Los siete dones del Espíritu

¡Mis queridos hermanos y hermanas!1. En este segundo domingo de Pascua resuenan en toda la Iglesia las palabras que Jesús resucitado dirigió a los apóstoles en la tarde de su Resurrección, palabras que son don y promesa: «Recibid el Espíritu Santo » (Jn. 20,23).Estamos ya inmersos en el clima gozoso del tiempo pascual, la nueva estación de gracias que en el ciclo litúrgico une el misterio de la Resurrección con el de Pentecostés.2. La Resurrección ha hecho realidad plenamente el designio salvífico del Redentor, la efusión sin límites del amor divino en los seres humanos. Corresponde ahora al Espíritu hacer partícipes a todos y cada uno en ese designio de amor. Por eso hay una estrecha conexión entre la misión de Cristo y el don del Espíritu Santo, prometido a los apóstoles, poco antes de la Pasión, como fruto del sacrificio de la Cruz: «Yo le pediré al Padre y él os dará otro Consolador para que se quede para siempre con vosotros, el Espíritu de verdad… él os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,16.17.26). Significativamente, ya en la Cruz el Cristo a punto de morir «entregó el espíritu» como primicia de la Redención (Jn 19,30).Por lo mismo, en un cierto sentido, la Pascua es ya un primer Pentecostés – «Recibid el Espíritu Santo» – a la espera de su efusión pública y solemne, después de cincuenta días, sobre la comunidad primitiva, reunida en el Cenáculo.3. «El Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8,11) tiene que habitar en nosotros y debe llevarnos hacia una vida cada vez más conforme a la del Cristo Resucitado. Todo el misterio de la salvación es el acontecer del amor trinitario, del amor que fluye entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. La Pascua nos introduce en este amor a través de la comunicación del Espíritu Santo, «que es el Señor y da la vida » («Símbolo niceno – constantinopolitano»).Por tanto, en nuestra cita dominical para rezar la oración mariana de Pascua, el «Regina Coeli», meditaremos sobre los dones del Espíritu Santo. E invocaremos la intercesión de la Virgen María para que nos ayude a comprender más en profundidad estos dones, recordando con fe que sobre ella primero bajó el Espíritu Santo y extendió su sombra el poder del Altísimo (Lc 1,35); recordaremos además, que justamente María fue partícipe de la oración asidua de la Iglesia naciente en la espera de la Pentecostés.