Lunes de la cuarta semana de Adviento

Pocos poemas como el Cantar de los Cantares nos ofrecen imágenes tan expresivas a la hora de acercarnos al momento cumbre del Adviento, la Navidad.

La llegada del Señor es inminente y ante ella, la actitud de máxima alerta: ¡“Oíd que llega mi amado! Es como un gamo, es como un cervatillo”. Es Él quien llama: “¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mi!” Expresiones en las que se manifiesta el amor más intenso.

(JPG) Es posible vivir la Navidad desde diferentes perspectivas, que pueden ser complementarias, desde la que llama a la solidaridad con quienes son presencia del Niño de Belén, actitud que avala el Evangelio de hoy con el gesto de María, al servir a su prima, a la que manifiesta acogida teologal al Pequeño, colocado en un pesebre. Cabe el canto: “Tocad en su honor el arpa de diez cuerdas, cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones”. Y cabe la experiencia más indecible del amor divino. “Paloma mía que anidas en los huecos de la peña, déjame ver tu figura, porque es muy dulce tu voz, y es hermosa tu figura”.

La Iglesia escoge en estos días las profecías que nos anuncian tiempos en el que “brotan las flores”, se oye “el arrullo de la tórtola”, apuntan “los frutos en la higuera”, “la viña en flor difunde perfume”, para decir que el escenario debe estar dispuesto para el momento en el que se encuentra Amado con amada, en el que el Verbo de Dios se hace carne, y la humanidad se diviniza.

Deja que sueñe tu corazón.

Ábrete a la posibilidad del encuentro más íntimo,

el que Dios puede celebrar dentro de ti.

Dispón tu casa para la llegada del Señor.

Levántate, interrumpe la inercia.

Escucha cánticos que eleven tu espíritu.

Sin olvidar nunca los gestos que María hizo como preparación inmediata al alumbramiento de su primogénito.

Ella se olvidó de sí misma, se abandonó a Dios, su salvador.

“Nosotros aguardamos al Señor, Él es nuestro auxilio y escudo; con el se alegra nuestro corazón”.