Un seminarista a quien conozco fue recientemente, un viernes por la tarde, a una fiesta tenida en un local del campus universitario. El grupo estaba compuesto por un gentío de estudiantes universitarios jóvenes, y cuando él fue presentado como seminarista, como alguien que trataba de llegar a ser sacerdote y que había hecho un voto de celibato, la mención de celibato evocó ciertas risitas en el local, alguna burla y chistes sobre lo mucho de lo que él debe prescindir en la vida. ¡Pobre, ingenuo muchacho! Inicialmente, en este grupo de milenios, sus creencias religiosas y aquello a lo que esto le había llevado en su vida fue estimado como algo entre divertido y lastimoso. Pero, para cuando se acabó la fiesta, varias jóvenes habían venido, llorado sobre sus hombros y expresado su frustración por la incapacidad de sus novios para formalizar definitivamente su relación.
Este incidente podría servir de parábola que describiera a los jóvenes de hoy en nuestro mundo secularizado. Muestran lo que con razón podría ser llamado un carácter bipolar sobre la fe, la iglesia, la familia, el código sexual de valores y otras muchas cosas que les son importantes.
Ellos presentan un cuadro inconsistente: Por una parte, en conjunto, no acuden a la iglesia, al menos con cierta regularidad; no siguen los criterios cristianos sobre la sexualidad; parecen indiferentes e incluso a veces hostiles a muchas apreciadas tradiciones religiosas; y pueden aparecer increíblemente superficiales en su adicción y esclavitud a lo que está tomando rumbo en el mundo del entretenimiento, moda e información tecnológica. Mirado desde una sola perspectiva, nuestros chicos hoy pueden aparecer irreligiosos, moralmente indiferentes y en una pesada dieta del tipo de superficialidad que caracteriza a las “TV realities” y a los juegos de vídeo. Más seriamente todavía, también pueden aparecer miopes, avaros, mimados y excesivamente auto-interesados. No un bonito cuadro, precisamente.
Pero éste no es exactamente el cuadro. Bajo esa apariencia, en la mayoría de los casos, encontraremos a alguno que es muy amable, sincero, delicado, cordial, afable, moral, cálido, generoso y deseoso de todo lo bueno (sin mucha ayuda de una cultura que carece de guía moral clara y está cargada de sobre-elección). La buena noticia es que la mayoría de los jóvenes, a nivel de sus deseos reales, de ninguna manera están peleados con Dios, la fe, la iglesia y la familia. Para la gran mayoría, la juventud hoy es aún muy buena gente y quiere todas las cosas correctas.
Pero, eso no es siempre tan evidente. A veces su apariencia parece engañar su fondo, de modo que lo que de hecho son y lo que de hecho quieren no resulta tan evidente. Vemos lo externo, y vista ahí, nuestra juventud puede aparecer más auto-interesada que generosa, más superficial que profunda, más apática que moralmente sensible, y más moralmente indiferente que llena de fe. También pueden manifestar presunción y auto-suficiencia que sugiere poca vulnerabilidad y ninguna necesidad de guía por parte de alguien más allá de ellos mismos.
De aquí su bipolaridad: Mayormente quieren todas las cosas correctas, pero, demasiado frecuentemente, a causa de una falta de genuina guía y su adicción a la cultura, no están haciendo el tipo de elecciones que les traerán lo que desean más profundamente. La sexualidad es un magnífico ejemplo de esto: Estudios hechos sobre milenios indican que la mayoría de ellos quiere, al cabo del día, ser interiormente monógamos, matrimonio fiel. El problema es que también creen que primero pueden permitirse diez o quince años de promiscuidad sexual, sin tener que aceptar que practicando diez o quince años de infidelidad no sea una buena preparación para la clase de fidelidad necesaria para sustentar un matrimonio y una familia. En esto, como en muchas otras cosas, son atrapados entre su código cultural de valores y sus frágiles seguridades propias. La cultura pregona una cierta ética, la liberación de las timideces del pasado, acabada con una presunción que empequeñece cualquier cosa que cuestiona. Pero mucho de esa presunción es de hecho silbar en la oscuridad. En el fondo, nuestros jóvenes son bastante inseguros y, felizmente, esto los mantiene vulnerables y simpáticos.
Tal vez Louis Dupré, filósofo retirado que enseñó durante muchos años en Yale, lo capta de la mejor manera cuando dice que los jóvenes de hoy no son malos, simplemente, no están acabados. Eso es una simple mirada que capta mucho. Uno puede ser maravilloso y muy simpático, pero aún inmaduro. Además, si eres bastante joven, eso incluso puedes ser atractivo, la verdadera definición de agradable. Lo contrario es también, muchas veces, verdadero: Algunos de nosotros, adultos, sufrimos de nuestra propia bipolaridad: Somos maduros, pero lejos de ser maravillosos y simpáticos. Esto tiende a algunos dobles extraños y paradójicos.
Así, ¿quién es el actual joven de hoy? ¿Es la persona que se envuelve en su propio mundo, obsesiva de la apariencia física, adicta a los medios sociales, viviendo fuera del matrimonio con su pareja, presumiendo de su propia visión moral y religiosa no-tradicional? Eso -creo yo- es la apariencia superficial. El actual joven de hoy es cálido, de buen corazón, generoso y confiado, que espera conscientemente el amor y la afirmación, y que espera inconscientemente el abrazo de Dios.