Son ellos. Los ojos de tantos niños y niñas que hablan por sí solos. No hay engaño en sus miradas. Trasparentan lo que son, lo que llevan, lo que viven, lo que sienten, lo que sufren, lo que esperan, lo que quieren. Muestran el mundo real y duro que les ha tocado vivir.
En esta “caravana de tristezas”, a muchos les fueron arrebatadas prematuramente la inocencia y el candor, la limpieza y la piedad, la dicha y el juego. Sus ojos, sus pobres ojos, se fueron apagando y muy pronto prendió el mundo adulto, el mundo de la ingratitud, de la rivalidad, la desconfianza, el egoísmo, la lucha por la supervivencia y la dureza por salir adelante en unas condiciones indignas de vida.
Desde muy pequeños han cargado con duras tareas, especialmente las referidas a las recogidas de chatarra, cartón, limpieza de cristales de los coches, ventas ambulantes… Sus padres y ellos mismos se han ido buscando sus propios medios para sobrevivir. Han ido haciendo de la calle su escuela y su casa. Otros ojos infantiles han tenido mejor suerte, han podido asistir a la escuela, ser bien alimentados, crecer soñando y jugando, permanecer unidos en familia. He visto unos y otros ojos, he mirado con amor a todos, me he acercado a las miradas de los más de ciento veinte niños que todos los días acuden al comedor infantil “Jesús Misericordioso”, donde un pequeño grupo de madres sirve a tantos hijos que esperan la comida a su tiempo. El comedor se hizo posible gracias a las ayudas recibidas de la parroquia de S. Juan Bautista, de nuestra ONG misionera Proclade (Promoción Claretiana para el Desarrollo), y de las personas que generosamente hacen su aportación económica para que toda esta infancia tenga al menos una comida al día.
Esta realidad me ha hecho pensar en el problema duro, cruel y dramático que es el hambre, la falta de alimentos y el encarecimiento de los productos básicos. Esto puede llegar a ser la suma de muchas muertes silenciosas. Delante de nosotros están los hambrientos, los que no pueden ir a la escuela, los que se enferman y no tiene dinero para recuperar la salud. Para comprender este drama, no hace falta creer en Dios, tampoco ir a la iglesia; sólo hace falta sensibilidad para comprender que esos niños y niñas son de nuestra propia carne.
Todo esto no sucede por una especie de fatalidad del destino, sino por los mecanismos perversos, económicos, financieros, políticos, provocados por tantos egoísmos humanos que pueblan la vida de las personas, de los pueblos y de los países. Si no hay voluntad política de acabar con la situación, no habrá solución porque aquí y allí seguirá creciendo el abismo entre ricos y pobres.
Esos ojos en la escuela y en el comedor infantil me han conmovido, me han hecho pensar, me han recordado que no puedo amar a Dios a quien no veo si no comienzo a amar a los que el mismo Dios ha puesto en mi camino para que le vea y les vea, para que le bese y les bese, para que le ayude y les ayude. Los ojos de todos nos aguardan. Ojos hambrientos de esperanza, aguardando en sus manos abiertas la comida a su tiempo que no a todos llega. Como en otras ocasiones, también hoy me he quedado sin palabras. He vuelto a casa poblado de rostros, de sonrisas, de agujereadas ropas de niños pobres, de miradas tímidas, lleno de vida y oración. “Tú que diste vista al ciego y a Nicodemo también, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe”.