En un reciente reportaje hecho en varios institutos de Madrid, el director de uno de ellos dice: « lo que no nos gastemos ahora en maestros, nos lo gastaremos mañana en policía ». Este profesor no es, en absoluto, exagerado; por el contrario, es tan lúcido como clarividente.
El generalizado fracaso de la educación, y con él de los controles privados y sociales más inmediatos, nos conduce inexorablemente a soluciones penales y policiales. Ése es el motivo de que la gran mayoría de los ordenamientos jurídicos de los países de Occidente se hayan aprestado a rebajar cada vez más la edad penal. Así, en Alemania un chico de 14 años es penalmente imputable -considerado responsable-, pero también lo es un niño de 10 años en el Reino Unido, o de 7 en México. En nuestro país, de 16 se elevó a 18, pero no puede considerarse que haya una única edad penal, ya que se tienen en cuenta los 14, 16, 18 y 21. Ya hay voces muy justificadas -de víctimas o de sus familiares- que piden la rebaja a los 14 y el ministro de Justicia ha dicho que « habrá que considerarlo ». Cada vez más menores y a edades más tempranas cometen delitos de mayor gravedad. Robos, violaciones, asesinatos, sin móviles aparentes o triviales. « Quería saber lo que se sentía », « quería hacerse famoso », « me dan asco los negros »…
Hacen falta maestros -y por supuesto padres- que distingan entre autoritarismo y autoridad, para que al suprimir uno no arrasen con la otra, y sean capaces de actuar. Los niños y jóvenes lo necesitan. También la sociedad. De otro modo tendremos que poner detectores de metales a la entrada de los colegios, y policías por todas partes. La alternativa es ésta: maestros o policías. Nosotros elegimos.