Lunes de la tercera semana de Adviento

(Núm 24, 2-7; Sal 24; Mt 21, 23-27): San Juan de la Cruz

Hoy el profeta nos habla de visiones, de éxtasis, de ojos abiertos, de ojos perfectos, de la belleza del campamento de Jacob. Pero el Evangelio nos muestra una confrontación entre Jesús y los sacerdotes del templo.

(JPG) Ayer, “domingo de la alegría”, se nos ofrecía la extraña paradoja de llamarnos al gozo, a la vez que en el Evangelio se nos invitaba a compartir, al despojo.

Por esta especie de contradicciones nos abrimos a una sabiduría escondida desde siempre y revelada a los sencillos: “El Señor es bueno y enseña el camino a los humildes”. San Juan de la Cruz nos enseña de manera especial la sabiduría en su “Noche oscura”, en “Subida del Monte Carmelo” y en el “Cántico Espiritual”.

Hoy deseo dirigirme a los que les cuesta sentir la esperanza y gustar la alegría, a los que no descubren la belleza de la vida y tienen frente a sí el muro del sufrimiento.

A ti, para quien el Adviento es noche; la esperanza, deseo; el dolor, siembra costosa; las noticias, quiebra, con la Palabra y el testimonio de los que ven, te digo:

El tiempo avanza con mensaje esperanzador, dentro de la paradoja. El místico se lamenta: ¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? (San Juan de la Cruz). La Beata Teresa de Calcuta llega a confesar su duda sobre la existencia de Dios, y lo ama. La noche es oscura, y el sufrimiento hace sangrar.

No quiero decirte palabra hueca, ni excusarme en los giros del lenguaje estético. Pero te aseguro que para ti el Adviento es real, existencial, la espera es contra toda esperanza. Para ti la luz amanecerá de lo alto y en tus entrañas, dentro de ti.

¡Cómo quisiera trasvasarte la fuerza de la paciencia, en el entretanto! Porque sé cómo duele la ausencia, el no saber dónde mirar.

La nostalgia, la búsqueda, la súplica, el grito, si es preciso, son también Adviento. “Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré” (San Anselmo).

Dios se esconde para que lo busques. Él hiere y venda la herida. A algunos se les revela en el límite del abismo. En todo caso, Dios no deja de amarte. Él contempla tu reacción humilde y humillada.

¡Ven Señor, y no tardes más! Ven con tu luz, e ilumina las tinieblas de los que son tentados en su esperanza.