No sé si ustedes han oído hablar de Nietzsche. Fue un pensador alemán del siglo XIX que intuyó muy bien el espíritu de los siglos venideros. Las palabras que siguen las escribió hace más de cien años, pero retratan bien nuestro presente: “Pensamos con el reloj en la mano. Vivimos como quien teme continuamente dejar de hacer algo. No disponemos ya del tiempo ni de la fuerza necesaria para las ceremonias, la cortesía, para todo espíritu de conversación y, de una manera general, para el ocio. Pronto llegaremos al extremo de no ceder a nuestra inclinación por la vida contemplativa sin despreciarnos por ello y sin tener mala conciencia”. En buena medida su predicción se ha cumplido. Vivimos en una sociedad acelerada en la da la impresión de que apenas tenemos tiempo para nada. Esta sensación se traslada a las cosas. Nos parece que todo dura poco: las noticias, las máquinas, la ropa. Y en bastantes casos las relaciones y las convicciones. Estamos, por otra parte, en la sociedad que no para nunca. Funciona las 24 horas del día. Siempre hay una tienda abierta, un coche circulando, una fábrica produciendo. La nuestra es una sociedad que ha perdido el sentido profundo del descanso, aunque parece desearlo con vehemencia.
María fue una mujer judía del siglo I. No se me parece a las personas aceleradas de hoy. La imagino trabajando, sí, pero también disfrutando semanalmente del “shabat”, del día de descanso, como buena judía. Desde niña debió de oír muchas veces el precepto de la Escritura: “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios” (Dt 20,8-9). ¿Por qué reservar un día de cada siete para el descanso? La misma Escritura ofrece la razón profunda de este precepto: “En seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado” (Dt 20,11).
Con el paso del tiempo, la mentalidad legalista transformó un día de alegría y de fiesta en una cárcel. El sábado surgió como un día de libertad, para que el hombre disfrutara del señorío sobre las cosas y no se sintiera sometido a ellas, para que tuviera tiempo para la amistad, el juego, la alabanza y el descanso. Cuando se pierde este sentido profundo y liberador, el sábado se convierte en una pesada carga; o lo que es pero, en un “no-día”, en una jornada aburrida en la que no sabemos qué hacer, víctimas de una especie de síndrome de abstinencia, esclavos de pequeñas minucias que rellenan en falso un día sagrado. Por eso Jesús tuvo que recordarnos enérgicamente que “el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Cuando pienso en María como “madre del shabat” la imagino como una mujer que sabe descansar, que refleja en su manera de vivir la imagen del Dios en el que cree, un Dios que “al séptimo día descansó”. La imagino contemplando el campo, hablando con las vecinas, acariciando a su esposo y a su hijo, orando sin prisas. La imagino haciendo el mundo de otra manera, a través del ritmo hondo y sereno que los seres humanos seguimos cuando estamos descansados. María del “shabat” es la mujer que no siente vergüenza de disfrutar del descanso porque sabe que de esta manera está glorificando a Dios y está permitiendo que la vida se exprese con otra melodía.
¿No os parece que muchas de nuestras tristezas, de nuestras ansiedades, de nuestras violencias, brotan cuando estamos tensos y cansados? Una persona que no descansa no saborea la vida, no sabe dialogar, todo lo tasa en términos de tiempo y de dinero, pierde el sentido de lo gratuito. Al final, no sabe por qué trabaja, por qué sufre, por qué se afana. Sin descanso no es posible caer en la cuenta de los pequeños detalles de la vida y –lo que es peor– acabamos perdiendo su sentido más profundo.
Madre del “shabat”, para todos nuestros relojes digitales. Ayúdanos a disfrutar no sólo del séptimo día, sino del octavo, del día en el que Cristo con su resurrección hace nuevas todas las cosas. No nos dejes caer en la tentación de rellenar las horas muertas a base de televisión o de internet. Permítenos redescubrir el gozo de una conversación inesperada. Sorpréndenos con el placer de un paseo a pie. Haz que no nos volvamos perezosos para vestirnos de fiesta, para cocinar con esmero, para pensar que todo puede ser más hermoso cuando lo contemplamos con un corazón sereno y agradecido.