iempre nos surgen resistencias cuando alguien nos manda algo, incluso si los mandamientos son divinos, pero quizá es por falta de comprensión de la sabiduría que contienen y de la plenitud que aportan.
Dice Moisés: “Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: “Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación” (Dt 4, 5-6).
Sin embargo, la cultura actual nos presenta un nuevo becerro de oro al que dar culto, que es el individualismo, la realización personal, lo que llama Francisco la autorrreferencialidad. Leo: “El lugar ocupado anteriormente por la Ley pasó a ocuparlo otro ídolo: la subjetividad humana” (J. A García).
La voz de Dios en el Sinaí revela el camino más expedito para la humanización de la sociedad, mientras que el egocentrismo destruye. El ser personal se realiza por la relación con el tú – “Solo un tú es capaz de descubrir verdaderamente quién soy yo” (M. Buber)- y si cabe un tú personalizador máximo es el Tú divino. Él se nos ha manifestado positivamente en la Palabra y en su Hijo, de tal forma que la relación con Jesucristo es la mayor posibilidad de plenitud humana. He llegado a afirmar que no hay forma más plena de ser humanos que la de seguir a este Hombre”.
Precisamente Jesucristo nos enseña el secreto de su plenitud: “Yo no he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. “Yo no hago nada por cuenta propia, mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”. Y también a rezar con la súplica: “Padre Nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. En el momento supremo de la vida de Jesús, le oímos dirigirse a su Padre con expresiones de la mayor intimidad: “¡Abbá! Que no se haga lo que yo quiero, sino lo quieras Tú”.
La Ley positiva, revelada por Dios y manifestada en su plenitud en su Hijo Jesucristo, nos libera de todo ensimismamiento destructivo. Como dice J. A García: “Solamente un Tú profundamente amado y admirado desvela la verdad del yo y su vocación más profunda. Esa es la razón de que seguir la voluntad de Dios no equivalga a alienación, sino a todo lo contario”.
Con la perspectiva plenificadora de mirar al Tú que más realiza nuestra persona, es bueno seguir el consejo de Santa Teresa de Jesús, que dice refiriéndose al rostro de Cristo: “Poned los ojos en Él”. “No os pido más que le miréis. Si podemos mirar cosas tan feas, por qué no mirar esta tan hermosa”.