Hace más de dos mil quinientos años, Moisés nos dio los Diez Mandamientos. Desde entonces los siglos no han podido ofrecernos, a pesar del movimiento cultural de la Ilustración, ni una sola razón para dudar de la validez e importancia de cualquiera de esos preceptos. Sin embargo, mientras nos esforzamos por vivir según ellos, ¡qué práctico sería si Moisés descendiera de nuevo de aquella misma montaña con dos nuevas tablas de piedra, explicando con detalle algunas normas para hacernos mejores amigos unos de otros, de Dios, de la vida y de nosotros mismos! Quizás esta segunda serie de mandamientos rezaría así:
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Hazte amigo de la humanidad…
Ser humano es ser falible, estar herido, llagado, cicatrizado, ser pecador y vivir en una historia, un cuerpo, una familia, una iglesia que distan-mucho-de-ser-perfectos. No busques a nadie para echarle la culpa, para demandarle, para enojarte con él. Esto tiene un nombre: se llama “condición humana”. Entabla amistad con todo eso. Aflígete, no te pongas hecho una furia. Piensa en el caos, no en la culpa. Nuestros padres llamaban a esto “pecado original”. Nosotros hablamos de “familias disfuncionales”. Así ha sido siempre. No pongas morritos ni te enfurruñes.
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Hazte amigo de lo mejor que hay en ti…
Mientras miremos al mundo a través de nuestras heridas, rebosaremos siempre autocompasión, amargura y envidia. Sin embargo, si miramos hacia afuera con el prisma de lo mejor que hay en nosotros, nuestra envidia puede convertirse en aprecio y podremos asombrarnos de nuevo de la bondad de los otros. Nosotros tenemos dos almas, un alma espléndida, magnífica, en la que llevamos la imagen de Dios y la memoria de nuestras bendiciones, y un alma nimia, mezquina, donde llevamos la amargura, las envidias y los celos procedentes de nuestras heridas. Tenemos que adherir y sujetar nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra manera de hablar y nuestras actitudes a nuestra alma espléndida. Tenemos que ser mejores amigos de lo mejor que hay en nosotros mismos.
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Hazte amigo de los que te quieren…
En la vida hay solamente dos tragedias posibles: Pasar la vida sin amar nunca, y pasar la vida sin expresar amor y afecto a los que nos aman. Tenemos que mejorar nuestra amistad con nuestros amigos; tenemos que expresarles con agrado nuestro afecto, nuestra gratitud, nuestro aprecio y nuestro arrepentimiento. Da gracias a los que te aman, precisamente por amarte. Nunca dejes de apreciar su amor, ni lo tomes como algo debido o merecido. Reparte muchos más saludos y cumplidos. Di “gracias” constantemente.
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Traba amistad con la castidad…
Gran parte de nuestro sufrimiento e inquietud procede de nuestra falta de castidad; y gran parte de nuestra racionalización y amargura posteriores procede de no admitir esto. Nos hemos complicado la vida a nosotros mismos, con sofisticación, para caer en la tristeza e infelicidad. Por experiencia lo sabemos; no somos felices. Traba amistad con la castidad. Los niños y los vírgenes, según nos asegura la Escritura, entran en el Reino con facilidad. Deja atrás la sofisticación. Aprende a creer de nuevo en Santa Claus y en los Reyes Magos. Goza de la segunda-ingenuidad. Acércate al tiovivo y móntate en los caballitos. Haz pronto una punzante y honesta confesión.
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Hazte amigo de tu propio cuerpo…
No tengas miedo de tu propio cuerpo, de su bondad, su sexualidad, sus goces, su cansancio, sus límites. En todo caso, es el único que has recibido. Hazte su amigo. No lo castigues, no lo eches a perder, no lo denigres ni menosprecies. Es una iglesia, es un templo. Dale suficiente descanso, suficiente ejercicio, suficiente disciplina y suficiente respeto.
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Entabla amistad con el otro género…
Las madres y los padres, las esposas y los esposos, están luchando. No es de extrañar que los hijos sufran. Nunca trivialices los temas de género. Estamos llamados a un nuevo nivel de respeto mutuo y de simpatía mutua. Entabla amistad con lo que te parece lo más amenazante en el otro género.
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Hazte amigo de tu padre…
El hambre-de-padre es una de las más profundas hambres en el mundo occidental hoy. Reconcíliate con tu propio padre, con otros padres y con Dios Padre. La bendición de tu padre liberará tu corazón. Perdónale su incompetencia e imperfección. Reconoce tu hambre.
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Hazte amigo de tu mortalidad…
La muerte nos llega a todos. Hazte amigo del proceso de envejecimiento, de las arrugas, de las canas, de un cuerpo que dejó ya de ser joven. Acepta, suelta amarras, llora por alguien, sigue adelante. Bendice a los jóvenes. Comparte tu sabiduría con ellos. Entrega como don lo que queda de tu vida. Que el entusiasmo, la belleza y el color de los jóvenes te den ánimo y te aviven.
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Hazte amigo del humor…
En nuestras risas degustamos transcendencia. El humor nos alza por encima de lo trágico. La risa nos da alas para volar. El estadista y santo inglés Thomas More,gastó una broma al hombre queestaba a punto de decapitarle. Esa es una cualidad de la santidad que con demasiada frecuencia descuidamos.
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Hazte amigo de tu Dios…
El evangelio es más “buena noticia” que buenos consejos; esa “Buena Noticia” nos dice hasta qué punto nos ama Dios, lo que Dios ha hecho ya por nosotros. Dios está tan orgulloso de nosotros como lo está cualquier madre de sus hijos. La paz irrumpe en nosotros cuando podemos gozar de ese favor. Hazte amigo del Dios de amor y del Dios de la resurrección, del Dios que está totalmente relajado, cuyo rostro brilla y sonríe como una maravillosa sinfonía, cuyo poder para resucitar a los muertos de la tumba nos asegura que al fin todo irá bien y que cada forma de ser irá bien también. Hazte amigo del Dios que nos dice 365 veces en la Escritura que no tengamos miedo. Camina con esa confianza.
Tomado de los archivos de la web del P. Ron Rolheiser,
publicada inicialmente el 01/01/2001.
publicada inicialmente el 01/01/2001.