¿Saben ustedes que el tacto es el primer sentido que se despierta en el ser humano y el último que desaparece? Fíjense en los niños y en los ancianos. Pueden fallar el olfato, el oído, el gusto y hasta la vista. Pero raramente pierden el sentido del tacto. Por eso es tan importante acariciar a los niños recién nacidos y a los moribundos, porque, a través del tacto, podemos transmitirles todo el cariño que no es posible mostrar con palabras audibles o con gestos visibles.
¿Imaginan a María tocando el cuerpo recién nacido y el cuerpo muerto de su hijo Jesús? Entre ese primer «toque delicado» en Belén y ese último «toque delicado» en el Calvario transcurre un itinerario en el que María sabe actuar «con tacto».
Una de las últimas películas que se han hecho sobre Jesús (la de Roger Young, en 1999) da mucha importancia a esta cualidad de María. La actriz que la encarna, la elegante y hermosa Jacqueline Bisset, sabe expresar con todos los registros de su arte interpretativo, el «toque mariano» en todas las situaciones. La actriz francesa, yendo más allá de los pocos datos ofrecidos por los evangelios, recrea a una Madre que no se queda lejos de la aventura de su Hijo, sino que lo acompaña desde el principio hasta el fin como la primera de sus discípulos. Y en este seguimiento cercano sabe poner su «toque» cuando Jesús sufre la crisis por la muerte de su padre, cuando decide abandonar Nazaret, cuando incorpora al grupo a gente «indeseable» como el recaudador Mateo o la prostituta María de Magdala. Pero sus dos grandes toques, los más subrayados por los evangelios, y también por la película, están ligados a los dos momentos esenciales de la vida de Jesús: el nacimiento y la muerte. María sabía muy bien que es precisamente en estas dos situaciones humanas en las que el «toque delicado» adquiere toda su razón de ser.
Cuando María toca al niño Jesús le está transmitiendo la confianza en la vida que una madre puede transmitir a través de las terminaciones nerviosas de sus dedos. María, con su tacto, está reengendrando a Jesús. Le está regalando un mundo habitable, la seguridad que todo ser humano necesita para crecer sin temor. Podríamos decir que es un tacto creador. Seguro que ya antes de nacer, María (y también José) deslizaban suavemente sus manos por el vientre abombado en el que Jesús comenzaba a vivir. Ese toque prenatal era también un mensaje de amor: «Cariño, queremos que tú nazcas, te hacemos un sitio en nuestras vidas, es hermoso que existas».
Durante los primeros años del niño, María limpiaría muchas veces su cuerpo diminuto. Lo haría con el toque delicado de una madre que engendra cada día a su hijo, que sigue transmitiéndole las vitaminas del cariño a través del contacto de sus células con la piel del pequeño. Entonces, esta Madre del toque delicado no podía sospechar que su delicadeza se haría soberana al limpiar el cuerpo ensangrentado de su hijo muerto.
La María joven que «envuelve a su hijo en pañales», y que le transmite el vigor de la vida, es la misma María que «envuelve a su hijo en el sudario» y, a falta de palabras, recorre con sus manos y sus labios el cuerpo de su hijo muerto transmitiéndole toda su confianza en la vida definitiva. ¡Cuántos recuerdos afloran a su memoria mientras recorre la geografía sangrienta de un cuerpo joven y desfigurado!
También hoy, en todos nuestros nacimientos y muertes, podemos experimentar el «toque delicado» de la Madre. Aparece en muchas historias de conversiones o de «vueltas a casa» después de años de abandono de la iglesia. Cuando no vemos ya nada con claridad, cuando no oímos las palabras que producen vida, cuando no saboreamos las cosas de Dios porque nuestro gusto se halla estragado por otros placeres, cuando no olemos ese «suave olor de Cristo» que nos llega de los que hoy son sus testigos, entonces, precisamente entonces, necesitamos que la Madre nos toque con delicadeza y nos devuelva la confianza en Dios, en la vida que nos regala, en nosotros mismos.
Quien se siente "tocado" por la gracia de un encuentro derrama gracia en todo cuanto toca. Aprender a tocar con ternura es uno de los desafíos que hoy interpelan a nuestra fe.
Santa María del «toque delicado», ruega por nosotros.