Cuando alguien te dice que, después de veinte años de matrimonio, siente que todo se ha vuelto gris, plano, ¿qué le dices? ¿Cómo se pone un poco de cordura en el seno de una familia socialmente normal que se rompe de buenas a primeras por una estúpida cuestión de herencia? ¿Quién sabe encontrar una salida adecuada para un adolescente que disfraza el fracaso escolar con la práctica diaria del botellón? La vida de la mayor parte de las personas, incluidas las que parece que viven entre algodones, es difícil. A veces no se nota a primera vista, pero basta un contacto más profundo para percibir las dificultades con las cuales tienen que batirse. Supongo que a estas personas no les atrae mucho imaginar a María como una mujer que pasó por la vida sin hacerse un rasguño. O pensar en el hogar de Nazaret como si fuera un nido a salvo de todo contratiempo. Por suerte, la imagen de María que nos presentan los evangelios no tiene nada que ver con la de una "mujer diez" a la que todo le salió a pedir de boca. Vivió la gracia de Dios afrontando una vida difícil. Por eso, nos puede acompañar como madre en las pruebas de la vida.
La María de este año 2002 ha nacido en Burkina Faso. Tiene 23 años. Viste un precioso vestido estampado repleto de colores, aunque las imágenes de televisión la muestran arrebujada en una manta en una playa cercana a Tarifa. Ha pagado 1.500 euros a una mafia marroquí para subirse a bordo de una patera que ha logrado cruzar el Estrecho de Gibraltar sin ser interceptada por la Guardia Civil. Sabe muy bien la miseria que ha dejado, pero no tiene ni idea del sufrimiento que le aguarda.
En parecidas circunstancias se encuentra otra María, venida del Ecuador, con un visado de turista que le autoriza a quedarse en España noventa días. Tiene aquí contactos familiares, entiende la lengua, pero poco más. Superado el control de la policía en el aeropuerto de Barajas, todo es una sucesión de contratiempos.
Estas Marías de hoy se parecen mucho a María de Nazaret, la que tuvo que huir a Egipto "porque Herodes buscaba al niño para matarlo" (Mt 2,13). María, la refugiada política, es hoy la madre de los que experimentan el dolor de la emigración. Es la madre que da fortaleza cuando todo se pone cuesta arriba, la madre que suscita actitudes de solidaridad, la madre que da a las madres emigrantes la capacidad de engendrar nuevas vidas en contextos de muerte y de miseria. Esta Virgen de la Emigración está engendrando una nueva sociedad multirracial, multicultural. Es un parto doloroso, pero es también el camino hacia una sociedad más abierta, más acogedora de la diversidad de todos los hijos e hijas de Dios.
Hay otra María, casada con un tal José, que vive en un chalé adosado en las afueras de Madrid. Se casaron en la frontera de los 30 años. Dedicaron la década de los 20 a "disfrutar de la juventud" y a ahorrar un poco para pagar la entrada de la vivienda. Ahora tienen un hijo de 17. No han tenido más "porque la vida está muy difícil" y "porque los hijos no dan más que problemas". Y efectivamente ha sido así. Su hijo Cristian, mimado en la infancia hasta la saciedad, atraviesa una adolescencia más que difícil. Entra y sale de casa a su antojo. No da explicaciones a nadie. Si se las piden, grita y chantajea a sus padres con violencia de videoconsola. Hay fines de semana que ni pisa en casa. Sus padres saben que abusa del alcohol y sospechan que también se ha iniciado en otras drogas. No se atreven a preguntarle por la gente con la que sale. Suelen decir que es un chico "difícil". Pero cuando tienen confianza van más allá del eufemismo. Reconocen que están viviendo en un túnel sin salida. Se sienten culpables de muchas cosas. Lo peor de todo es que no saben cómo reaccionar. Tienen la impresión de haber ensayado todo. Quizá no rezan a la Virgen. Quizá ni siquiera saben que también María tuvo un hijo "difícil". Quizá nadie les ha dicho que el hijo de María se escapó de casa siendo todavía un crío y que, ya de mayor, cuando se estableció Cafarnaúm, algunos de los suyos pensaban que estaba loco. María es la madre de los hijos difíciles y la madre de los padres que dicen tener hijos difíciles, la mujer que sabe guardar todo en el corazón, aunque no entienda muchas cosas. Hay una Virgen que está muy cerca de los adolescentes que sienten que su casa es un iglú gélido, de las muchachas que se quedan embarazadas después de una relación esporádica, de los chicos y chicas que se han visto seducidos por el paraíso de la droga y han descubierto que es su infierno.
María acompaña hoy a estas personas. Es la amiga en sus desiertos, es la música que suena por sus auriculares, es la voz que susurra: "¡Ánimo, tú puedes! Estoy contigo".
María tiene 54 años. Sentada en el butacón de la sala 17 del tanatorio, pone un poco de orden en su cabeza mientras contempla el cadáver de su hijo de 26 años muerto en un accidente de coche el viernes por la noche. Hace unos meses tenía la impresión de que ya faltaba poco para empezar una vida tranquila, después de años de lucha por sacar la familia adelante. Ahora ya no sabe lo que pasará ni tiene interés por averiguarlo. En el cadáver del hijo contempla todos sus sueños marchitos. ¿Cuántas veces le había dicho que no corriera tanto, que no se pusiera al volante después de haber bebido, que tuviera cuidado los fines de semana? Siente que su "disco rayado" ha sido perfectamente inútil. Deja que caigan algunas lágrimas. No habla. Simplemente permanece junto al ataúd de su hijo, siguiendo con la mirada el largo itinerario que va de los ojos cerrados a las manos yertas. Esta María sí siente muy cerca la presencia de esa otra María que "estaba de pie junto a la cruz" de su hijo torturado. Más aún: siente que ella es esa María y, en el misterio de su dolor, experimenta un consuelo que ninguna de las palabras de pésame ha logrado transmitirle. Sí, existe la Madre de la vida difícil, para que ninguna dificultad derrote nuestra esperanza.