María, Alegría de Dios

10 de diciembre de 2008

    La verdadera alegría nace de Dios y se re­fleja en aquellas personas que se abren a la re­lación profunda con él. Los santos acogen este don y lo difunden en su vida diaria. Entre ellos, nadie como María. La autora de estas páginas define a la Madre de Jesús y madre nuestra co­mo ‘alegría de Dios’, y ¡o hace desde su expe­riencia en un monasterio de clausura.

El Señor se complace en el pobre" (An­tífona al salmo 10) y el pobre "se alegra en Dios su salvador" (Lc 1,47), porque se siente salvado. Es el caso de María de Nazaret, que se dejó to­mar por el Señor, se apegó a Yahvé, se llenó de su Espíritu alegre y fecundador, Yahvé la hizo prosperar en el fruto de sus entrañas y ella lo alumbra para todas las generaciones. Dios es alegría de quien siente la necesidad de conocer sus hazañas, vivirlas, cantarlas y entrar en su gozo y su paz.

Me seduce el Dios alegre

Me impresiona la alegría del Señor cuando lo contemplo en las maravillas que me rodean, en el cariño de su corazón derramado en noso­tros y me siento invitada a mirarlo todo con los ojos de Jesús, siempre nuevos y evangélicos.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Me seduce el Dios alegre que "goza con sus obras" (Sal 103), sobre tocio en el ser humano, creado a su imagen. Se alegra con nosotros y en nosotros cuando nos ve ocupados en amarnos: "Ved qué dulzura , qué delicia convivir ¡os her­manos unidos" (Sal. 132). A todos nos llama a ser su alegría, y María como protagonista nos introduce en la fiesta.

Para disfrutar el gozo de Dios sólo hace fal­ta un espíritu positivo y abierto a Aquel que no puede dejar de mirarnos, sostenernos y comu­nicarnos su propio ser. Alegría sencilla y lumi­nosa, serenidad que lo envuelve todo, transpa­rencia que me permite ver lo que existe más allá del dolor, del fracaso y de las contrarieda­des que van surgiendo en mi caminar hacia el encuentro con Dios, conmigo mismo y con los hermanos.

Me agrada recordar con María alguna situa­ción de mi pasado que me colocó al borde del abismo, el vértigo hizo brotar en mi corazón unas alas como de águilas para volar con liber­tad por el misterio. La libertad de los hijos de Dios que no necesita entender sus insondables designios ni sus caminos inescrutables ni sus pensamientos más altos que los nuestros, sino vivir con sencillez y gratitud la realidad que se me regala.

Dios es alegría, lo sé porque observo mu­cho a la Mujer humilde que cautivó su corazón cuando se rasgó toda entera para acoger la mi­sión que se le confiaba, y quedó completamen­te abierta ante la Vida, ante ella misma y ante la historia.

A María le tocó vivir un momento histórico crucial, "lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha co­menzado". Aparece el Libertador. Cristo es el cumplimiento de las promesas. La Nueva Alian­za, superior a la Antigua está en marcha, limpia los pecados, Dios habita entre nosotros y cami­na a nuestro lado, es nuestro Padre, cambia nuestro corazón y nos infunde su Espíritu. "Nos ha hecho santuario del Dios vivo" (ICor 6,16). Las alegrías sanas de la vida nos vienen de Dios y se hallan en la fidelidad a Jesucristo. La Ma­dre de Jesús, desde su fidelidad supo situarse adecuadamente en este contexto y se convirtió en generadora de vida nueva y alegría.

Un corazón que sueña

Doy gracias a Dios porque me concede un ánimo alegre y un corazón que sueña la vida, y mientras viva con realismo recibo la fe, la espe­ranza, el amor y el dolor que purifica, renueva y me facilita el tomarme en serio la Encarnación y entrar en lo profundo de la vida. Contemplo esta realidad y veo cómo Jesús va creciendo en la Iglesia, en cada persona, en la creación que "gime con dolores de paño" y mi corazón, siempre entre sufrimientos profundos y grandes alegrías "hasta que Cristo tome forma en noso­tros".

Siguiendo la trayectoria de la joven de Nazaret aprendo a buscar a Dios dentro de mí. Él es la luz que ilumina mi vivir, la plenitud hacia la que me llama su voz, es Él mismo movien­do en todo mi ser la danza de la vida con to­da su realidad.

Motivos de alegría

Los cristianos podemos beneficiarnos de tantos motivos de alegría. Muy importante pa­ra mí es la presencia del Dios vivo, ese Alguien que me llama hacia dentro, me habla al cora­zón, también calla y escucha mi respiración y mis anhelos.

EL Señor me ha dado hermanos a los que amo, por los que me desvivió y con los que ca­mino; esto es un gran motivo de alegría. Her­manos en los que me apoyo, en los que con­fío y con los que comulgo, aunque no nos co­nozcamos, pero todos podemos encontrarnos en Dios que nos ama tal como somos y ve en nosotros a su propio Hijo.

La esperanza en la Resurrección, la Pascua del Señor que se actualiza en nuestro morir y vivir cotidianos, creo que todo es alegría de Dios encarnada en nosotros.

El sentirme viva cada mañana al despertar me lanza a celebrar la vida con solemnidad y alegría.