Manejar una ascensión

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Un amigo mío, algún tanto cínico para con la iglesia, indicó recientemente: “Lo que está tratando de hacer la iglesia institucional de hoy es poner su mejor rostro al hecho de que está muriéndose. Básicamente, está tratando de manejar una muerte”.

Lo que está sugiriendo es que la iglesia de hoy, como una persona que está luchando por aceptar un diagnóstico terminal, trata de reformar su imaginativa para acomodarse finalmente a lo impensable: su propia muerte.

Tiene razón al sugerir que la iglesia de hoy está tratando de reformar su imaginativa, pero se equivoca sobre lo que está tratando de manejar. Lo que hoy está tratando de manejar la iglesia no es una muerte, sino una ascensión. Lo que hoy necesita reformar en nuestra imaginativa es lo mismo que necesitaba reformar en la imaginativa de los primeros discípulos en los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión. Necesitamos volver a entender cómo permitir a un cuerpo de Cristo marcharse de modo que pueda ascender, y nosotros volvamos a experimentar Pentecostés. ¿De qué se trata aquí?

Entre los elementos que hay en el misterio pascual, la ascensión es el menos entendido. Entendemos mejor el significado de la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu en Pentecostés. Entendemos peor la ascensión.

Los cuarenta días que hubo entre la resurrección y la ascensión no fueron un tiempo de puro gozo para los primeros discípulos. Fue un tiempo algo gozoso, pero también de considerable confusión, desaliento y pérdida de fe. En los días anteriores a la ascensión, los discípulos estaban con cara de aleluya siempre que reconocían de nuevo a su Señor Resucitado, pero las más de las veces estaban confundidos, desalentados, llenos de dudas, porque eran incapaces de reconocer la nueva presencia de Cristo en lo que estaba aconteciendo a su alrededor. En una ocasión, lo abandonaron completamente y, como señaló Juan, volvieron a su anterior modo de vida: la pesca y el mar.

En cambio, durante ese tiempo, Jesús reformó poco a poco sus capacidades de imaginar. Al fin comprendieron el hecho de que algo había muerto, pero que algo más, mucho más rico, había nacido, y que ahora necesitaban dejar de aferrarse a la manera como Jesús se les había hecho presente antes, de modo que él pudiera hacerse presente de una manera nueva. La teología y espiritualidad de la ascensión está contenida esencialmente en estas palabras: Dejad de aferraros a lo que una vez fue, dejadlo marchar, de modo que podáis reconocer ahora la nueva vida que ya estáis viviendo, y recibir su espíritu. Los evangelios sinópticos nos enseñan esto en su pictórica versión de la ascensión, donde un Jesús corpóreo bendice a todos y luego asciende físicamente fuera de su vista. Juan nos da la misma teología, pero en diferente estampa. Hace esto en su descripción del encuentro en la mañana de Pascua entre Jesús y María Magdalena cuando Jesús dice: ¡María, no me retengas!

Hoy, la iglesia está tratando de manejar una ascensión, no una muerte. Puedo ver fácilmente donde mi amigo puede estar confundido, porque cada ascensión presupone una muerte y un nacimiento, y eso puede ser confuso. Así pues, ¿dónde, en realidad, está hoy la iglesia?

Edward Schillebeechx sugirió una vez que estamos viviendo en ese mismo desaliento que sintieron los primeros discípulos entre la muerte de Jesús y su verificación de la resurrección. Estamos sintiendo lo que ellos sintieron: duda y confusión camino de Emaús. El Cristo que una vez conocimos ha sido crucificado y aún no podemos reconocer al Cristo que va caminando con nosotros, más vivo que antes, aunque de un modo nuevo. En consecuencia, igual que aquellos primeros discípulos camino de Emaús, también nosotros caminamos frecuentemente con rostros abatidos, con una fe confusa, necesitando que Cristo aparezca con nuevo aspecto para reformar nuestras capacidades de imaginar, de modo que podamos reconocerle como ahora se nos hace presente.

Creo que Schillebeeckx tiene razón en esto, aunque yo lo diría de otra manera. La iglesia de hoy está en ese tiempo que media entre la resurrección y la ascensión, sintiendo un desaliento considerable, con su pensamiento acomodado a una anterior comprensión de Cristo, incapaz de reconocer claramente a Cristo en el momento presente. Para muchos de nosotros que crecimos en una particular comprensión de la fe, nuestra anterior comprensión de Cristo ha sido crucificada. Pero Cristo no está muerto. La iglesia no está muerta. Ambos, Jesús y la iglesia, están muy vivos, caminando con nosotros, reformando poco a poco nuestros pensamientos, reinterpretándonos las escrituras, repitiéndonos: ¿No era preciso que el Cristo (y la iglesia) sufriera de esa manera…?

Para muchos de nosotros, vivir hoy en fe es estar en ese tiempo que media entre la muerte de Cristo y la ascensión, dudando entre la alegría y el desaliento, tratando de manejar una ascensión.

En el camino de la fe, hay siempre noticias malas y buenas. La noticia mala es que invariablemente entendemos a Cristo como crucificado. La buena noticia es que Cristo está siempre muy vivo, presente con nosotros sin cesar y de una manera más profunda.