Es un icono mariano muy difundido donde la Virgen que sostiene a su divino Hijo. Parece estar sentada encima de una fuente, generalmente circular, de donde emerge teniendo a los lados a dos ángeles.
De la fuente manan aguas abundantes y vivificantes, mientras en la parte inferior de la obra aparecen diversos grupos de personas, que beben, mostrando su satisfacción, agradecimiento y devoción, ya que las aguas son consideradas milagrosas.
La fiesta de este icono es móvil, el viernes posterior a la Pascua. Tiene un ció especial. Históricamente se relaciona con un hecho acontecido en Constantinopla en el año 450, un simple soldado que luego llegaría a ser emperador con el nombre de León I se encontró a un ciego que le pidió un poco de agua. El soldado quiso ayudarlo, pero no encontró agua por ningún lado hasta que una voz misteriosa le indicó donde se encontraba un manantial escondido, Así pudo el ciego saciar su sed, y cuando le lavó los ojos, recuperó el ciego la vista.
Llegado a emperador, León I erigió en aquel lugar una iglesia en honor de la Virgen bajo la advocación de «Fuente viva o vivificante» y encontró su expresión gráfica en el presente icono. Muchos hechos prodigiosos se registran en aquel santuario mariano, hasta que en 1453 fue destruido por los turcos cuando conquistaron Constantinopla. Ello no impidió la difusión del icono en multitud de iglesias del mundo cristiano oriental.
Como todos los iconos, esta representación mariana expresa, no tanto un rigor histórico -que evidentemente se halla entreverado de leyendas- cuanto la devoción del pueblo a la Madre de Dios y de los hombres, modelo de discípula e interecesora nuestra ante el gran Mediador, Cristo Jesús. Ella nos protege y nos guía siempre.