Es la primera encíclica de Francisco, pero sobre todo es la última de Benedicto XVI. «Lumen Fidei» (La Luz de la Fe), que se presenta en estos momentos en Roma, es la primera escrita a cuatro manos… pero menos.
Y es que la autoría intelectual del texto es claramente del Papa emérito, tal y como reconoce Francisco en su introducción: «(Benedicto XVI) ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones». La mano del nuevo Papa sí se nota en el texto introductorio y al final, cuando vincula la fe con la esperanza y, especialmente, con la caridad y la construcción de un mundo más justo en mitad del sufrimiento.
Estructura del documento
A lo largo de casi noventa páginas, y a través de cuatro capítulos, la encíclica recupera algunos de los temas clásicos de Ratzinger -que ya abordara en documentos como la Dominus Iesus-, acerca de la unidad de la fe, la salvación, los derechos y deberes de la teología y la primacía de la Iglesia como antídoto frente al relativismo de la cultura actual.
Así, el texto hace un repaso por la historia de la fe, desde Abrahán a nuestros días, y algunos de los debates que a lo largo de los siglos han cuestionado la misión de la Iglesia, como la salvación por la fe o su eclesialidad.
El segundo capítulo está dedicado a las relaciones de la fe con la verdad, el amor, el diálogo con la ciencia y la sociedad, la búsqueda de Dios y la teología.
El tercer capítulo se basa en la legitimidad de la institución eclesial como base de la unidad de la fe, así como la importancia de los sacramentos y la sucesión apostólica como depositarios de la verdad de los creyentes. La unidad de la fe frente a distintas ideologías es una de las bases del documento.
Finalmente, el cuarto capítulo vincula la fe con la esperanza y la caridad, y analiza las relaciones de esta virtud con la familia, la sociedad, el bien común y el orden político. El texto concluye con una invocación a la Virgen María, también surgida de la mano de Francisco.
Luz frente a la oscuridad
El texto arranca reconociendo que, en el mundo actual, «la fe ha acabado por ser asociada a la oscuridad», como «un salto al vacío». Frente a ello, el Papa considera «urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo»
«La Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado», proclama Francisco en la introducción, donde, vincula fe, esperanza y caridad en un mismo camino hacia «la comunión plena con Dios».
Una comunión que, como destaca el primer capítulo de «Lumen Fidei», proviene del origen mismo de la vida, desde Abrahán, donde «la fe se pone en relación con la paternidad de Dios». Ya en esa época se daba «la tentación de la incredulidad«, y la idolatría, que «no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte»
Frente a ello, la encíclica propone la fe como «un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse», tal y como hizo Jesús, quien con su muerte «manifiesta la total fiabilidad del amor de Dios a la luz de la resurrección».
Salvación por la fe
«Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo», critica el texto, que retoma la histórica discusión, que proviene de San Pablo y que sirvió a Lutero para su Reforma, sobre si la salvación se da por las obras o mediante la fe. En este punto, la encíclica retoma los puntos básicos de la Dominus Iesus, subrayando que «lo que san Pablo rechaza es la actitud de quien pretende justificarse a sí mismo ante Dios mediante sus propias obras». «El origen de la bondad es Dios», plantea la «Lumen Fidei», quien insiste en la fidelidad a Dios. «La salvación mediante la fe consiste en reconocer el primado del don de Dios».
Tras explicar esta primacía, la encíclica subraya que la fe «tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes». Al no ser una cuestión privada, pues, la fe ha de vivirse dentro de la Iglesia.
Una fe vivida en eclesialidad y en verdad pues, como afirma el texto, «la fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos». En este punto, Lumen Fidei clama por «recuperar la conexión de la fe con la verdad», frente a la tesis vigente en la cultura contemporánea «que tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica (….) es verdad porque funciona» Una verdad que «han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado«, denuncia el texto.
Dios es fiel y verdadero
«Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo», insiste la encíclica que apunta que «si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor». Y es que «amor y verdad no se pueden separar», así como tampoco verdad y fidelidad. «El Dios verdadero es el Dios fiel, aquel que mantiene sus promesas».
La fe y la razón, otro de los ejes del pensamiento de Ratzinger, está presente en la encíclica. En este punto, el texto firmado por Francisco considera que «la luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad», y que «la verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona«, pues «el creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde».
Lumen Fidei considear que «la fe despierta el sentido crítico» y hace que «el hombre religioso esté en camino y dispuesto a dejarse guiar». Por la Iglesia y por la verdad de la fe. También por la teología que, recuerda la encíclica, «es imposible sin la fe«, lo que precias que «la teología esté al servicio de la fe de los cristianos».
Teología fiel al Magisterio
«La teología, puesto que vive de la fe, no puede considerar el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él como algo extrínseco, un límite a su libertad, sino al contrario, como un momento interno, constitutivo, en cuanto el Magisterio asegura el contacto con la fuente originaria, y ofrece, por tanto, la certeza de beber en la Palabra de Dios en su integridad», concluye la encíclica.
«La Iglesia, madre de nuestra fe», es otra de las apreciaciones del texto, que subraya cómo «la fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama».
«Es imposible creer cada uno por su cuenta», añade el texto, que apunta la necesidad de vivir los sacramentos -especialmente el Bautismo y la Eucaristía- y el decálogo «dentro de la comunidad de la Iglesia, se inscribe en un « nosotros » comunitario».
Unidad e integridad de la fe
Lumen Fidei, finalmente, se detiene en definir la unidad e integridad de la fe. Tras asumir que «resulta muy difícil concebir una unidad en la misma verdad», el documento recuerda que «dado que la fe es una sola, debe ser confesada en toda su pureza e integridad». Por eso, añade, «es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe«.
¿Quién se ocupa de ello? La Iglesia, pues «el Señor ha dado a la Iglesia el don de la sucesión apostólica«.
Tras el repaso a la historia de la fe en el seno de la Iglesia y el camino de la Humanidad, Lumen Fidei se detiene a apuntar que «la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz». Esto es: que la fe ha de encontrarse en todos los ámbitos donde el hombre vive y sufre.
«La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo«, señala el texto, que incide en que «la fe es un bien para todos, es un bien común», que «ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza» y que irradia «luz para la vida en sociedad»
«La fe nos enseña que cada hombre es una bendición para mí, que la luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano», lo cual permite, además, respetar más la naturaleza; «nos enseña a identificar formas de gobierno justas» y nos obligas a practicar la «paciencia y el compromiso».
Sufrimiento y amor
«El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor«, añade la encíclica, que recuerda los ejemplos de aquellos que no se olvidaron de las personas que sufren, como San Francisco de Asís o la beata Teresa de Calcuta.
Finalmente, el texto recuerda que «la fe va de la mano de la esperanza», e insta a los creyentes a que «no nos dejemos robar la esperanza, no permitam
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