Bebemos calma de un verso del evangelio de Lucas (2,19), el libro de las memorias de María. La palabra que S. Lucas aplica a la Virgen es symbalousa (dando vueltas, confrontando). Pero no sólo en la confrontación de los hechos con la fe, se agota la profundidad del Corazón de nuestra Madre. El verbo es symbalousa. De ahí viene la palabra “sím-bolo”, es decir, lo que une. Por eso el símbolo de nuestra fe es el credo. El credo nos une a todos los cristianos en la misma fe en Dios y en la iglesia. Lo contrario es dia-balein, “des-unir”; por eso el diablo –dia-bolos- (no sólo pensemos en ese ser horrible, horripilante, sino en alguien más cercano y humano, puedes ser tú, también yo… A Pedro el Señor lo llamó una vez Satanás) es quien desune y rompe una comunidad, una familia, un corazón. María, según muestra el evangelio de Lucas (2,19), tratar de unir lo que está disperso, inconexo; se esfuerza por armonizar lo que está viviendo y oyendo con la voluntad de Dios. La actitud de la Madre se repliega sobre su ninterior y medita en su corazón. Su fe es esa invisible cinta que enlaza y agavilla los acontecimientos enigmáticos, que yacen desparramados y sueltos por el campo. María pone la unión desde su Corazón. Symbalousa es un participio, que en español funciona como un adjetivo e indica una actitud constante de María a lo largo de su vida. La misma disposición aparece al final del evangelio de la infancia(2,51). María, atónita y maravillada, contempla la obediencia de su hijo y el milagro diario del ocultamiento de Jesús entre los hombres. Ella vivió continuamente en actitud de fe, de unión con Dios para ser fiel a su voluntad de salvación de todos. Se ha dicho que el hombre/ la mujer de hoy experimenta hoy una especie de extravío. Se siente algo así como hijo/a pródigo o perdido. También se habla de la dispersión, del atolondramiento, el hombre/la mujer fragmentario, caótico. Vivimos zarandeados por las cosas, transportados de acá para allá como hojas secas, al capricho del viento de la última noticia, rumor, moda… Las cosas nos asaltan con su precipitación, nos desvalijan y nos roban la paz. El hombre/la mujer no tiene morada donde vivir en sosiego. En medio del tumulto, del ruido ensordecedor -¡ojo!, esto no significa vivir de espaldas al mundo, sino saber vivir,- es preciso volver los ojos al Corazón de María para que nos enseñe a vivir desde el corazón. Ya el Pequeño Príncipe nos regaló su pequeño secreto; que sólo vive en armonía desde un corazón habitado por Dios, que siente la pasión por nuestro mundo y por quienes lo habitan. Como el Corazón de nuestra Madre, un corazón unificado por el amor a Dios y a todos nosotros. Que ella nos preste un simple hilo, una cinta… algo vivo de su Corazón para que podamos unir tantas cosas que están dispersas, tantos corazones rotos, como el nuestro.