En primer lugar una catástrofe ecológica que se vaya fraguando lentamente, ya que a la naturaleza no se le puede tratar como un adversario, se convierte en el mayor obstáculo si no se la protege. Por ello hay que analizar las economías en términos de energía real o potencial y de energía agotada o disponible.
No se pueden negar las enormes presiones que ejercen sobre la naturaleza las economías capitalistas. Los cálculos económicos tratan el consumo de los recursos renovables y no renovables como si fuesen ingresos que contribuyen al crecimiento económico, que es considerado lo mismo que bienestar económico.
No se da importancia al suelo, aire y agua porque al ser bienes gratuitos no se los valora en función de su escasez. La disminución de estos bienes, así como todo tipo de recursos minerales, animales o vegetales se compensa con subvenciones a esos mismos productores que provocan su disminución. Esta es una actitud suicida si queremos que el liberalismo alcance el éxito a largo plazo, porque la economía está contenida en un mundo físico y finito ya que los recursos no se pueden ampliar.
Las técnicas actuales de contabilidad son inadecuadas, porque parten de la base de que la economía es independiente de la naturaleza. A principios del s.XXI la escala de la actividad económica va a ejercer una presión extrema sobre el planeta y su capacidad para poder sostener la vida. Tenemos ya varias señales que nos van anunciando este proceso: la destrucción de la capa de ozono, colapso en las zonas pesqueras, frecuencia en las tormentas tropicales, cambio climático, etc. Con el tiempo todos estos desastres provocan una sangría en el sector económico.
Todo esto dará lugar a tensiones ecológicas que se traducirán en una mayor inestabilidad política y en un aumento de los conflictos armados, el agua escasea y los ecoconflictos se producirán primero en Oriente Medio, el Sahel en África y en Asia.
Ni empresas, ni comunidades pueden librarse de las consecuencias de la degradación ecológica, son unos beneficiarios que no pueden proteger el sistema que les beneficia. El problema de fondo es que el usuario no paga por el servicio, sólo algunos pagarían los costes necesarios para invertir esta tendencia destructiva, pero todos se beneficiarían de ello, y nadie quiere ser el primero, es decir, una empresa ecológicamente responsable, a corto plazo, tiene las de perder ante otra que no respeta estos criterios y consigue mayores beneficios en menor tiempo. A esto hay que sumarle que los empresarios no quieren Estados poderosos que regulen la actividad empresarial e impongan normas, así pues, la destrucción continúa y nadie hace nada por frenarla, pero necesitamos el planeta para vivir.
El crecimiento pernicioso
Sabemos que el crecimiento es nuestro motor económico, pararse significa ser eliminado, aunque a veces parte de lo que se toma por crecimiento refleja tendencias dañinas y destructivas.
Es necesario diferenciar crecimiento de bienestar, ya que estos no vienen necesariamente unidos, cada vez más, el crecimiento económico está provocado por fenómenos sociales, de los que se podría prescindir, a saber: centros de rehabilitación para drogodependientes, construcción de prisiones, reparación de daños causados por atentados terroristas… Seguramente la manera más eficaz de aumentar rápidamente el PIB sea librando una guerra. Así pues, deberíamos calcular este crecimiento en su coste total incluyendo los ecológicos y sociales.
Extremos sociales y extremismo
Según quién recibe los beneficios del crecimiento, así será el futuro del mercado; si los beneficios van a una población relativamente pobre, los dedicará al consumo; pero si se dirige a una población boyante, esta invertirá en mercados financieros en lugar de adquirir bienes y servicios, por lo que la demanda caerá, dando paso a la superproducción y al estancamiento. Por ello la naturaleza de la distribución de los ingresos es fundamental para el bienestar del sistema a largo plazo.
Las economías competitivas benefician sobre todo al sector superior minoritario, mientras que los que están en peor situación son quienes más pierden. El punto medio está desapareciendo, los europeos quieren empleos, pero la clase media teme perder sus prestaciones sociales y como consecuencia su seguridad y la de sus hijos debido a la flexibilización del mercado laboral. Se señala a la globalización como la culpable de esta situación.
En todo el mundo crece el descontento y la ira de los pobres, mientras contemplan los programas televisivos que reflejan vidas opulentas acompañadas habitualmente de una conducta inmoral, creen que la riqueza es finita y que una minoría se ha apropiado injustamente de ella robando a la mayoría que la merece. Esto genera situaciones de tensión y de violencia, la contigüidad física de ganadores y perdedores hace que los primeros tengan que vivir protegiéndose de los segundos y que su vida sea menos agradable de lo que por derecho debería ser.
Mientras, los políticos occidentales ensalzan los valores familiares pensando que estos van a mantener unidas a sociedades que cada vez sufren una tensión mayor debido a la privatización y reducción de los servicios que presta el Estado, además se espera de los ciudadanos que cada vez asuman más responsabilidades respecto de sus comunidades y se ocupen de los más desfavorecidos. Aunque es una conducta que no es fácil que se dé si tenemos en cuenta que estas personas deben competir y poner en primer lugar su propio interés durante toda su vida laboral, ya que se les está pidiendo que cambien radicalmente de mentalidad.
De la misma manera que los ciudadanos se distribuyen en el continuo seguridad – inseguridad y riqueza – pobreza, las regiones geográficas pueden dividirse en ganadoras o perdedoras y en esta escala África puede considerarse la perdedora por excelencia. Los perdedores son siempre desestabilizadores, independientemente de que sean individuales o colectivos con el tiempo tratarán de compensar sus diferencias, causarán problemas al sistema que gobierne. Las protestas deben tomarse en serio y es preciso preverlas desde todos los frentes, incluido el militar.
Así pues, el futuro S. XXI tiene que mantener un equilibrio, si quiere preservar el sistema, entre la conservación de la libertad de mercado y la prevención de los efectos sociales que esta libertad engendra, si no, los costes serán en breve muy superiores a los beneficios.
Capitalismo gansteril
La delincuencia organizada a gran escala puede destruir las bases de la economía legítima. Estas delincuencias basadas en el narcotráfico, las armas, el blanqueo de dinero… mueven millones de dólares y cada vez amplían más su campo; el dinero y la política van detrás de ellas, debido a la enorme tasa de desempleo pueden contratar toda la mano de obra que deseen, incluso ejércitos privados.
Este capitalismo gansteril paralelo al legítimo puede ser un explosivo si logra suplantarlo, porque dejarían de existir las normas de la competencia tradicionales, que serían sustituidas por el terrorismo empresarial, convertido en una guerra entre personas, empresas y naciones.
El accidente nuclear financiero
La volatilidad inherente de los mercados financieros es una grave amenaza para la economía de mercado. Los índices de los mercados de valores, que descansan en 50 ó 60 transnacionales, tienen un margen muy pequeño y pese a la sabiduría que lo acompaña el mercado sufre crisis que ponen en peligro todo el sistema.
Poner de relieve las contradicciones
Todas las amenazas para este sistema financiero contienen aspectos paradójicos que no auguran nada bueno para la seguridad futura del sistema:
El mercado es el juez más sabio del valor de la economía humana, pero no dice cuándo traspasamos el umbral ecológico hasta que es demasiado tarde.
El crecimiento es el alma de la economía, pero el bienestar general ya no guarda necesariamente relación con él, de modo que en muchos casos se convierte en algo contraproducente al generar empobrecimiento en lugar de enriquecimiento.
La economía está en el centro de la sociedad, las empresas deben tener libertad para invertir, pero las personas que dejarán atrás se comportarán de forma desestabilizadora. Visto esto hay que evitar la regulación excesiva, pero un mercado totalmente desregulado generará más excluidos que incluidos.
Las economías gansteriles que generan alianzas entre bandas y Estados delincuentes podrían provocar trastornos geopolíticos que destruirían el clima empresarial normal.
Los mercados financieros son inherentemente inestables y no se puede esperar que se comporten con una racionalidad perfecta, por lo que pueden generar perdedores a una escala inimaginable.