su maternidad. Le siguen los cuarenta días penitenciales, que van desde el Miércoles de Ceniza al Domingo de Ramos, tiempo de conversión y seguimiento de Jesús, que culminan con los cuarenta días del tiempo pascual, desde la Resurrección a la Ascensión de Cristo, tiempo luminoso en el que se debe fraguar la unión con Jesús. Se podría decir que, de alguna manera, a través de la Liturgia, se nos proponen la vía de ascesis o purgativa, del seguimiento o de la luz, y, a las tres cuarentenas anteriores, hay que añadir una cuarta, que es la que debería identificarnos, la unitiva. La liturgia la señala con dos fiestas, el 6 de Agosto, fiesta de la Transfiguración o del Salvador, y el 14 de septiembre, solemnidad de la exaltación de la Cruz.
En el tiempo que nos toca vivir, desde la celebración del Misterio Pascual, los cristianos tenemos la posibilidad de transformar la realidad, iluminada por los Misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de Cristo, que nos permiten celebrar cada día todos los acontecimientos como Misterios luminosos, no porque sean resueltas las dificultades, sino porque la historia cotidiana se recorre acompañada y trascendida.
El cuarenta significa una generación, la totalidad de una existencia. Quien haya vivido el paso del Señor, su Pascua, ha quedado capacitado para vivir durante toda su vida en la certeza del acompañamiento de Jesucristo resucitado, verdad que le permite interpretar el día a día desde la luz de los iconos de Pascua.
¿En qué cuarentena te encuentras? ¿Has gustado el esplendor de la revelación manifestado a través de Cristo?