A ella le gustaba cantar. Lo hacía al comenzar el día, también durante las faenas de la casa y al atardecer, cuando su Dios bajaba a su casa para susurrarle cosas al oído. Pero ella necesitaba soñar las canciones. Sólo conseguía entonarlas cuando, al dormir, la noche le había regalado el argumento. Por la mañana se levantaba, se le hacía clara la letra. Entonces se acordaba del sueño, y se alimentaba de él durante toda la jornada.
Ilustración: Maximino Cerezo Barredo, cmf
Así que lo vio claramente. Dios cantaba a la esperanza. Todo podía ser magnífico. Era una canción alegre, de esas que salen de corrido. Al principio, había una especie de arranque para animarse, por alegrías, que Dios es de otra manera. Una pariente suya le dijo que eso era una alborea. No lo dice el evangelio, pero la pariente era andaluza, Macarena dicen que se llamaba.
Luego el estribillo hablaba de cosas al revés. Ricos que eran pobres, pobres que eran ricos, poderosos impotentes, misericordia, perdón y esperanza en todas las notas. Lo de Abraham era para no perder la tradición. Vamos, un cante para animarse y en medio de todo, a ella se le escapaba, un mí. Pero no era una nota, que va con acento, y era involuntario, pues ella cantaba por ella, porque Dios todo lo hacía porque ella cantaba.
Dicen que, en aquél momento, Dios y otro la oyeron. El otro se llamaba Lucas y pudo escucharla desde lejos sin perder una coma, así que la copió muy rápidamente para no olvidarse. En el evangelio también hay plagios. Lucas no podía disimular que el texto y la melodía no eran suyos, y por eso los puso en labios de la joven Myriam, porque ademas el Espíritu Santo tenía derechos de autor.
La canción tuvo éxito. Se canta todas las tardes en la iglesia. Pero lo mejor es que no ha perdido actualidad pues abre la esperanza cotidiana de todos los que la cantan para enjugar sus penas en Dios.