Maria, experta creyente. Peregrina de la fe

    Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

    La María del Nuevo Testamento, es decir, la virgen de Nazaret, fue mujer de fe. Es la creyente que, evangelizada antes de que naciera el evangelio de Dios, lleva la salvación a quien se porte a servir tras declararse sierva sólo de Dios. En el servicio al prójimo encuentra la ocasión de su oración, que publica su propia experiencia de Dios; experta en el Dios al que ha dado cobijo en su seno, se convierte, orando, en profeta. En el momento de alumbrar al hijo que fue posible por su fe, lo que de él se decía la sume en la incomprensión; cuanto más se le anuncia el porvenir de su hijo, menos coincide con cuanto se le había predicho para lograr su consentimiento primero. Tendrá que iniciar un camino durante el cual crece Dios en su hijo y la oscuridad en su corazón. La pérdida de Jesús niño en el templo es signo premonitorio de una vía aún más dolorosa: tendrá que convivir en casa con un hijo que se sabe de Dios, pero que le está sujeto por un tiempo.

    El distanciamiento —efectivo y afectivo— se hará palpable, cuando Jesús deje el hogar para tener el reino como tarea de por vida; Jesús elige como familia propia a los oyentes de Dios…, ¡en presencia de su madre y sus hermanos! Y antes de morir, y sin pedirle su consentimiento y sí obediencia, dejará a la madre al cuidado del discípulo más amado. En su última aparición dentro del Nuevo Testamento, María se queda compartiendo esperas y oración con los apóstoles; la comunidad apostólica en oración es la meta de su peregrinar; lo que se inició en Nazaret, en medio de un diálogo a solas con un ángel, termina en Jerusalén en medio de apóstoles orantes y expectantes.

       Semejante aventura personal de fe hace a la María del Nuevo Testamento la mejor pedagoga para infancias, la de Jesús, la de la fe de los discípulos, la de la comunidad cristiana. María pertenece allí donde haya de nacer el Salvador, o donde se precise cuidar sus primeros pasos viéndolo crecer. Habría que recuperar, pues, a María, la del Nuevo Testamento, allí donde se quiere anunciar hoy la salvación y vivir el Evangelio. María pertenece allí donde haya de nacer la fe en el corazón de los discípulos, aunque sea a costa de anticipar el día del Señor y su gloria.

    Aprendamos de quien tiene experiencia, caminemos con quien viene junto a nosotros tras haber hecho el camino. Quienes hoy seguimos a Jesús necesitamos tener a María como compañera de vida si queremos, curándonos en inútil curiosidad, convertirnos en creyentes fieles. María pertenece allí donde nace la Iglesia, llena de miedos y de esperanzas, en oración y entre apóstoles. Huérfana de María, no podría una comunidad que se sabe enviada al mundo soportar la espera del Espíritu sin perder la esperanza. (JJ Bartolomé, en Dichosa tú que has creído. CCS)


María Peregrina

Andaba Santa María peregrina en la noche.
Y nadie le alumbraba en el camino.
Andaba Santa María que no veía ni entendía.
Y nadie tenía compasión de ella.
“¿Dónde está tu Dios”, le decían,
“cuando tu hijo andaba loco
y al final te lo han llevado al madero?”
Pero ella no escuchaba aquellas voces,
ni las voces sonoras de sus amigas,
ni las quejas silenciosas de su corazón.
Creías y creías sin cesar,
siempre dispuesta a escuchar a Dios.
Nuestra Señora de la Escucha.
Rumiabas lo que Dios te hablaba en la vida,
sin paraguas ni refugios,
apoyada sin apoyos, solamente en tu fe.
Y caminabas, peregrina del infinito,
campo a través sin caminos,
en la noche de tu oscuridad misteriosa.
Oh peregrina de la oscuridad tenebrosa
que te dejaba sin aliento ni resuello,
caminando sin ventajas ni privilegios.
Creías y creías sin cesar,
caminabas y caminabas con firmeza,
compañera de nuestra fe vacilante,
segura en la inseguridad;
responsable en tu plena disposición,
hermana de comunidad como una más;
bendita entre todas las mujeres.
¡María!
        PATXI LOIDI, "Mar adentro". Sal Terrae