El icono de la Madre de Dios de Vladimir, expresa como ningún otro la vinculación estrecha entre lo cristiano y la vida del pueblo ruso. Al contemplar Príncipe Matislav de Kiev este icono exclamó: Es más bello que todas la imágenes.
El icono de la Madre de Dios de Vladimir irá ligado desde entonces a la suerte del pueblo ruso. Como consecuencia, todas las grandes ceremonias se desarrollarán ante este icono. Así por ejemplo la coronación y matrimonio de los zares.
El icono muestra una madre que abraza a su hijo afectuosamente contra su pecho. Sin embargo lo que debería de ser una escena de ternura y afecto, como sugieren los nombres que se dan a este tipo de iconos ("dulce abrazo", "ternura…") es algo serio. El rostro de la madre tiene una tristeza serena. Llaman la atención sus grandes ojos, que se dirigen hacia nosotros fascinándonos con su expresión misteriosa y afligida. Su mano derecha muestra al Niño, a su hijo, como el camino. Nos invita a contemplar al hijo, a entrar en comunión con él. Al comenzar a contemplar el icono María aparece gigantesca, primordial. Sin embargo poco a poco todo, todo nos conduce al centro: sus ojos y sus manos. María se nos presenta así como el trono donde encontramos la Palabra. Disminuye para que su hijo crezca. Calla para que hable la Palabra, aunque aquí la misma Palabra encarnada calle también, ya que el Hijo no lleva el volumen o el rollo de la Palabra.
Los ojos de María son algo especial en este icono. Nos miran y no nos miran. Nos miran como de soslayo y nos invitan a entrar en la realidad que ella contempla, el misterio de su Hijo. Sus ojos miran a la vez hacia dentro y hacia fuera: Hacia el corazón de Dios y el misterio de dolor del corazón del mundo. El Niño es un adulto pequeño, sin sombra alguna para resaltar el carácter divino, que se dirige hacia su madre y le acerca cariñosamente la mejilla, mientras le rodea el cuello con su brazo. El rostro del niño no refleja la felicidad del niño pequeño que está con su mamá. Su expresión es grave y seria, con los ojos fijos en los de la madre, cargados de angustia. ¿Cuál es la razón de tanta tristeza en el icono?.
En realidad se trata de iconos de Encarnación y de Pasión. El abrazo tierno entre madre e hijo no es un acontecimiento sentimental. Es el retrato del admirable intercambio que se da entre Dios y la humanidad, que se ha hecho posible por la encarnación de la palabra a través del Sí de María. María, la nueva Eva, nos muestra al nuevo hombre que va a sufrir y morir para rehacer la fechoría del primer hombre. Jesús corre a refugiarse en su madre, que conoce la profundidad del misterio de la pasión y muerte de su hijo. Esta explicación se realza cuando contemplamos el dorso del icono, que no se suele mostrar en los libros, pero que se puede contemplar en la Galería Tretjakov, donde probablemente la mano del genial Andrej Rubliov ha pintado los instrumentos de la Pasión (Cruz, lanza, clavos, corona de espinas, esponja con la caña…) en un altar litúrgico con el libro sobre el que reposa la paloma del Espíritu. Estamos ante el Logos de Dios, todo luz, que se ofrece a si mismo por amor a la humanidad. María es a la vez trono de la palabra y altar de sacrifico, el gesto de la hodigitría se transforma así en gesto de ofrenda del hijo. En la comunión total con su Hijo aparece como la mujer cuyo corazón ha sido atravesado por el dolor llegando a convertirse en madre de todos los hijos de Dios que sufren.