¡Qué extraño suceso dentro de la historia de la salvación es éste: Se prescinde por primera vez del varón y recae todo el protagonismo sobre la mujer!
Al abrir el evangelio de Mateo, lo primero que nos encontramos es con una larga genealogía. En ella se nos presenta los antecesores de Jesús por la línea de José. Curiosa y sorprendente es la referencia a cinco mujeres, pues en las líneas genealógicas nunca eran mencionadas. ¿Tienen algo que ver estos personajes femeninos con María, la esposa de José?
Tamar, «al engañar hizo una obra santa» (Gen 38,6-30)
La primera mujer mencionada es Tamar. Fue esposa, sucesivamente de dos hijos de Judá, Er y Onán. Primero murió uno, después otro; no eran de Dios. Tamar no recibió de ellos descendencia. Judá le prometió que la desposaría con su hijo pequeño Selá, cuando llegase el momento. La promesa no se cumplía. Mientras tanto ella vivía en la ciudad de Timná corno viuda. Murió la mujer cananea de Judá Este subió a Timná para el trasquileo de su rebaño. Al saberlo Tamar, lo sedujo corno si fuera una prostituta y quedó embarazada de él. Al enterarse del embarazo de su nuera, sin conocer el auténtico padre, Judá airado ordenó: «Sacadla y que sea quemada». Fue entonces cuando ella mostró los signos inequívocos de que él era el padre. Rendido ante la evidencia, Judá reconoció: «Ella es más justa que yo… porque no la he dado en mujer a mi hijo Selá» (Gen 38,26). Los hijos que Judá tuvo, por medio de ella, fueron mellizos y se llamaron Fares y Zara.
Algo hubo en el patriarca Judá que no agradó a Dios: que se casara con una cananea. Abraham había prohibido a su hijo Isaac casarse con una cananea (Gen 24,3-4); e Isaac se lo ordenó a su hijo Jacob (Gen 28,1). Tamar era despreciada por los hijos de la primera mujer de Judá, que era cananea. Tamar era la esposa que Dios tenía reservada para el patriarca Judá. Gracias a ella, continuó la línea legítima de los patriarcas. Es la única de la que se dice que fue madre de dos hijos. En la liturgia judía Tamar era proclamada santa, instrumento de Dios para realizar sus designios: «La santa Tamar santifica el Nombre divino, ella, que deseaba una semilla santa, al engañar hizo una obra santa. Así Dios llevó adelante su santo designio». Fares, el hijo de Judá y Tamar será uno de los padres de David.
De la esposa de José, María, nació Jesús; y de él dice el Nuevo Testamento que «es bien manifiesto que nuestro Señor procedía de Judá» (Heb 7,14). Pero es al final, en la visión apocalíptica, en donde un anciano dice al vidente: «Mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, e retoño de David» (Apc 5,5).
Rajab y Rut, dos extranjeras en la genealogía mesiánica
Rajab era cananea, prostituta de Jericó. Supo que había un Dios que hacía cosas maravillosas y acompañaba a su pueblo por el desierto. Unos espías de ese pueblo llegaron a su casa. Los reconoció y les dispensó una acogida respetuosa y protectora. Arriesgó su vida por ello y desobedeció la orden de delatar. Puso toda su confianza en ese Dios nuevo: «Yo sé que Yahweh os ha dado la tierra… porque Yahweh vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra» (Jos 2,9). A las instrucciones de los mensajeros respondió -como varios siglos más tarde María a un ángel-: «Hágase según vuestras palabras». Sólo ella -con los suyos- se salvó en Jericó del exterminio (Jos 6,17): «ella se quedó en Israel hasta el día de hoy» (Jos 6,25). Se inicia así algo nuevo en la genealogía: ¡una mujer cananea! Rajab es la primera mujer gentil que cree en el Dios de Israel. En ningún lugar de la Escritura sagrada se nos dice con quién se casó ni si fue madre de hijos; con todo, Mateo testifica: «Salmón engendró de Rajab a Booz» (Mt 1,5). De Rajab decía un texto midrasico que el Espíritu Santo se había posado sobre ella antes de que los israelitas llegaran a la tierra prometida.
Rut es otra de las mujeres de la genealogía. No era judía, sino moabita. En su tierra se casó con uno de los hijos ae una mujer judía, Noemí, que había emigrado a causa del hambre. Pero murieron los esposos de ambas. Noemí decidió volver a Belén de Judá. Rut no quiso apararse de su nuera. Con ella hizo un Pacto de amistad para siempre: «donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu Pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi» (Rut 1,16).
Ya en Belén, Rut, como los pobres, iba todos los días a recoger las espigas, abandonadas por los cosechadores. Allí se encontró con un hombre llamado Booz. Halló gracia a sus ojos. Noemí aconsejó a Rut que se casara con Booz (Rut 3,9); éste la acogió con ternura y le dijo: «Toda la gente de mi pueblo sabe que tú eres una mujer virtuosa» (Rut 3,11). Booz engendró de Rut, a Obed y Obed engendró a Jesé (Mt 1,5). Rajab es la madre de Booz. Booz es el esposo de Rut. Y Rut es la madre de Obed, el abuelo de David. En la literatura rabínica se decía de Rut que «Dios mismo la sacó de la esterilidad milagrosamente». No tenía matriz, pero Dios le abrió la matriz.
Rut presenta rasgos que anticipan la figura de María. Como ella, es madre en Belén. Halla gracia a los ojos de José, tras el conflicto. Ambas, por gracia, dan continuidad a la bendición de Judá.
Tamar, Rajab y Rut nos hablan de David como «el nacido de mujer». Hablan, sobre todo, de Jesús como «hijo de Abraham». Gracias a ellas, Dios ha continuado su proyecto de bendición en situaciones difíciles. David es hijo de mujeres audaces, virtuosas, creyentes. Ellas ponen en su vida un matiz importante de ternura y de confianza, tras situaciones enormemente complejas. Tamar, Rajab y Rut anticipan la figura de María, la madre de Jesús. En ellas y en ella es Jesús también «nacido de mujer».
La que fue mujer de Urías
Momento culminante de la genealogía es David. Pero este gran rey le robó la mujer a uno de sus hombres, Urías. Esta mujer es llamada todavía en la genealogía «mujer de Urías» y no según su nombre propio, Betsabé. El primer hijo que tuvieron murió. Sólo después de hacer penitencia, David tuvo con Betsabé un hijo, Salomón, a quien Yahweh mostró especial amor (cf. 2 Sam 12,24). En la literatura rabínica, la que fue mujer de Urías, Betsabé, era recordada como aquella que «aseguró al hijo de Jesé su progenitura real: Salomón».
Contrasta la actitud de David respecto a la mujer de Unas con la actitud de José respecto a su propia mujer. David roba la mujer de otro. José no se atreve ni siquiera a seguir con su propia mujer. David actúa sin temor de Dios. José lo hace por temor reverencial. Salomón es el hijo amado por Dios, pero es engendrado
después de la muerte del hijo del pecado Jesús es el hijo engendrado por la fuer2a del Espíritu Santo. David manda matar al esposo Urías. José no quiere delatar a María, ni que le hagan el menor daño David menospreció a Yahweh haciendo lo malo a sus ojos (2 Sam 12,9). José era justo y obedecía puntualmente todos los mandatos de Dios.
Aun con las salvedades que he presentado entre las tres mujeres anteriores a David y la cuarta mujer, la esposa de David, las cuatro mujeres aparecen en la genealogía bajo el signo común de lo extraordinario e inesperado. Nada destinaba a estas mujeres a entrar en la línea dinástica de Judá, sino que más bien, por uno u otro motivo, las cuatro estaban excluidas. Todas tenían impedimentos para conectar con el tronco de Judá y figurar como antepasadas del Mesías. Sin embargo, por gracia de Dios, ahí están. ¡También ellas eran «hijas de Abraham»!
La esposa de José: la quinta mujer
A través de las cuatro mujeres, el evangelista Mateo vislumbra los rasgos de la mujer que será la madre del último y definitivo hijo de David, del Cristo, del hijo de Dios. Esa mujer se llama María. Lo normal y obvio hubiera sido que todo el caudal genealógico hubiera abocado a Jesús a través de José: «Y José engendró a Jesús, de María». Lo chocante para la mentalidad hebrea, lo que rompe el esquema lógico-literario es que el último y definitivo eslabón sea éste: «Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). ¡Qué extraño suceso dentro de la historia de la salvación es éste en el que se «rescinde por vez primera del varón y recae todo el protagonismo sobre la mujer! José estaba desposado legítimamente con María. Su situación no era ni la de Judá, ni la de David. Sin embargo, todo protagonismo recayó sobre María. José era el esposo, descendiente de David y portador por tanto de la legitimidad genealógica. Pero quedó desplazado. María, sin concurso de varón, dio vida directamente al Mesías.
José, no obstante, le impuso el nombre. Como Rajab y Rut, José creyó. Por María y José Jesús fue «hijo de David», Mesías salvador. Gracias a María y a José no solo es el «rey de los judíos», sino también aquel a quien rinden homenaje los gentiles, los magos de Oriente, que encuentran al Niño con su madre.
María está encinta por obra del Espíritu Santo: recuerda la «semilla santa» buscada por Tamar; sobre ella se posa el Espíritu como sobre Rajab; a ella le abrió el Señor la matriz como a Rut. Ella da continuidad a la descendencia de David, como Betsabé.
La «almah» deis 7,14: la sexta mujer
En su genealogía Mateo dice: «Acaz engendró a Ezequías» (Mt 1,9). Pero podría haber añadido: «Acaz engendró de la virgen a Ezequías», tal como anunció el profeta Is (7,14) y recoge más tarde Mateo (Mt 1,22). Acaz no creía a Dios; el profeta Isaías, sin embargo, le dijo que Dios le daría una señal: tendría un hijo de la virgen y continuaría la dinastía davídica. Su nombre sería Emmanuel. Aquí, pues, aparece una sexta mujer en la que Mateo contempla la anticipación profética por antonomasia de María.
Raquel -la séptima mujer- y la madre del pueblo en el nuevo éxodo
Después de la visita y adoración de los magos, se le apareció por segunda vez el ángel del Señor a José en el sueño y le ordenó que tomara al niño-rey y a la madre y huyera a Egipto para evitar el peligro de muerte que se cernía sobre él a causa de Herodes (2,13). José obedeció el mandato y huyó de noche hacia Egipto, pero murieron los niños inocentes. Este hecho le evoca al evangelista el lamento de la madre ancestral, Raquel.
Raquel era pastora, hija de Labán y hermana de Lía. Jacob se enamoró de ella. Pero era estéril (Gen 29,31). Dios se acordó de Raquel y le abrió su seno (Gen 30,22). Tuvo un hijo llamado José. Pero al tener el segundo, cerca de Efratá, Raquel tuvo un mal parto y murió (Gen 35,16.19). Fue sepultada en el camino de Efratá, o sea Belén (Gen 35,19). Jacob erigió una estela sobre su sepulcro. Raquel era venerada como una de las grandes mujeres que edificó la casa de Israel.
Herodes atentó contra los hijos de Raquel. Los mató. Quiso destruir al pueblo. Por eso, Raquel llora desconsolada. Raquel es la madre que muere con sus hijos muertos. Raquel es la madre sepultada. Sus hijos ya no existen. Raquel se queda en Belén, allí sepultada. En cambio, hay otra madre que se salva de la amenaza, que huye y con ella se lleva el niño, el futuro, el pueblo. Su niño no era descendiente de Raquel, sino de Lía, y desde ella, de Judá, el hijo de María.