Las raíces profundas del distanciamiento juvenil respecto a las comunidades cristianas se encuentran en el acelerado cambio socio-cultural, en el intenso proceso de secularización y en la aguda crisis pública de la institución eclesial. No obstante, en el terreno cercano de la vida común de las parroquias -del que la mayoría de los jóvenes han tenido, hasta ahora, una impresión mucho más positiva que de la «gran Iglesia»- pueden encontrarse pistas para comprender el progresivo éxodo juvenil. Voy a plantear telegráficamente algunas paradojas o insuficiencias pastorales, que me parecen importantes:
✯ La acción evangelizadora entre los jóvenes ha mostrado durante años mucha capacidad de dinamización, pero con frecuencia, todas esas actividades -divertidas y muy positivas desde el punto de vista de la educación en valores- no fueron suficientes o adecuadas para hacer posible en encuentro personal con Jesucristo en la fe. Cuando se diluían los lazos afectivos, cuando la pérdida de novedad de las actividades reducía su atractivo o cuando cambiaban las circunstancias en las que vivían los jóvenes (el paso del colegio al instituto o la universidad; el cambio de amigos o pareja; o el comienzo de la actividad laboral…), se rompía también la relación con la parroquia, que no estaba motivada por una experiencia religiosa con calado.
✯ La pastoral juvenil condujo a la multiplicación de iniciativas de tipo servicial, lúdico, simbólico o formativo pero que, en general, se encontraban carentes de referencias sugerentes de cristianismo adulto y de encarnación en la propia realidad educativa, laboral, afectiva, social o política. Por ello, los jóvenes de la parroquia parecían situarse en un mundo «virtual», en un «invernadero» en el que no encontraron los recursos como para enfrentarse al mundo real como creyentes adultos. Así la experiencia «de grupos» acababa viviéndose no como iniciación a una existencia cristiana madura y comprometida, sino como «una etapa» propia de la condición juvenil a superar cuando hubiera que «sentar la cabeza» y que no resistía la «prueba del algodón» de la vida ordinaria fuera de la protección eclesial.
✯ La acción educativa y catequética con los jóvenes estuvo muy marcada por su propia subcultura lo que, sin querer, generó una brecha entre éstos y el resto de la comunidad adulta que, a la postre, no llegaba a cerrarse casi nunca. Era tan distinta la manera que tenían los grupos juveniles de orar y celebrar, de organizarse y comunicarse, o la teología que utilizaban respecto a los adultos de la parroquia que, a la postre, no podían integrarse en una organización que consideraban ajena a su sensibilidad y con muy poca vitalidad. Lo cierto es que en la mayoría de los casos, los adultos estaban encantados con que los jóvenes participaran en la vida parroquial -aunque hubiera algunas parroquias inmovi-listas opuestas a sus «novedades»-, pero éstos raramente asumieron el deseo de salir de su microclima juvenil para integrarse en uno común.
✯ A pesar de la proliferación de materiales de educación en la fe y de la larga duración de los itinerarios catecumenales, podemos decir que los procesos fracasaron decisivamente tanto por lo que respecta a la iniciación a la experiencia religiosa cristiana, como en la formulación de un cristianismo capaz de presentarse como forma de existencia alternativa, gozosa y liberadora en un mundo marcado por los valores y horizontes de las sensibilidades moderna y postmoderna. Los jóvenes terminaban percibiendo la fe cristiana como una realidad anacrónica, opuesta a las nuevas corrientes de la historia y se encontraban sin capacidad intelectual como para acreditar su opción creyente en un entorno de creciente indiferencia religiosa. La pérdida del horizonte crítico y utópico y el fortalecimiento de la sociedad del bienestar implicó una seria crisis, incluso para el cristianismo progresista.
✯ La teología renovada que durante el postconcilio se transmitió a muchas generaciones de jóvenes y la misión de renovar la Iglesia que recibieron durante los años 70 y 80 por parte de numerosos miembros de la jerarquía, han sido posteriormente desautorizadas por las tendencias contrarreformistas que han predominado en el catolicismo de las últimas dos décadas. Son miles los jóvenes que, ilusionados desde su adolescencia con el Evangelio de Jesús, se comprometieron en actividades de voluntariado social y de evangelización para terminar sufriendo una profunda decepción cuando, al ir avanzando en edad y espíritu crítico, empezaron a padecer el regreso del tradicionalismo. La discriminación de género, la falta de verdadera corresponsabilidad, o el inmovilismo en materia sexual, llegaron a ser inaceptables para muchos de ellos.
✯ Es indudable que la vivencia grupal ha sido uno de los puntales de la pastoral de juventud hasta la actualidad, hasta el punto de olvidar que, muchas veces, la situación espiritual de cada miembro podía ser muy distinta. Sin embargo, pocas han sido las parroquias capaces de lograr que esos grupos juveniles desembocaran en la constitución de verdaderas comunidades cristianas, cuando los procesos catecumenales tocaban a su fin. Si las generaciones anteriores podían sentirse partícipes de una parroquia a título individual o familiar, los creyentes más jóvenes solo han permanecido como miembros activos de la Iglesia en el seno de comunidades y movimientos capaces de proporcionarles la intensa relación interpersonal propia del pequeño grupo. Sigue siendo un dato casi universal que las parroquias que hoy conservan su vitalidad creyente y evangelizadora están constituidas por el encuentro de fraternidades cristianas diversas y no por la suma de feligreses individuales y anónimos.
✯ Por último, es preciso hacer mención de la ambigua experiencia de participación que los jóvenes han tenido en la parroquia. Es cierto que, en un contexto social que retrasa la edad en la que los jóvenes asumen responsabilidades familiares, laborales o sociopolíticas, las parroquias han sido un espacio en que éstos han podido sentirse útiles, valiosos, necesarios e, incluso, protagonistas. Pero, no es menos cierto que, en muchos casos, su labor era aceptada como colaboración en lo que otros decidían. Muchos jóvenes, celosos de su libertad y habituados a las prácticas igualitarias de la democracia, han experimentado con dolor el neoclericalismo -sea en su versión «autoritaria»o «paternalista»-, cuando se ha producido como consecuencia de un cambio de párroco o de la aplicación de nuevas normas diocesanas o de la Iglesia universal, y han decidido marcharse.
(Se trata de un fragmento de un artículo más amplio)