¿Cuántas veces se ha preguntado usted por qué los palestinos y los israelíes no llegan a un acuerdo definitivo para lograr la paz en Oriente Medio? ¿Cuántas veces ha deseado que en el País Vasco se acabe con el terrorismo y se cree un ambiente de libertad y de pluralidad? Pero no hace falta irse tan lejos. Piense en su familia o en su comunidad. ¿Cuántas veces ha experimentado que las diferencias eran tan grandes que no había forma de vivir en armonía?
Le propongo que se imagine a la comunidad cristiana de los orígenes poco tiempo después de la ascensión de Jesús. Según los Hechos de los Apóstoles (1,13-14), estaba formada por los once apóstoles (Judas se había suicidado), por algunas mujeres que habían seguido al Maestro desde el comienzo, por varios parientes de Jesús y por María, su madre. No se puede decir que fuera un grupo homogéneo. Había hombres y mujeres, personas vinculadas a Jesús por vínculos de sangre y personas invitadas por él a ser sus discípulos. No es fácil dar cohesión a un grupo como ése teniendo en cuenta que Jesús ya no estaba físicamente presente. Y, sin embargo, «todos perseveraban unánimes en la oración», todos recibieron juntos la efusión del Espíritu.
Está claro que en el grupo hay un jefe. De hecho, es Pedro quien toma la iniciativa de elegir a uno que ocupe el puesto dejado por Judas Iscariote. Con todo, no parece que ese espíritu de cohesión que muestra la comunidad se deba a la autoridad de Pedro sino a la presencia de María. No es la cohesión de un ejército a base de disciplina, sino la unanimidad de una familia en la que la madre es capaz de unir a todos con los lazos del amor. Hay en la primitiva comunidad una presencia mariana sin la cual hubiera sido imposible mantener la unión hasta la venida del Espíritu.
¿Me ha preguntado usted por qué en muchos de nuestros pueblos la patrona es lo único indiscutible entre sus habitantes? Cuando se trata de la Virgen María (bajo cualquiera de sus múltiples advocaciones) parece que pasa a un segundo plano ser de derechas o de izquierdas, joven o viejo, incluso creyente o no creyente. María sigue ejerciendo hoy entre nosotros una enorme fuerza de atracción y de cohesión. Es como un imán. Ella es capaz de unir a los que están separados. Es, sencillamente, la madre de la familia. En toda familia, la madre entrega su vida para que todos puedan sentirse en casa. esto no significa, naturalmente, que la invocación a María surta efectos mágicos a la hora de arreglar los muchos conflictos que nos envuelven. Pero en nuestros esfuerzos por unir a las personas, quizás no hemos descubierto a fondo el papel de María. Hace años se decía que «la familia que reza unida, permanece unida», en clara alusión al rezo familiar del rosario. Esta práctica ha desaparecido casi por completo. Parece que la televisión la ha desplazado. Probablemente, dado nuestro ritmo actual de vida, no sea fácil volver a ella. Pero, ¿no habría manera de encontrar otros caminos a través de los cuales las familias, las comunidades, los grupos, pudieran acercarse a María para experimentar que ella puede ayudarlos a «vivir unánimemente»?
A veces, puede tratarse de una visita familiar a un santuario mariano. Con ese motivo, los padres pueden encontrar una ocasión preciosa para explicar a sus hijos el sentido de la advocación con la que se venera a María. Más aún, pueden presentarla como la «madre de la familia». Algo parecido pueden hacer las comunidades religiosas. Otras veces, se pueden aprovechar las celebraciones de los onomásticos de aquellos miembros de la familia que llevan nombres que tienen que ver con María. ¡Tantas posibilidades para unirnos en Aquella que, sin montar mesas de negociaciones, va cohesionando a las personas como ninguna estrategia humana puede hacer!
Llegará un tiempo en que descubriremos con más hondura a esa María que nos acerca en el diálogo ecuménico, que nos enseña a abordar de otra manera los conflictos internacionales, que nos vincula de una manera fraterna, y no meramente funcional, a los seres humanos. Madre de la cohesión, ruega por nosotros.
Gonzalo Fernández Sanz, cmf