a) "La vida toda" del presbítero se halla comprometida y entregada.
La pasión por el ministerio, que brota de la fe y de la seducción por Aquel a quien hago presente y visible, me lleva a identificarme con la tarea, a sentirme bien, como pez en el agua, con los jóvenes. Eso reporta gusto por el trabajo pastoral, disfrutando con los jóvenes, sintiéndome en mi lugar, realizándome, centrado en lo mío, que es lo Suyo. Los jóvenes no quieren medias tintas, sino que buscan referentes radicales, que arriesguen y se la jueguen por ellos. Los jóvenes me llevan a ser todo para ellos en el Señor.
b) Epifanía de Dios para los jóvenes.
La experiencia carismática y ministerial me va enseñando que uno mismo se convierte en el mensaje, la oferta y la propuesta para otros. Los jóvenes ven a Jesús en la medida en que cada uno "tengamos los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Flp 2,5). La calidad y la hondura del corazón esculpido día tras día por el Dios de la Vida es el mejor menú que los jóvenes pueden descubrir en nosotros mismos. Y si además esto lo vivimos y lo compartimos en comunidad, facilitamos al joven un boceto de Reino, un anticipo del sueño de Dios hecho realidad en una comunidad concreta y palpable.
El cura/religioso de los jóvenes ha de ser un místico, una persona profundamente enraizada en el amor primero de Dios. Por eso hemos de distinguirnos por nuestra dedicación a la oración contemplativa; más aún, que la contemplación de Dios sea nuestra tarea apostólica. La oración, la meditación de la Palabra, la contemplación, el estudio… son actividades fundamentales del cura de los jóvenes, que no debemos perder ante ninguna otra urgencia pastoral, porque forma parte de nuestro trabajo cotidiano.
De residente a itinerante".
c) “De residente a itinerante”
Dice un amigo mío que no se puede ser peregrino porque una vez se peregrinó. La tierra de los jóvenes se convierte en una experiencia espiritual de desposeimiento, itinerario de la búsqueda de la voluntad de Dios en nuestras vidas, liberación de muchas seguridades que me encierran en mí mismo. Tengo experiencia de que cuando me he arriesgado y cuando he abandonado la orilla de mis seguridades y he sido capaz junto a otros de adentrarme en el lago con sus amenazas, inquietudes y tormentas, el Espíritu ha renovado mi vocación-misión generando nuevos encuentros, nueva experiencia de Dios, de la fraternidad, renovando sentido de nuestra misión en medio de los jóvenes y los pobres. En cambio, cuando me he dejado vencer por el miedo y la inseguridad y me he refugiado en los caminos de siempre, la orilla de los jóvenes se aleja y mi corazón se enfría. Y una gran escuela es seguir las huellas de Pablo de Tarso.
d) La sabiduría de un corazón que escucha y acoge incondicionalmente.
Dios habla hoy a través de los jóvenes. No tengo la menor duda. ¡Cuántas veces hemos claudicado de nuestras ideas, esquemas, proyectos, etc. porque los jóvenes han visto otra cosa! Me parece que es importante tener rostros e historias de jóvenes concretos que habiten nuestra oración, que extienden nuestra fraternidad, que hacen adulta nuestra afectividad, que estén inmersos en el pan y vino de la eucaristía. La escucha es un aprendizaje permanente, donde el joven pueda sentir que comunicando su vida, sus alegrías y avatares, está siendo acogido, escuchado y comprendido por Dios a través del presbítero, a imagen del Buen Pastor, "que conoce y da la vida por las ovejas" Qn 10,11.14).
e) Urgidos al amor, sin depender de eficacias.
Intento ir a la persona, saber buscarla para encontrarla, crear ocasiones donde instaurar una relación interpersonal, donde poder escuchar e interesarme por lo que a él o ella le interesa, descubrir lo que le mueve el corazón, lo que sufre, lo que desea, la aventura que sueña, los afectos que alimenta, las situaciones familiares que vive, los proyectos laborales que realiza… Cuanto más seducido me encuentro por el amor y la llamada del Señor, más enviado me siento a transmitir y a convocar.
f) Ex-propiados.
La puerta de entrada de los jóvenes es lo afectivo, tanto por la necesidad expresada u oculta de ser queridos como por la centralidad del corazón y de lo subjetivo en la cultura actual. Los jóvenes no esperan de nosotros razonamientos teóricos, sino que se vinculan a espacios y proyectos donde se sienten y se saben queridos gratuitamente. Ahí intuyen algo nuevo y valioso. En María de Nazaret podemos encontrar una gran ayuda para activar esta solicitud tan querida por los jóvenes. Por el ministerio presbiteral estamos llamados a ser ex-propiados, a convertirnos en instrumento al servicio de la evangelización, en regalo de Dios para los demás.
g) Servidor de la comunión eclesial.
"Ante Dios los presbíteros somos co-presbíteros para siempre" es una expresión que tiene mucha fuerza y verdad. Esa fraternidad sacerdotal, al igual que la fraternidad vocacional, ha de mostrarse en lo cotidiano y ha de significarse entre los jóvenes. Cuando así es, posibilitamos a los jóvenes unos referentes comunitarios muy valiosos para una buena inserción eclesial e incluso propuesta vocacional. ¡Cuánto les cuesta a los jóvenes visibilizar esa fraternidad sacerdotal!
h) Volver a Jesús.
Tengo que reconocer que los jóvenes me han ayudado a pasar del proyecto a la relación personal. Y así he podido entender y vivir que el fin último de todo mensaje y signo es la apertura de la persona a la fe y a la vida en Cristo. Ésta es la auténtica y progresiva liberación integral, porque creemos que es en Cristo donde se revela lo que está llamado a ser el hombre y la mujer de esta Historia: horizonte y posibilidad de plenitud y humanidad nueva. Lo humano y la fe no son, por tanto, realidades superpuestas. No se construye la persona y luego se le anuncia la fe; los valores evangélicos necesitan, potencian y liberan el crecimiento humano. Es fundamental enamorarnos de Jesús, focalizar nuestra relación con Jesús como Señor y conductor de la vida, sanador de nuestras heridas, instructor de discípulos que envía y a quienes educa en el arte del acompañamiento en la fe. La fe no es sólo respuesta, es también propuesta y ayuda a preguntarse adecuadamente sobre lo humano. Toda experiencia de fe es experiencia plenamente humana.
i) Caminar por las alturas.
En estos tiempos nuevos y recios que estamos viviendo y ante la creciente dificultad de evangelizar a los jóvenes, dedico mucho tiempo a sugerir proyectos de vida, alternativas que inviten a ser más plenos y significativos, propuestas que activen ilusión, esperanza y vida en medio de las comunidades y de los jóvenes…
Cuando observo a muchos curas, de todas las edades que han claudicado de los jóvenes y han tirado la toalla de la pastoral con jóvenes, siento que el corazón comunitario y eclesial se congela y se achica, y que esa pasión de Dios por el mundo se arrincona y se debilita.
j) A los pies de los jóvenes excluidos.
Hay una experiencia que nos discierne en nuestra verdad: la práctica de la misericordia. La práctica de la misericordia nos devuelve a nuestra auténtica identidad cristiana y sacerdotal. Estamos llamados a recorrer los caminos samaritanos, haciendo que la otra persona sea "mi prójimo" y la misericordia es la que nos hace a nosotros "su prójimo". Quizá tengamos que discernir con claridad y audacia de quiénes somos "prójimo". Lo serán los pobres cuando hagamos suyas sus necesidades, cuando amemos a los pobres "prójimos" como a nosotros mismos, y cuando desaparezcan las barreras de los propios intereses ante la ineludible necesidad del otro.
Extracto de la charla de Alvaro Chordi,
"Los jóvenes me ayudan a creer", en el
Foro de Animación Vocacional, organizado
por los Claretianos de Santiago.
Los Molinos, enero de 2012.