II Domingo de Cuaresma
(Gén 22, 1-2. 9a. 15-18; Sal 115; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 1-9)
Los patriarcas de la fe
La vida diaria se puede iluminar con la luz de la Palabra, y es posible que cada vez descubramos aspectos muy diferentes de los que hemos captado en otros momentos.
La lectura que otras veces me había sugerido la llamada que sintió Abraham -“En aquel tiempo Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: -¡Abrahán! El respondió: -Aquí me tienes. Dios le dijo: -Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moría y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré” (Gén 22, 1-2)-, que yo interpretaba como invitación al despojo de lo más amado, esta vez me inspira una moción distinta.
Textos cuya interpretación parece agotada o su sentido demasiado acostumbrado, se convierten en manantial de vida, en referente constante. Con ello se demuestra que la Palabra es viva y eficaz.
Este segundo domingo de Cuaresma se ofrece el relato de la Transfiguración del Señor, con claro sentido pascual. Señala la dirección del camino del seguimiento, cruz y luz. “En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús” (Mc 9,4).
Se puede observar que en las lecturas se cita explícitamente a Abraham, Isaac, Moisés y Elías, patriarcas y testigos de la historia de Dios con su pueblo. Esta observación me lleva a valorar a quienes se han convertido en los testigos de la fe, ancianos fieles que, a pesar de los cambios culturales, son ejemplo de fidelidad, como reza el salmo: “Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo” (Sal 115).
Si entre nosotros tenemos ejemplos venerables de hombres y mujeres que nos acreditan con su fidelidad la razón de la fe, san Pablo apela a la fidelidad de Dios. “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? (Rom 8,32).
Santa Teresa de Jesús
Por estas concurrencias, deseo reconocer a quienes nos preceden y son referentes que acreditan como verdaderos patriarcas y matriarcas la verdad de Dios y su amor a Jesucristo, muerto y resucitado, como lo hace Santa Teresa con los suyos. “Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad” (Vida 1, 1.2).
Siempre objetiva la experiencia contrastar con lo que han vivido los santos. “De aquí debían venir las grandes penitencias que hicieron muchos santos, en especial la gloriosa Magdalena, y aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios y tuvo Santo Domingo y San Francisco de allegar almas para que fuese alabado” (Moradas VII, 4, 11). “… otros santos que se van a los desiertos por poder pregonar lo que San Francisco estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara. ¡Oh, qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas!” (Moradas VI, 6, 11).