¿Los últimos románticos?

Hace ya muchos años que Nicola di Bari se sentía el último romántico cantándole a la luna. Hoy día surge con insistencia la pregunta: ¿Están llegando a su fin las generaciones del amor romántico? ¿Cómo se forman los nuevos matrimonios? ¿Cómo se vive el sentimiento de amor en nuestra sociedad actual?

Amor romántico

Los analistas nos hablan de la  evolución del sentimiento amoroso: habríamos pasado del amor vivido como pasión, al amor vivido como sentimiento romántico, y de éste al amor posmoderno. En el amor–pasión, el sentimiento amoroso está muy vinculado al atractivo sexual; tendía a la fusión; era posesivo; tendía a sacar de la rutina y de los convencionalismos. El amor romántico aparece como una revelación inesperada: puede ser en forma de flechazo, o en forma de progresiva seducción y enamoramiento.  El sentimiento amoroso es vivido en términos de totalidad, radicalidad y perduración. Afecta a la propia identidad personal, se configura como un original proyecto de vida en común. Cada matrimonio era único aunque hubiera muchas pautas sociales; los códigos de acercamiento y de seducción eran la presencia física, la palabra, el mensaje a través de los amigos; normalmente el varón tomaba la iniciativa del acercamiento. Y la relación nacía como una conquista mutua, fascinados por las cualidades del otro; su belleza, su honradez, su responsabilidad, su seguridad. El juego de la seducción era un juego de deslumbramiento y de idealización recíproca. Estaba lleno de promesa y compromiso. Se vislumbraba que el amor iba a ser eterno.

Amor posmoderno

El amor posmoderno nace como un juego amoroso; está centrado más en la relación recíproca  que en la persona del otro. Se vive como fragmento; es contingente; surge sobre la base de la igualdad emocional y la adaptación; es el amor débil; el amor fragmentario; solo se atreve con los pequeños relatos. Está teñido de provisionalidad: mientras la relación vaya bien y sea satisfactoria, Según A. Giddens la nueva forma de vivir el sentimiento amoroso implica algunas condiciones imprescindibles; la primera es la autonomía personal, es decir, se vive un proyecto de vida personal que se une a otro de la misma característica. En segundo lugar está la condición de la intimidad personal, pero sin que la intimidad sexual esté vinculada a la reproducción, ni siquiera al amor. La sexualidad es muy plástica. En tercer lugar, el sentimiento amoroso de la pareja está vinculado a la igualdad entre varón y mujer; se vive el amor no desde la idea de entrega al otro sino desde el equilibrio de poder. La biografía común se teje en pequeños relatos amorosos; los códigos del acercamiento y de la seducción inicial está mediatizados por las nuevas tecnologías de la comunicación: redes sociales, chats, sms. Y no se llega a construir una biografía unitaria.

El amor posmoderno  ha perdido la dimensión pública y social; se ha individualizado y privatizado. No necesita papeles ni testigos ni celebración especial. Reivindica la configuración personal del afecto sin tener en cuenta las pautas y los roles sociales, ni el dinamismo de la sexualidad. Por eso hay muchas más decisiones que negociar; abundan las dudas y las incertidumbres; la relación matrimonial se hace más compleja; se multiplican los conflictos y el miedo al futuro. Por eso hay que asegurarse en sí mismo y no en el amor del cónyuge. De ahí que se parta de la separación de bienes, de tener cada uno su cuenta corriente, cada uno sus amigos, cada  uno su espacio y su tiempo. Y más tarde, tener hijos pero sin que signifiquen demasiada implicación y complicación, porque la propia carrera profesional es irrenunciable. Y el descanso. Y las diversiones.

Visto todo, ¿qué queréis que os diga. Que yo prefiero el amor romántico. Que lo prefiero para mí como sacerdote. Y para los muchos matrimonios, que están siendo buena noticia en nuestra sociedad.