«Un filósofo chino decía que las relaciones personales son como los malabares del rodador de platos.
Este malabarista utiliza una larga varilla metálica del tamaño de una persona. Sobre ella coloca un plato y lo hace girar sobre sí mismo manteniéndolo en equilibrio sobre un extremo de la varilla. La varilla queda apoyada en el suelo sobre el otro extremo y el giro del plato sobre ella la mantiene a su vez en posición vertical. La proeza malabar consiste en mantener el mayor número de varillas en pie con platos girando sobre ellas.
La metáfora del filósofo chino es muy útil para entender el «trabajo» en las relaciones personales. Cada persona debe atender sus propios platos y mantenerlos rodando sobre sus varillas. Las relaciones necesitan ser «impulsadas» cada cierto tiempo porque si no se enlentecen, se estancan y, finalmente, caen.
En el campo de las relaciones personales tenemos nuestras propias varillas con platos sobre ellas. Conforme vamos creciendo y desarrollando nuestra vida personal y social, aumenta el número de varillas.
Y debemos ir de unas a otras dando impulso a los diferentes platos para que sigan girando.
Llega un momento en que las carreras y el empeño no son suficientes para mantener todos los platos girando a la vez. Eso no debe preocuparnos, es normal, le pasa a todas las personas. Existen relaciones que con el tiempo dejan de «girar», y no es un problema grave.
Situémonos en el medio de la pista. Siempre tendremos cerca aquellas varillas que tengan sobre ellas nuestros más preciados platos. De esta manera no tendremos que recorrer mucha distancia para impulsarlas de nuevo.
Algunas veces miramos más lejos y vemos que un plato se tambalea sobre la punta de la varilla, está dejando de girar. Con un rápido movimiento nos acercamos y le impulsamos de nuevo. Le damos fuerza para que continúe girando un tiempo. En ocasiones algún despiste hace que un plato caiga al suelo. No se ha roto. Con cuidado lo colocamos de nuevo y lo impulsamos para hacerlo girar de nuevo. Al principio muy despacio, después más deprisa.
Otras veces, el plato se rompe al caer. Ya no podemos utilizarlo. Tendremos que buscar otro plato para hacerlo girar. No sabemos si el nuevo plato girará bien o mal, rápido o despacio. Tras probarlo y decidir que nos interesa, lo dejamos girando y volvemos al centro.
Así son nuestras relaciones personales. Necesitan impulso, trabajo constante. No por tener acuerdo o convencimiento sobre una amistad, un amor o un afecto, éste se mantiene por sí mismo. Hay que hacerlo girar. El número de varillas y platos depende de nosotros mismos.
Los platos que están más cerca, a los que damos impulso casi sin esfuerzo, son nuestra pareja, nuestros familiares más próximos, nuestros hijos e hijas, nuestros mejores amigos y amigas, etc. Otros más lejanos son nuestros compañeros del trabajo o nuestra vecina de al lado. A lo lejos quedan antiguas amistades, los demás vecinos o los parientes lejanos.
A veces atendemos demasiado a los tres platos más cercanos, nos recreamos en su giro. Cuando queremos darnos cuenta, el resto de la vajilla está en el suelo, algunos están rotos, otros no. El esfuerzo que nos puede suponer poner otra vez tantos platos a girar nos asusta y nos echa para atrás. Sin embargo se puede hacer. Poco a poco todos los platos pueden estar en su sitio. Los platos siguen girando (más o menos despacio) a pesar de no estar atendiéndolos, y están girando todos a la vez. Nuestras relaciones tampoco necesitan de nuestra presencia permanente para seguir vivas.
Y todas existen en el mismo momento, aunque no podamos atenderlas simultáneamente.»
Medina J. A. y Cembranos F. «La soledad» Ed. El País-Aguilar