Madre de los sacerdotes

12 de agosto de 2008

    Contemplar a la Virgen María, Madre de los sacerdotes, significa detenerse ante el Fruto de su seno: Jesús, el Sumo y eterno Sacerdote. Contemplando la Encarnación encontramos los rasgos fundamentales de la vocación y de la vida sacerdotal de Cristo, que ha querido compartir en modo excepcional y admirable su vida con la creatura escogida desde la eternidad: la Virgen María.

Dos vidas que se entrelazan

En este inmenso misterio de amor se entrelazan dos vidas para siempre. La Iglesia ha comprendido desde los inicios el lugar de María: Dios Padre, Dios Elijo y Dios Espíritu Santo la han elevado al espacio salvador central de la Redención. El centro es Él, el Señor crucificado y resucitado; Ella es colocada, justamente como Madre, junto al Hijo.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.El sacerdote, ministro sagrado de los misterios de la Redención, representante sacramental de Jesús, contempla, como propio centro de salvación, a su Señor y le dice con el Apóstol Tomás, primero incrédulo y luego creyente, primero sin afecto y luego enamorado: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28).

Y cuando de este centro, que es el Todo de su fe, de su esperanza y de su caridad, vuelve un poco la mirada, ¿a quién encuentra él, sino a la Madre de Jesús? ¿A quién reconoce junto al mismo Jesús, al pie de la Cruz, si no a la que siempre se ha quedado allí? Después de la confesión de amor incondicionado e incondicionable a Cristo, realizada en comunión con toda la Iglesia, el sacerdote puede dirigir la mente y el corazón a su Madre, que por este acto de amor es Madre. Ella, que antes que todos y más que todos se ha donado al Hijo, recibió como don ese Corazón Inmaculado que, de la Anunciación en adelante, a cada palpitar, pudo repetir: "Señor mío y Dios mío" y siempre: "¡Hijo mío!".

Identificado con Cristo como Ella

El sacerdote, por su identificación y conformación sacramental con el Hijo de Dios y de Santa María, puede y debe sentirse verdaderamente hijo muy querido de esta altísima y humildísima Madre y dejarse decir por Ella: "¡Hijo mío!".

Hoy la Humanidad tiene una gran necesidad de pertenencia: pertenecer a un Amor eterno que se hace amor evangélico por el que Jesús rezó: "que todos sean uno" (Jn 17, 21).

En palabras de Benedicto XVI

El Papa Benedicto XVI nos ha iluminado acerca de esto y nos ha dicho que podemos pertenecer a Cristo "únicamente en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia" (Deus caritas est. n. 14).

María. Madre de los sacerdotes y de todos los creyentes, atrae a todos hacia el centro de la Redención, sacándonos de ese diabólico egocentrismo que nos aleja de la matriz divina. Sí. también y especialmente a nosotros sacerdotes, "María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva" (Papa Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 42).